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Prensa, radio y televisión: mal actual

La imparcialidad en el periodismo no existe, como tampoco en la vida cotidiana. Es cierta la expresión del filósofo: somos nosotros y nuestras circunstancias, y éstas, por adversidades dirigidas, abundan en demasía

  • RAFAEL DEL NARANCO

02/04/2023 05:07 am

Intento hablar de algo que creo conocer. En toda mi existencia, - y son muchas primaveras con sus inviernos - no realicé otra labor que estar en la redacción de un diario.

Hacer periodismo virtualmente es fácil o, por lo menos, no es una ecuación matemática; lo laborioso es vaciar el costal, especialmente en el papel del redactor de turno, en diarios, radios y televisoras, siempre en el núcleo de un permanente remolino por llevar a buen puerto ese frágil barco de noticias, opiniones y pensamientos, azarosos unos, punzantes otros.

Una aclaración: mi trabajo ha sido siempre sobre el papel de un periódico.

Que los medios de comunicación no son objetivos en la mayoría de sus planteamientos informativos, es casi código del gremio. Se desnaturaliza por muchas razones: una de ellas, la ignorancia buena o mala; otra, los intereses bajo paño de las grandes corporaciones que de una forma u otra, como una tupida red, controlan las noticias.

Quien menos se da cuenta de ello es el periodista de redacción, ese correveidile anónimo – algunas veces no tanto por el mismo Interés del medio – que trabaja una noticia y que una “mano peluda”, venida del timón de mando, se puso sobre su mesa.

A lo largo de años ejerciendo esta profesión – un compromiso sin duda, pero, como todo concepto surtido de anatemas – he visto el manejo que en ciertos momentos se hace sobre una reseña. No es que sea cierta o falsa, simplemente se retoca con pequeños puntos de apoyo a intereses concretos, y es que más de 50 años en este mundillo, enseñan mucho.

Seamos cabales: la imparcialidad en el periodismo no existe, como tampoco en la vida cotidiana. Es cierta la expresión del filósofo: somos nosotros y nuestras circunstancias, y éstas, por adversidades dirigidas, abundan en demasía.

Ante esto, se comprende la influencia del sociólogo francés Pierre Bourdieu sobre la intelectualidad europea. En sus libros se ponen de manifiesto los defectos de las desigualdades económicas en el proceso de la llamada “herencia cultural”.

En “La miseria del mundo”, denuncia el sufrimiento social y sus consecuencias a corto y largo plazo, algo que ya había manifestado con sus mordaces críticas antes de aquel ya lejano “mayo francés del 68”.

A partir de 1997, se aboca sobre la función y métodos de los “mass media”, analizando como un cirujano la función actual de los medios de comunicación, a los que considera “un mal de nuestra época”.

No podría decir si es acertada su apreciación, y la principal razón para ello es que yo vivo, desde mi más tierna juventud, imbuido en el espectro del periodismo. Es decir, formo parte íntegra de este conglomerado tan criticado últimamente, pero sin el cual estoy seguro que con todos sus deslices - que han sido muchos - la humanidad hoy no sería mejor.

Los periodistas podemos tener numerosas veces razón, pero no siempre.

Bourdieu denunciaba “la tendencia que se observa en todas partes, tanto en los Estados Unidos como en Europa, a sacrificar cada vez más el editorialista y el reportero-investigador al animador-bufón; la información, el análisis, la entrevista profunda, la discusión de especialistas y el reportaje a la mera diversión y, en especial, a los chismorreos insignificantes...».

La aprensión a aburrir y, por lo tanto, a que baje el índice de audiencia, condiciona el mensaje. La mayoría de los canales de televisión – y hablo sobre la España en que vivo – son intragables. Alguien lo llamó acertadamente “esa dictadura de lo deleznable que se impone sin resistencia”.

El hechizo de la pequeña pantalla conduce aceleradamente a la degradación social.

La llamada “tele” se está convirtiendo en un patio de vecindad, donde se desarrollan los espectáculos más deprimentes, como hurgar en la basura, los bajos instintos humanos, destripar con regocijo amoral las lacras de una sociedad decadente, colocándola ante el espejo de sus debilidades, temores y profundas aprensiones.

Bourdieu nos dejó esta cavilación. “Una razón terrible y desolada porque nadie sabe cómo poner remedio a la espiral acelerada de la degradación”.

La historia es la que escribe y pone su mirada sobre la posteridad, pero el periodismo lo debe hacer sobre los acontecimientos actuales, y para ello Umberto Eco nos recordaba que los diarios deberían dar más noticias y apostillas, y menos entrevistas.

Al reconocido autor de “El nombre de la rosa” no le gustaban las entrevistas, las veía inútiles, quiméricas, ya que la mayoría empujan al entrevistado, tomando un café, “a decir una cosa imprudente que aparecerá en primera plana y que no es cierta, porque fue dicha en un momento de distracción.”

La entrevista es la muerte del periodismo - en un despejado dictamen de Eco -, ya que para él, una conversación de esa clase solo se justifica cuando se quiere conocer la opinión privada de alguien que se expresa poco fuera de homilías o en discursos programados. Ejemplo, al Papa, el Dalái Lama​, el presidente de los Estados Unidos, de Rusia o China, y pocos más. Entonces sí, tendríamos una noticia, y no esas temeridades complacientes dichas por un personaje de cualquier esfera social, en un instante de marañas descocadas, e intereses notoriamente definidos, desde el principio de la verbosidad.

No significa esto que los medios de comunicación deban desaparecer, sería sombrío para la propia libertad, pero sí encauzarlos hacia un encaje más responsable ante la sociedad.

rnaranco@hotmail.com
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