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Retratos del alma

Recuerdos que regresan repentinamente a resucitar la presencia de lejanos episodios escolares, gratos o amargamos momentos que vivimos, disfrutamos o reñimos, en la niñez y juventud pueblerina de los primeros sueños

  • EZEQUIEL QUERALES

28/04/2023 04:59 am

Recordar es vivir, dice un antiguo y lapidario adagio. Cuántos recuerdos se juntan y revolotean en la memoria a medida que envejecemos. Recuerdos que regresan repentinamente a resucitar la presencia de lejanos episodios escolares, gratos o amargamos momentos que vivimos, disfrutamos o reñimos, en la niñez y juventud pueblerina de los primeros sueños.

Envolventes sentimientos, tan nuestros, que nunca nos abandonan. Y nos acompañan a donde quiera que vayamos. Es así como casi siete décadas después, resplandece en mi soledad, la inspiradora sonoridad de los valses vieneses, salidos de los megáfonos de la escuela Andrés Bello, del campo Shell, allá en nuestro Mene Grande natal, como el solemne canto de cada faena escolar, para entrar a clases y salir a la calle, en ordenada formación.

Tiempo después, me maravillé al constatar, que eran los mismos y famosos valses del compositor vienés, Johann Strauss, hijo, como “Rosas del Sur”, “Oh hermosos Mayo”, “La Guerra Divertida”, “Danubio Azul”, entre otros, muy utilizados en las ceremonias de la realeza europea, el cine, el teatro, festivales, y tantos eventos de fin de año, en todo el mundo.

Tras ingresar al bachillerato, supimos que la excelente música vienesa, era parte de un codiciado sueño del director, el músico y profesor tachirense Víctor Torres Lovera, quien quiso hacer de aquel plantel escolar, un modelo de enseñanza de primer orden, de modo, “que ningún alumno olvide su paso por la escuela, siempre profese el respeto y el conocimiento impartido por sus maestros, y nunca subestime, la hermosa aventura compartida con sus compañeros de escolaridad”. Obvio, que su emotiva pedagogía, se grabó de por vida entre quienes compartimos tan bella época. De entonces, profesamos absoluto respeto al prójimo, empezando con los niños y los ancianos, y teniendo presente, que “primero están los deberes, luego, la libertad para jugar con los amigos”.

Grandiosa etapa, de sueños e inventivas para fabricar nuestros propios juguetes, con tantas fallas, pero juguetes al fin. Donde fungíamos de fontaneros de navíos imposibles, para moldear carritos de madera con carrocerías de latas sardinas, ruedas de chapas de gaseosas, halados con tiras de fique. O para armar volantines, yoyos, trompos tataretos, gurrufíos, envoques (perinolas), con tapas de cabrias de perforación, cuyos bordes rellenábamos con mene. Y por supuesto, las infaltables caucheras (gomeras).

Aún avivan nuestra memoria, los arreboles crepusculares del Barquisimeto musical y gentil, y los veleidosos aires trujillanos de la ciudad de Valera, donde transcurrió nuestra sublime ensoñación juvenil del bachillerato. De tan hermosos momentos, evoco las alocadas discusiones sobre la teoría del amor adolescente, que plenaron nuestra imaginación, de furiosas, atrevidas y divertidas divagaciones, que luego quedaron refugiadas en el olvido.

Breves pinceladas existenciales que se mantienen jóvenes, pese al paso del tiempo, buscando alargar los recuerdos, y mostrarnos el esplendor del retrato de vida que llevamos impreso en el alma. 

ezzevil34@gmail.com

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