El pecado de Judas
Cada hospital es un monte de los olivos donde miles de seres desprotegidos, solo tienen la seguridad de se aproximan al Gólgota, mientras la impiedad baila y derrocha recursos. El peor pecado es el silencio
Desde hace más de dos mil años la cristiandad ha condenado a Judas. De acuerdo con la narrativa bíblica este personaje fue estigmatizado como símbolo de la traición; afianzado el concepto en quizás su más encarnizado acusador: Juan el evangelista, y en menos contundencia por su contemporáneo Mateo, únicos testigos presenciales de los hechos ocurridos, lo cual le da valora sus crónicas; sin menoscabar al joven Marcos quien no había nacido para la época y se estima conoció los sucesos por referencia, así como Lucas quien vivió cientos de años más tarde.
El creer con vehemencia, algunos por convicción otros por imposición del imperio romano cristianizado, reforzado por la ortodoxia no solo católica y sus infinitas derivaciones que hicieron tienda aparte, se repitió por siglos una “verdad” que hace imposible pensar distinto al libreto doctrinario; luego, quienes somos originarios de otras civilizaciones complementadas con la evangelización a sangre y garrote nacimos bajo un credo, en el cual cualquier pensamiento contrario puede ir desde la blasfemia al sacrilegio, pasando por cientos de epítetos que obliga a aceptar la justicia de una condena que arrastra esa triste figura por los siglos de los siglos.
Con la aparición de los manuscritos del Mar Muerto o Rollos de Qumrán, nuevas historias salen a la luz pública; más estas con el calificativo de “apócrifos”, que generan discusiones “de importancia para la investigación teocrática”, sin embargo, su estudio poco incide en la percepción que al menos en occidente se sigue manteniendo sobre la antiquísima sentencia. Hace unos cuantos años el abogado Juan Bosch, escribió un sencillo trabajo titulado “Judas Iscariote, el Calumniado”, que resultó impecable en el análisis jurídico; porque al menos estableció una duda razonable que hace pensar (más que creer), y el pensamiento con sus matices y divergencias es la base lógica que hace a la historia adaptativa según la conveniencia; situaciones que se repiten como tradición oral yen el camino se van distorsionando, creando un adecuado ambiente para intereses determinados. Según Emil Ciorán “Nada más fácil que denunciar la historia; nada más arduo en cambio que librarse de ella, cuando de ella se emerge y olvidarla resulta imposible”(E.Ciorán). Para otros posar los ojos sobre el pasado, nos acerca o nos aleja de acontecimientos dados por ciertos, pero que sin intención de calificarlos vale recordar a algunos expertos en sus cavilaciones: “Incluso el pasado puede modificarse; los historiadores no paran de demostrarlo”(Jean Paul Sartre); “Me maravillo a menudo de que la historia resulte tan pesada, porque gran parte de ella debe ser pura invención” (Jane Austen).
Sin pretensión de sobrevalorar a Juan Bosch en su laberinto literario, menos ponderar sus méritos para discutir hechos tenidos por cierto durante milenios, amén de constituir el sustento de varias religiones; es el caso que el autor no actúa como historiador, sino que se fundamenta en las enseñanzas de cuatro evangelistas y el libro de hechos de los Apóstoles, en sus propias palabras y reseñas para organizar la defensa de un reo cuya sanción perdura sin una revisión objetiva que pudiera no demostrar la inocencia sobre el delito que se imputa; sin embargo se encuentran muchos cabos sueltos, dudas sobre el principal acusador y su conducta e incluso exoneración de causa. La defensa organizada por el jurista Bosch no demuestra la inocencia de Judas, pero sí falta de elementos probatorios, contradicciones en la causa e inobservancia de insumos jurídicos valiosos, sin los cuales se habría concluido en el archivo de la causa y no en la sentencia a perpetua que le imprimió la religión y dejó por fuera a centenares de implicados en el crimen más aborrecible que haya conocido la humanidad.
Hemos considerado oportuna esta reflexión con motivo de conmemorar hoy día, el sábado de gloria o de pascua previa a la resurrección; no como defensa de una causa, menos con la intención de flagelar al acusado; lo hacemos cuando en nuestras comunidades se prepara la tradicional “quema de Judas”, una costumbre arraigada en nuestra cultura donde la traición representada en una figura y un nombre, ilustra la imagen de personajes de la vida pública; muchos con merecidas razones no para quemar su imagen, sino mucho más que ello por sus comportamientos aborrecibles que la costado vidas, libertad y destrucción de sueños de millones de hombres, mujeres y niños sin menoscabo de nacionalidad, religión o categorización socio-económica por años sobre el planeta.
Llamar “Judas” a políticos mercenarios, delincuentes consumados contra la cosa pública e incapaz de reconocer sus culpas es una bofetada a la inteligencia y girar la mirada a un hecho histórico (o al menos discutible), mientras el humor que acompaña a la tradición se convierte en catarsis, terapia contra la rabia y la frustrachera por impotencia genuina de los ciudadanos. El quemar a Judas, lleva implícito el deseo de finalizar episodios cruentos que viven pueblos enteros; sin embargo el pecado de Judas algún día podrá redefinirse en cuanto a su justa apreciación cuando se valoren los evangelios aparecidos en los Manuscritos del Mar Muerto (con mayor antigüedad que los ortodoxos); no obstante el delito de muchos gobernantes siguen impunes crucificando inocentes en el monte del calvario en que se ha convertido el planeta. Cada hospital es un monte de los olivos donde miles de seres desprotegidos, solo tienen la seguridad de se aproximan al Gólgota, mientras la impiedad baila y derrocha recursos. El peor pecado es el silencio. Feliz sábado de gloria…
Pedroarcila13@gmail.com
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