Ir más despacio
Es tan fácil vivir tan apurados que a veces se nos escapen ocasiones valiosas de tener un gesto amable con un semejante. Es mucho mejor ir despacio y hacer las cosas bien, que ir rápido y hacerlas mal
Hace poco reflexionaba sobre el hecho de que en esta época resaltan dos características nada positivas: nuestro egoísmo natural y el apuro en el que usualmente andamos. Ambos nos causan muchos inconvenientes, nos llevan a cometer muchos errores, a la vez que ocasionan múltiples trastornos a algo a lo que deberíamos darle alta prioridad, ya que lo hacemos y haremos todos los días hasta el fin de nuestra vida: relacionarnos con los demás.
En una ocasión un matrimonio amigo que hace labores benéficas en algunos países de la antigua Yugoslavia me compartió un relato que ilustra el tema de hoy:
“Un día caluroso ellos llegaron a un lugar. Mientras se estacionaban se acercó un mendigo, lo cual allí eso no era nada raro, ya que al menos en ese tiempo (hace unos 15 años), millones de personas aún se esforzaban por superar las consecuencias económicas de la guerra civil de principios de los noventa. Al estar apurados, a diferencia de otras veces, prestaron poca atención a ese señor y siguieron rápidamente su camino.
Al volver a su auto el mendigo los esperaba sin inmutarse. Como su carro tenía placas italianas, este les habló en italiano. Ella dijo que era escandinava, y allí el mendigo le habló en danés. Buscando algo para darle a él, su esposo y ella hablaron en inglés, entonces les habló en buen inglés. En definitiva no era un mendigo común y corriente. Les dijo que era un refugiado croata que había huido hacía años de la guerra con lo puesto y no tenía casa. Vivía con varios amigos en un parque al otro lado de la calle. En ese instante a los esposos les dolió cómo lo habían tratado al comienzo, pues se hizo obvio que el hombre estaba pasando por malos momentos. La tragedia de la guerra había llevado a él y a sus amigos a aquel estado; aunque al conversar con él, la pareja se dio cuenta de lo pasmosamente bien que se había adaptado a unas circunstancias realmente difíciles. Habían improvisado una morada bajo árboles del parque, y se bañaban y lavaban la ropa en el río Danubio, que estaba cerca.
Los esposos reunieron provisiones para él y sus amigos (comida, jabón y otras, además de unas lecturas alentadoras) y ofrecieron volver con más cuando pasaran por allí.”
Es tan fácil vivir tan apurados que a veces se nos escapen ocasiones valiosas de tener un gesto amable con un semejante. Es mucho mejor ir despacio y hacer las cosas bien, que ir rápido y hacerlas mal. Además, todos tenemos tanto que dar a los demás y ellos que ofrecernos, pero con demasiada frecuencia nuestro egoísmo natural, así como nuestros ajetreos y apuros hacen que nos perdamos esa maravillosa compensación que nos puede deparar la vida.
@viviendovalores
@agusal77
En una ocasión un matrimonio amigo que hace labores benéficas en algunos países de la antigua Yugoslavia me compartió un relato que ilustra el tema de hoy:
“Un día caluroso ellos llegaron a un lugar. Mientras se estacionaban se acercó un mendigo, lo cual allí eso no era nada raro, ya que al menos en ese tiempo (hace unos 15 años), millones de personas aún se esforzaban por superar las consecuencias económicas de la guerra civil de principios de los noventa. Al estar apurados, a diferencia de otras veces, prestaron poca atención a ese señor y siguieron rápidamente su camino.
Al volver a su auto el mendigo los esperaba sin inmutarse. Como su carro tenía placas italianas, este les habló en italiano. Ella dijo que era escandinava, y allí el mendigo le habló en danés. Buscando algo para darle a él, su esposo y ella hablaron en inglés, entonces les habló en buen inglés. En definitiva no era un mendigo común y corriente. Les dijo que era un refugiado croata que había huido hacía años de la guerra con lo puesto y no tenía casa. Vivía con varios amigos en un parque al otro lado de la calle. En ese instante a los esposos les dolió cómo lo habían tratado al comienzo, pues se hizo obvio que el hombre estaba pasando por malos momentos. La tragedia de la guerra había llevado a él y a sus amigos a aquel estado; aunque al conversar con él, la pareja se dio cuenta de lo pasmosamente bien que se había adaptado a unas circunstancias realmente difíciles. Habían improvisado una morada bajo árboles del parque, y se bañaban y lavaban la ropa en el río Danubio, que estaba cerca.
Los esposos reunieron provisiones para él y sus amigos (comida, jabón y otras, además de unas lecturas alentadoras) y ofrecieron volver con más cuando pasaran por allí.”
Es tan fácil vivir tan apurados que a veces se nos escapen ocasiones valiosas de tener un gesto amable con un semejante. Es mucho mejor ir despacio y hacer las cosas bien, que ir rápido y hacerlas mal. Además, todos tenemos tanto que dar a los demás y ellos que ofrecernos, pero con demasiada frecuencia nuestro egoísmo natural, así como nuestros ajetreos y apuros hacen que nos perdamos esa maravillosa compensación que nos puede deparar la vida.
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