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Los 64 años de revolución cubana

La dignidad es una esencia del ser humano, pero en la isla ese factor, que en otro país significaría actuar bajo el libre albedrío, no sólo es imposible, sino prohibitivo

  • RAFAEL DEL NARANCO

26/03/2023 05:07 am

El régimen habanero conmemora, el primer día de cada año, desde 1959, el triunfo de Fidel Castro contra Fulgencio Batista, cuyo suceso cambió los corolarios ideológicos y sociales de la isla, y una parte extensa de nuestro continente.

A partir del dispensado siglo XX, han acontecido heterogéneas revoluciones en el mundo, y de ellas, tres fueron las más subrayadas ante la historia de nuestro tiempo actual: las de Josif Stalin, Mao Zedong y Fidel Castro, poseyendo cada una de ellas su propio revestimiento, al convertir en carcoma los sucesos políticos de todo período anterior.

La estampa verde oliva de Castro en Sierra Maestra ha marcado los movimientos revolucionarios de la izquierda latinoamericana, y más acerbamente a la de la Venezuela de hoy, que se siente heredera del castrismo en su concepto más ideológico, y - añadamos sin equivocarnos- igualmente el económico.

Después de estar 47 años al frente del régimen levantado a su imagen y semejanza, Castro dejó el Palacio de la Revolución a su hermano Raúl en 2006, aquejado de mala salud. Durante ese tiempo hasta su fallecimiento, seguía siendo el guía, el Tótem de la isla que se muerde la cola.

Su voz parecía la de un babalao místico: “Con la Revolución todo, fuera de ella nada”. Y así sigue siendo. Sus estudiosos reconocieron en ese hombre descendiente de un padre gallego y rasgos excepcionales, la forma de cautivar a las personas. No faltaron duras contradicciones en su camino político, y una de ellas escapar de la tutela de Estados Unidos para caer en la de la Rusia comunista hasta la llegada de la Perestroika.

En ese tiempo apuntaló frases que pasaron a la historia entre mitomanía y cierta envoltura de prepotencia digna de recordar:

- “La Historia me absolverá” (octubre de 1953, en el juicio por el asalto al Cuartel Moncada).

- “Ni los muertos pueden descansar en un país oprimido” (1958).

- “No he sido nunca ni soy comunista. Si lo fuese, tendría valor suficiente para proclamarlo” (mayo de 1958).

- “Nunca ha hablado el Movimiento 26 de julio de socializar o nacionalizar la industria. Ese es sencillamente un temor estúpido hacia nuestra revolución” (mayo de 1958).

- “La dictadura debe ser sustituida por un gobierno provisional de carácter enteramente civil que normalice el país y celebre elecciones generales en un plazo no mayor de un año” (mayo de 1958).

- “El poder no me interesa. Después de la victoria quiero regresar a mi pueblo y continuar mi carrera como abogado” (1958).

Ya desde el principio Hugo Chávez se convirtió en un incondicional de Fidel y siguió sus pasos y palabras. Una anécdota: la primera vez que Hugo, tras salir de la cárcel, pisó la isla, Luis Miquilena nos pidió comprar su pasaje.

La dignidad es una esencia del ser humano, pero en la isla ese factor, que en otro país significaría actuar bajo el libre albedrío, no sólo es imposible, sino prohibitivo.

En La Habana, y en el resto de las ciudades y pueblecitos de Cuba, desde Guanahacabibes hasta más allá de Sierra Maestra, la dignidad se envolvió en la cantaleta “Patria... o muerte”, algo que los antiguos descendientes de los mambises ya señalaban que es pura redundancia.

Antonio Maceo – héroe histórico de la isla - rotulaba: “La libertad no se pide, se conquista a golpe de machete”. Hoy ese valor está hecho fragmentos sobre un amago de conformismo que se volvió en ofuscado hábito.

Ningún cubano cuenta con los derechos que cualquier turista de ton y son goza mientras se tuesta en las playas de Varadero.

La isla no es un ramalazo, es la costumbre misma convertida en malaventura, pan rancio y el ron con sabor agridulce.

Nicolás Guillén, el poeta de piel carbonífera, en compases de sóngoro y hablando “inglé”, lo marcó con savia de palmera: “¡Ay Cuba, si te dijera, yo que te conozco tanto bajo tu risa ligera!”.

El pueblo isleño sigue siendo la alegría desprendida recorriendo a raudales las gárgolas de sus venas antillanas. Es admirable, generoso y alegre por nacimiento.

En palabras de Alejo Carpentier, la metrópoli habanera con la llamada revolución, se terminó cristalizando en una litografía alicaída y anticuada, un reflejo de la más lúgubre expresión del colectivismo marxista.

La Habana y su aletargada muchedumbre doliente, susurra cara al mar de Las Antillas las predicciones nunca cumplidas de sus babalaos, a las puertas de las desvencijadas viviendas - que nos hablan de un pasado fuliginoso, hoy moteado de engañosos colores para tapar su decadencia - con la misma impavidez que sale con una bolsa de plástico a buscar alimentos en esas calles y plazas, que oprimen todo anhelo cuando se escucha a voz en grito, unas palabras que no poseen ya ninguna visión de futuro: “Patria, socialismo o muerte”. Valga la redundancia.

Y esa rebelión, que en su momento levantó la esperanza ideológica de nuestro continente, y que al comienzo nos parecía esperanzadora, al presente sigue propagando un pensamiento amargo, y lo mantiene fraguando en unas ominosas consecuencias económicas, las cuales ha ido convirtiéndose en amplios segmentos de miseria.

Sobre este terruño cruzado de esperanzas, Simón Bolívar, y con él los próceres que han anhelado mantener en lo más alto del Chimborazo los valores democráticos anhelados sobre una heredad democrática, aún siguen esperando los céfiros que puedan levantar la libertad sin troncharla.

rnaranco@hotmail.com
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