Lo oscuro y lo violento
Las palabras de la guerra han dominado las salas situacionales y la discusión pública, sin poder o querer tomar conciencia a tiempo que es necesario frenar la actual visión y perspectiva armamentista mundial
La tendencia general de la ciencia política es la defensa el orden político sobre el desorden, incluyendo la revolución. Si se pasa revista a los clásicos, desde Aristóteles y Platón hasta el pensamiento contemporáneo, no cabe la menor duda de esta afirmación. En realidad, lo que está en juego es nada menos y nada más que controlar el poder por medios pacíficos y eso lleva a utilizar la fuerza como un último recurso.
El padre fundador de la disciplina, Nicolás Maquiavelo siempre lo tuvo presente al dirigirse a los mandatarios a quienes sirvió con fervor, en la Edad Moderna. El ilustre florentino no dejo escapar ningún consejo que dudase qué va primero, el caballo o la carreta. Para él y sus contemporáneos lo que indicaba la lógica era la de proteger el poder con la política y no con el conflicto armado. Si se rompía esa regla de oro, era por una decisión del enemigo y no por la casa.
En toda la trayectoria de la política moderna, contemporánea y global, el predicado de Maquiavelo fue respetado salvo algunas pocas excepciones, como lo fue la predisposición bélica de Hitler y de algunos dictadores como Hussein y Putin. Sus correrías no diplomáticas han echado por el suelo muchas buenas intenciones y ahora con la guerra en Ucrania han arrastrado a los gobiernos occidentales hacia un suelo pantanoso donde las balas han suplantado la pluma fuente usada para la firmade los tratados y acuerdos.
Pero no solo estas consideraciones nos llevan al peligroso terreno de la oscuridad, sino que dieron lugar a que se permita ver cómo ésta se ha separado del principio del monopolio del uso de la violencia legítima, concepto que ha servido de plataforma a quienes consideran que se gana o se pierde en la batalla. De esta forma, el problema para la ciencia política es doble.
Por una parte, hay que explicar por qué el Estado ya no ejerce ese monopolio, en la medida en que surgen otros actores no racionales que buscan dirimir sus diferencias fuera del ámbito público o en contra del mismo. Pero también es necesario comprender por qué los Estados generan su propia violencia, tanto doméstica como internacional y no cumplen con el sagrado deber de dirimir las diferencias en la mesa de negociaciones.
Da la impresión que estamos frente a un cuadro parecido al momento preliminar y posterior a la Primera Guerra Mundial en donde la política fracasó con el Tratado de Versalles y todo lo referido a las reparaciones, lo que dio lugar a lo que la humanidad vivió con confusión y oscuridad. De ahí que en este momento la reflexión sobre la política no ha dado un giro hacia la prevención, en lo que el Realismo afirmó con profesionalismo: que había una tercera vía entre el idealismo y lo bélico.
Esta tercera vía no ha estado presente en las narrativas de nuestro tiempo. Por el contrario, las palabras de la guerra han dominado las salas situacionales y la discusión pública, sin poder o querer tomar conciencia a tiempo que es necesario frenar la actual visión y perspectiva armamentista mundial.
romecan53@hotmail.com
El padre fundador de la disciplina, Nicolás Maquiavelo siempre lo tuvo presente al dirigirse a los mandatarios a quienes sirvió con fervor, en la Edad Moderna. El ilustre florentino no dejo escapar ningún consejo que dudase qué va primero, el caballo o la carreta. Para él y sus contemporáneos lo que indicaba la lógica era la de proteger el poder con la política y no con el conflicto armado. Si se rompía esa regla de oro, era por una decisión del enemigo y no por la casa.
En toda la trayectoria de la política moderna, contemporánea y global, el predicado de Maquiavelo fue respetado salvo algunas pocas excepciones, como lo fue la predisposición bélica de Hitler y de algunos dictadores como Hussein y Putin. Sus correrías no diplomáticas han echado por el suelo muchas buenas intenciones y ahora con la guerra en Ucrania han arrastrado a los gobiernos occidentales hacia un suelo pantanoso donde las balas han suplantado la pluma fuente usada para la firmade los tratados y acuerdos.
Pero no solo estas consideraciones nos llevan al peligroso terreno de la oscuridad, sino que dieron lugar a que se permita ver cómo ésta se ha separado del principio del monopolio del uso de la violencia legítima, concepto que ha servido de plataforma a quienes consideran que se gana o se pierde en la batalla. De esta forma, el problema para la ciencia política es doble.
Por una parte, hay que explicar por qué el Estado ya no ejerce ese monopolio, en la medida en que surgen otros actores no racionales que buscan dirimir sus diferencias fuera del ámbito público o en contra del mismo. Pero también es necesario comprender por qué los Estados generan su propia violencia, tanto doméstica como internacional y no cumplen con el sagrado deber de dirimir las diferencias en la mesa de negociaciones.
Da la impresión que estamos frente a un cuadro parecido al momento preliminar y posterior a la Primera Guerra Mundial en donde la política fracasó con el Tratado de Versalles y todo lo referido a las reparaciones, lo que dio lugar a lo que la humanidad vivió con confusión y oscuridad. De ahí que en este momento la reflexión sobre la política no ha dado un giro hacia la prevención, en lo que el Realismo afirmó con profesionalismo: que había una tercera vía entre el idealismo y lo bélico.
Esta tercera vía no ha estado presente en las narrativas de nuestro tiempo. Por el contrario, las palabras de la guerra han dominado las salas situacionales y la discusión pública, sin poder o querer tomar conciencia a tiempo que es necesario frenar la actual visión y perspectiva armamentista mundial.
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