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Populismo y economía

El uso abusivo de políticas fiscales y crediticias expansivas y a la sobrevaluación de la moneda para acelerar el crecimiento y redistribuir el ingreso, propio del populismo económico, tiende a dar la ilusión de crecimiento y recuperación económica

  • DYLAN J. PEREIRA

01/04/2023 05:00 am

Para la mayoría de los teóricos de la democracia como Philippe C. Schmitter, apuntan como una falla de la democracia precisamente la sobredimensión en las expectativas de los ciudadanos. De esta forma queda bien explicada su relación con el tiempo político, carácter distintivo del populismo; al respecto Hermet (2003) insiste, “esta temporalidad inmediata, a la vez anti-política y onírica, que ignora la necesidad de “dar tiempo al tiempo” caracteriza al populismo de manera exclusiva o discriminante.

Dentro del extenso y complejo debate académico, intelectual e incluso cotidiano en torno al populismo, surge la posibilidad teórica y académica de discernir sobre la relación entre populismo y economía y de ser posible sobre el populismo económico. Algunos autores como (Delgado, 2017, p.25) llegan a afirmar que “el populismo, tal y como hemos señalado, ha sido producto en parte de las fallas o ineficiencias de la economía de libre mercado”

Destacamos un fenómeno que ha sido descrito ampliamente en la literatura escrita sobre el populismo y que lo podemos ejemplificar con relativa facilidad. La “re-distribución” de la riqueza forma parte medular de la “propuesta” populista, donde no se toma en cuenta muchas veces el funcionamiento orgánico de los supuestos de oferta y demanda o elasticidad; es importante añadir que estas experiencias coinciden en otro punto, a saber, la no generación de nueva riqueza, sino un uso discrecional de los fondos públicos, con una ausencia absoluta de contraloría fiscal y financiera de las instituciones del Estado, que derivaron a su vez en un complejo entramado de relaciones clientelares forjadas básicamente con fines netamente electoreros.

Esto distorsiona los procesos y fuerzas orgánicas del mercado, extralimitando la actuación “normal” del Estado en la economía, generalmente asumiendo un rol centralista y planificador, punto donde coinciden con el modelo económico socialista en sus expresiones soviético y cubana; aunque también identificamos expresiones “derechistas” de populismo económico. En este punto entra a la ecuación la nefasta variable de la corrupción propia de los sistemas antes mencionados. Además, debemos comprender que uno de los pilares de la dinámica económica son las expectativas; al operar de la forma antes descrita, estas expectativas se vuelcan en contra del Estado, ante la ausencia de seguridad jurídica y financiera que suele acompañar a estos experimentos populistas.

Es imperante señalar que volvemos a encontrar ambigüedad en lo relativo a lo económico y los nuevos populismos. Por un lado tenemos experiencias como la de Alberto Fujimori en Perú o Carlos Menem en Argentina a finales del siglo pasado, aunque son calificados por diversos autores como Hermet (2003) o de la Torre (2013) como neo-populistas, su programa económico se enmarcó netamente en patrones neoliberales, dentro del auge del conocido Consenso de Washington, este decálogo de ortodoxia económica diseñado para la estabilización económica y como punto de referencia central para la transición regional del esquema de Industrialización por Substitución de Importaciones, modelo de desarrollo referido por la CEPAL a inicios del S. XX para América Latina, hacia un modelo de apertura e inserción en la economía global, y que efectivamente lograron frenar procesos hiperinflacionarios sin precedentes. No obstante, en términos electorales y de coartación de libertades civiles, políticas y sociales se adhirieron a los métodos convencionales del populismo.

Por otra parte los experimentos neo-populistas identificados como izquierdistas, especialmente aquellos inscritos en el denominado Socialismo del S.XXI como el de Lula da Silva en Brasil, Correa en Ecuador, o Kirchner en Argentina, se decantaron por fórmulas más próximos a la receta socialista: economía de planificación central, intervención plena del Estado en lo económico, y demás ámbitos, distribución discrecional de la riqueza, llegando incluso al desconocimiento de la propiedad privada. Lo cierto es que ambas “vías” del populismo, y más precisamente del neopopulismo califican en los criterios propuestos por Delgado (2017) donde además es importante señalar que sus esfuerzos por reducir la pobreza y la desigualdad en la región no han sido exitosos.

Además, en estos regímenes populistas, además de generarse brotes hiperinflacionarios, se han provocado graves crisis económicas, sociales y políticas que, finalmente producen procesos de desestabilización de estos. Todo ello producto de políticas tendientes a la redistribución del ingreso incrementando el intervencionismo estatal y manejo errático de fondos, muchas veces con fines netamente electorales, afectando a su vez gravemente el aparato productivo nacional

El uso abusivo de políticas fiscales y crediticias expansivas y a la sobrevaluación de la moneda para acelerar el crecimiento y redistribuir el ingreso, propio del populismo económico, tiende a dar la ilusión de crecimiento y recuperación económica, en una etapa inicial, pero al presentarse los “cuellos de botella” provocan presiones macroeconómicas insostenibles con repercusiones microeconómicas que finalmente conducen al derrumbe de los salarios reales y a graves dificultades de la balanza de pagos.

Dylanjpereira01@gmail.com
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