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Heródoto como problema

Heródoto al pensar el pasado y al dar indicios de que pensaba lo que estaba pensando, daba inicio al camino hacia el conocimiento histórico, basado en datos, explicaciones e interpretaciones

  • ALBERTO NAVAS

11/05/2023 05:00 am

Heródoto, nació en Halicarnaso (Dórida) una ciudad griega en la costa de Turquía en el año 484 antes de Cristo, el máximo siglo V de la cultura griega. Se le reconoce como el “Padre de la Historia”, aunque con anterioridad algunos logógrafos se habían ocupado del pasado como objeto de estudio (Cadmo, Arcesilao, Juto y Hecateo), fue realmente Heródoto quien inició el camino real de la historiografía del mundo Occidental. Ello por razones muy sencillas, en primer lugar, por su objetividad ante los hechos estudiados y por su capacidad para poder distinguir las fábulas de los hechos comprobables y admisibles por la razón. En segundo lugar, por su método arcaico “documental” y crítico, por someter a juicio los testimonios consultados y entender que el uso de fuentes confiables era indispensable para acceder a la verdad en los hechos históricos. Fuentes escritas, orales, mapas, viajes y tradiciones, fueron el material trabajado para reconstruir sustentadamente, en la medida posible de aquellos tiempos, una explicación del pasado del mundo mediterráneo en que le correspondió vivir.

Viviendo en aquella antigua Turquía, en Grecia, en Italia (Magna Grecia) y viajando por Egipto, Fenicia, Libia (África), Ponto Euxino y Mesopotamia, recogió datos directos e indirectos para construir su inmensa Obra denominada: “Los nueve Libros de la Historia”, cada uno de ellos denominado por el nombre de las nueve Musas: Clío, Euterpe, Talía, Melpómene, Terpsícore, Erato, Polimnia, Urania y Calíope. Una obra tan fundamental para la Historiografía, como lo fue la de Homero para la Literatura. Tanto por su valor intrínseco, como por haber despertado la crítica historiográfica, desde tiempos de Plutarco (griego ciudadano romano, siglo I D.C.) hasta nuestros días.

En mi infancia tuve una pequeña figura en marfil de Heródoto, la cual junto a la obra “Los nueve Libros de la Historia”, comprada por mi padre en la Librería “EL ATENEO” Editorial (Buenos Aires) hacia 1962, despertó en mi la vocación por la Historia, vocación consolidada en el Liceo “Andrés Bello” de Caracas por nuestra Profesora Guadalupe Bencomo de León y, más tarde, en la Escuela de Historia de la UCV, con profesores como Josefina Gavilá, Josefina Bernal, Manuel Caballero, Germán Carrera Damas, Ildefonso Leal y Taide Zavarce, entre otros. Siendo Profesor y exdirector de esa Escuela, hoy Jubilado, todavía invoco aquel muñequito de marfil, pequeño regalo de mi mamá Laura Blanco Adrianza de Navas.

En una sola oración de su Libro Primero (Clío) se puede captar el juicio crítico de Heródoto, basado en fuentes persas y no en leyendas fantásticas para explicar las guerra de la época; “La gente más culta de Persia y mejor instruida en la historia pretende que los fenicios fueron los autores primitivos de todas las discordias que se suscitaron entre los griegos y las demás naciones.”, tales fenicios, comerciantes provenientes del Mar Eritreo (Mar Rojo) se instalaron en las costas y rutas del Mediterráneo Oriental, provocando fricciones y disputas entre los reinos y estructuras políticas de la región.

Buscando el origen geográfico del mineral de Estaño, Heródoto daba muestras de lo importante de los testimonios creíbles para determinar los hechos, por encima del conocimiento poético imperante, cuestionando el posible origen eridiano insular: “clama por sí que ha sido hallado y acomodado por algunos de los poetas; y en lo segundo, por más que procuré averiguar el punto con mucho empeño, nunca pude dar con un testigo de vista que me informase de cómo el mar se difunde y dilata más allá de Europa.” Igualmente, con respecto a la existencia mítica de los Cíclopes, Heródoto sentenciaba: “…pero es harto grosera la fábula para que pueda adoptarse ni creerse que existan en el mundo hombres que tengan un ojo solo en la cara y sean en lo restante como los demás.

Heródoto, en sus viajes por África del Norte y estudiando fuentes orales y tradiciones, descubre mucho antes que otros futuros investigadores europeos y árabes, la existencia de pueblos negroides pigmeos (paleonegríticos) en las selvas y pantanos del África tropical, particularmente averiguando un relato de los Nasamones, un pueblo nómada pastor de Libia, cuyos cinco jóvenes seleccionados atravesaron el desierto Sahara, el Sahel y se acercaron a las selvas, donde:

“…cruzando muchos días unos vastos arenales, descubrieron árboles por fin en una llanura, y aproximándose empezaron a echar mano de su fruta. Mientras estaban gustando de ella, no sé qué hombrecillos, menores que los que vemos entre nosotros de mediana estatura, se fueron llegando a los Nasamones (exploradores), y asiéndoles de las manos, por más que no se entendiesen en su idioma mutuamente, los condujeron por dilatados pantanos, y al fin de ellos a una ciudad cuyos habitantes, negros de color, eran todos del tamaño de los conductores, y en la que vieron un gran río que la atravesaba de Poniente a Levante (posiblemente el río Níger) y en el cual aparecían cocodrilos.”

Heródoto al pensar el pasado y al dar indicios de que pensaba lo que estaba pensando, daba inicio al camino hacia el conocimiento histórico, basado en datos, explicaciones e interpretaciones; poniendo fin, por primera vez a la prehistoriografía creativa del Neolítico, para iniciar el pensamiento indagativo y crítico propio del raciocinio de la Antigüedad Clásica.

No obstante, hoy sobreviven en la mentalidad política popular, manipulada por intereses perversos, valores prehistoriográficos y parahistoriográficos, que abusan de la realidad histórica y socializan mitos absurdos para el consumo electoral y político de las masas, como las falsas razas superiores, o los héroes inflados fuera de contexto, como Guaicaipuro o Zamora, como también el culto a la personalidad por analogía con verdaderos héroes como Napoleón o Bolívar, por mercachifles ansiosos del poder. Los mitos y fábulas son muy buenos en la poesía, pero en las ciencias humanas no tienen cabida más allá de ser objetos de estudio, como hace más de 2.500 años lo hizo Heródoto.

ANB Cronista de la UCV
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