¿Pudo Juan Vicente Gómez ser un demócrata?
Más que un Juan Vicente Gómez demócrata, observamos a un tirano necesitado del expediente civil-democrático en momentos difíciles, tanto en el caso de 1908-1913, como en los estertores de 1927-1931
Así serían algunas de las preguntas en un examen de Historia Contemporánea de Venezuela, por obra del Prof. Manuel Caballero, en nuestra Escuela de Historia de la UCV, por aquellos buenos años de 1974 en adelante. La pregunta a resolver era para medir la capacidad de razonar en términos de conocimiento histórico. No era ninguna cuestión tonta, sobre todo si nos permitía responder que, en la Historia de Venezuela, desde la Monarquía cesarista colonial y desde los diversos regímenes republicanos tiránicos que hemos vivido, partiendo del siglo XIX hasta nuestros días, los gobernantes caudillistas, militaristas y presidencialistas, siempre han tenido una especie de oferta lejana hacia la democracia, entendida por ellos como una instancia por venir, suspendida en el tiempo mientras el “hombre fuerte” y sus allegados, ponían el orden para que el país pudiese recibir los dones de la civilización democrática.
La tiranía del general Gómez, más que una dictadura, se basó en un férreo control del aparato militar que se venía formando desde el segundo gobierno del general Joaquín Crespo (1892-1898), reforzado por el “mojigato” de Cipriano Castro (1899-1908) y finalmente consolidado como un ejército profesional centralizado y moderno desde 1913 en adelante. Pero también contó con un lujoso asesoramiento civil, con ministros, diplomáticos y magistrados de alto nivel: Gumersindo Torres, Laureano Vallenilla Lanz, José Gil Fortoul, Pedro M. Arcaya y Francisco Baptista Galindo, entre otros. Algunos intelectuales de alto nivel, como Rufino Blanco Fombona, Rómulo Gallegos, etc. creyeron sinceramente, entre 1909 y 1913, que el ascenso de Gómez abría la posibilidad de un cambio hacia la democracia moderna. Con el cierre de la Universidad Central en 1912 y la ola represiva desatada desde 1913, atizada por la fracasada conspiración de Román Delgado Chalbaud, se derrumbaron las ilusiones que fueron sustituidas por la Rotunda, el Castillo Libertador, el exilio, las torturas y el asesinato de los opositores: “malos hijos de la Patria”.
Pero la esperanza renació en la década de 1920, cuando ya el petróleo se asomaba como el sustrato sólido del régimen. Emergiendo una clase media, pues sin clase media no hay demanda de democracia, capaz de plantear un reto inédito al típico tirano venezolano. Simultáneamente, ya para 1921, Gómez era un viejo enfermo gravemente de su próstata y que estaba debilitado por una posible fiebre tifoidea. El entorno de la Oligocracia gomecista se dividió ante la posible sucesión, agudizándose las rivalidades preexistentes entre el gomecismo más rancio encabezado por el vicepresidente Juan Crisóstomo Gómez (Juancho) y seguido de muchos viejos oficiales tachirenses por ser el hermano del tirano; contra otro grupo, más débil pero encabezado por José Vicente Gómez, Segundo vicepresidente e hijo de Juan Vicente Gómez. La crisis nepótica-dinástica explotó el 30 de junio de 1923, cuando el vicepresidente Juancho amaneció “pasionalmente” muerto de 27 puñaladas en su habitación del palacio de Miraflores.
Independientemente de la saña del asesinato, la posible complicidad interna de la familia, como de la oficialidad, y de las posibles inclinaciones homosexuales de una venganza tan violenta. Lo importante era que el régimen gomecista empezaba lentamente a hacer aguas. El tirano se refugió, entonces, en su nuevo círculo familiar, en torno a su última mujer oficial Dolores Amelia Núñez, rodeado de nuevas figuras civiles y militares jóvenes (Arturo Uslar e Isaías Medina, etc.) quienes emergerían luego de 1935 bajo la protección del también nuevo líder Gral. López Contreras. En ese contexto, el entonces ministro del Interior y luego como Secretario de la Presidencia de la República, el Dr. Francisco Baptista Galindo, canalizó a la tiranía feneciente hacia una posible salida civilista en la sucesión presidencial, promoviendo la salida de Eustoquio Gómez de la presidencia del Táchira y favoreciendo el regreso de miles de exiliados desde Colombia. Logrando también la liberación de la mayoría de los presos políticos, cerrándose, en 1927, las prisiones de La Rotunda y el Castillo Libertador, así como igualmente empezaba a circular la tesis de una posible “liberalización” del régimen, apuntando hacia un civilismo que en la distancia parecía traer el aroma lejano de una soñada democracia.
Los sucesos de 1928, con su “Semana del Estudiante” y el golpe militar fracasado del 7 de abril de dicho año, comandado por el capitán Alvarado, junto a la extraña muerte (por posible envenenamiento) del Dr. Baptista Galindo, frenaron momentáneamente las reformas ya iniciadas, favoreciendo a la parte más reaccionaria del gomecismo. Sin embargo, Juan Vicente Gómez se atrevió a imponer al Congreso, en 1929, la candidatura presidencial civil del Dr. Juan Bautista Pérez, quien por poco tiempo asumió el poder civil, mientras que el Gral. Gómez comandaba el poder militar. El gomecismo tradicional y más reaccionario boicoteó la gestión del presidente Pérez, quien fue destituido obligando al enfermo y anciano Gral. Gómez a reasumir el poder en 1931, ejerciéndolo hasta su muerte en diciembre de 1935.
Más que un Juan Vicente Gómez demócrata, observamos a un tirano necesitado del expediente civil-democrático en momentos difíciles, tanto en el caso de 1908-1913, como en los estertores de 1927-1931, una alternativa que no era posible por la complejidad y pugnas dentro de la estructura de poder interno, configurando una crisis de inestabilidad entre 1936 y 1945, que solo pudo mantenerse a raya con el poder reformista moderado de los gobiernos de los generales López Contreras y Medina Angarita, un neogomecismo que no pudo resistir el golpe cívico militar del 18 de octubre de 1945, en el que la juventud política y militar emergente desde 1928 reorientó el proceso de reformas hacia objetivos democráticos y sociales modernizadores, aunque siguiendo un accidentado camino hasta 1958.
La tiranía del general Gómez, más que una dictadura, se basó en un férreo control del aparato militar que se venía formando desde el segundo gobierno del general Joaquín Crespo (1892-1898), reforzado por el “mojigato” de Cipriano Castro (1899-1908) y finalmente consolidado como un ejército profesional centralizado y moderno desde 1913 en adelante. Pero también contó con un lujoso asesoramiento civil, con ministros, diplomáticos y magistrados de alto nivel: Gumersindo Torres, Laureano Vallenilla Lanz, José Gil Fortoul, Pedro M. Arcaya y Francisco Baptista Galindo, entre otros. Algunos intelectuales de alto nivel, como Rufino Blanco Fombona, Rómulo Gallegos, etc. creyeron sinceramente, entre 1909 y 1913, que el ascenso de Gómez abría la posibilidad de un cambio hacia la democracia moderna. Con el cierre de la Universidad Central en 1912 y la ola represiva desatada desde 1913, atizada por la fracasada conspiración de Román Delgado Chalbaud, se derrumbaron las ilusiones que fueron sustituidas por la Rotunda, el Castillo Libertador, el exilio, las torturas y el asesinato de los opositores: “malos hijos de la Patria”.
Pero la esperanza renació en la década de 1920, cuando ya el petróleo se asomaba como el sustrato sólido del régimen. Emergiendo una clase media, pues sin clase media no hay demanda de democracia, capaz de plantear un reto inédito al típico tirano venezolano. Simultáneamente, ya para 1921, Gómez era un viejo enfermo gravemente de su próstata y que estaba debilitado por una posible fiebre tifoidea. El entorno de la Oligocracia gomecista se dividió ante la posible sucesión, agudizándose las rivalidades preexistentes entre el gomecismo más rancio encabezado por el vicepresidente Juan Crisóstomo Gómez (Juancho) y seguido de muchos viejos oficiales tachirenses por ser el hermano del tirano; contra otro grupo, más débil pero encabezado por José Vicente Gómez, Segundo vicepresidente e hijo de Juan Vicente Gómez. La crisis nepótica-dinástica explotó el 30 de junio de 1923, cuando el vicepresidente Juancho amaneció “pasionalmente” muerto de 27 puñaladas en su habitación del palacio de Miraflores.
Independientemente de la saña del asesinato, la posible complicidad interna de la familia, como de la oficialidad, y de las posibles inclinaciones homosexuales de una venganza tan violenta. Lo importante era que el régimen gomecista empezaba lentamente a hacer aguas. El tirano se refugió, entonces, en su nuevo círculo familiar, en torno a su última mujer oficial Dolores Amelia Núñez, rodeado de nuevas figuras civiles y militares jóvenes (Arturo Uslar e Isaías Medina, etc.) quienes emergerían luego de 1935 bajo la protección del también nuevo líder Gral. López Contreras. En ese contexto, el entonces ministro del Interior y luego como Secretario de la Presidencia de la República, el Dr. Francisco Baptista Galindo, canalizó a la tiranía feneciente hacia una posible salida civilista en la sucesión presidencial, promoviendo la salida de Eustoquio Gómez de la presidencia del Táchira y favoreciendo el regreso de miles de exiliados desde Colombia. Logrando también la liberación de la mayoría de los presos políticos, cerrándose, en 1927, las prisiones de La Rotunda y el Castillo Libertador, así como igualmente empezaba a circular la tesis de una posible “liberalización” del régimen, apuntando hacia un civilismo que en la distancia parecía traer el aroma lejano de una soñada democracia.
Los sucesos de 1928, con su “Semana del Estudiante” y el golpe militar fracasado del 7 de abril de dicho año, comandado por el capitán Alvarado, junto a la extraña muerte (por posible envenenamiento) del Dr. Baptista Galindo, frenaron momentáneamente las reformas ya iniciadas, favoreciendo a la parte más reaccionaria del gomecismo. Sin embargo, Juan Vicente Gómez se atrevió a imponer al Congreso, en 1929, la candidatura presidencial civil del Dr. Juan Bautista Pérez, quien por poco tiempo asumió el poder civil, mientras que el Gral. Gómez comandaba el poder militar. El gomecismo tradicional y más reaccionario boicoteó la gestión del presidente Pérez, quien fue destituido obligando al enfermo y anciano Gral. Gómez a reasumir el poder en 1931, ejerciéndolo hasta su muerte en diciembre de 1935.
Más que un Juan Vicente Gómez demócrata, observamos a un tirano necesitado del expediente civil-democrático en momentos difíciles, tanto en el caso de 1908-1913, como en los estertores de 1927-1931, una alternativa que no era posible por la complejidad y pugnas dentro de la estructura de poder interno, configurando una crisis de inestabilidad entre 1936 y 1945, que solo pudo mantenerse a raya con el poder reformista moderado de los gobiernos de los generales López Contreras y Medina Angarita, un neogomecismo que no pudo resistir el golpe cívico militar del 18 de octubre de 1945, en el que la juventud política y militar emergente desde 1928 reorientó el proceso de reformas hacia objetivos democráticos y sociales modernizadores, aunque siguiendo un accidentado camino hasta 1958.
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