El respeto que nos debemos
La inmediatez viene dada por la necesidad de la satisfacción de ego. Para curarla hay que trabajar el autoreconocimiento, la construcción y el desarrollo personal
Existe en las relaciones intra e interpersonales un elemento primordial para entender y ser entendido, la base sustancial del reconocer los pensamientos ajenos sin claudicar en las propias ideas mientras se generan espacios de reconocimiento de posturas diferentes; sin dejar de conocer el valor de la gente, sobre todo el valor propio. Eso es el respeto y más que una carta de presentación debe ser una forma de vivir y dejar vivir.
A ratos escuchamos el término, ¿pero vemos ejemplos que lo interpreten en su justa dimensión? Sinceramente creo que no en la mayoría de las veces.
El respeto es reconocer al otro, responder amablemente, comprender que existen otros criterios y posturas y, sobre todo, accionar desde la empatía.
En lo interno, se podrían aplicar los mismos criterios pero, está vez, puertas adentro, en una introspección que nos permita calibrar las habilidades y capacidades propias y como las practicamos desde la modestia y la humildad, pero sin menospreciar su esplendor.
Somos sujetos únicos y aunque universales tenemos nuestras propias fortalezas, eso hay que reconocerlo. El asunto se vuelve complejo cuando debemos hacerlo hacia los demás.
El gran problema de la sociedad de hoy es la falta de sentido común para comprender a los demás sin afectar nuestros criterios.
La inmediatez de hoy amenaza el esfuerzo propio y la progresividad en el desarrollo personal para alcanzar las metas. Convierte a los seres en eunucos sociales y distantes del criterio y la construcción planificada, solo lo inmediato tiene valor, solo lo rápido ofrece recompensa para una sociedad que no se detiene a construir.
Junto a la inmediatez, el ego es una bacteria que carcome la esencia del crecimiento personal y colectivo hasta invisibilizarla, y la cambia por la soledad de la competencia que desnuda un alma solitaria, sin objetivos, que solo se alimenta de una vanidad que le subyuga al deseo ajeno, al que dirán, a vivir de los deseos de los demás.
Esa actitud servil al entorno priva de todo desarrollo interno que termina por truncar la libertad personal, y la hace presa del reconocimiento banal de un colectivo que no respeta, no acepta, no se compromete, sino que sumerge en un espiral mezquino que roba esencias, sueños, independencia.
Estas dinámicas de inmediatez y ego, está acabando con el respeto personal e individual por la aprobación social, una costosa recompensa que priva del amor propio y el reconocimiento individual. Un veneno que con orgullo se exhibe hoy en redes sociales.
Pero en ese individualismo irracional, aunque redundante en mucho, se pasa por encima de los demás y se irrespeta con una ligereza tal, que sorprende la selectividad con la que se asume a la otredad. A gusto y conveniencia.
Pero más allá de eso el deseo de ser único y centro de atención, coarta cualquier ejercicio natural de interrelación humana y sumerge en un mundo aparte que no reconoce ni respeta a nadie.
Esa actitud, que termina por no reconocer ni respetar al otro, borra al sujeto de su entorno y lo catapulta, o eso cree él, a reconocer a los referentes que asume cómo guía para la vida, sin importar los valores y atributos de ese referente. Solo es necesario que el referente sea convalidado por la masa, la voluble masa, cada vez más amorfa y menos preparada.
El entorno irrespeta a quienes se asumen para vivir según los preceptos ajenos, no los acepta y solo los utiliza. Los manosea obscenamente en su ego y luego, una vez adoctrinados, los desecha porque son parte del patrón. Su recompensa, uno que otro like en redes, uno que otro guiño de aprobación, aunque ya es solo parte del circo social que lo irrespeta y lo minimiza al valor de objeto.
El no esfuerzo para una construcción duradera en el tiempo, permite llegar a ningún lado. Esa es la meta. No hay construcción estructural que se pueda hacer sin esfuerzo, estudio ni sacrificio. Todo lo demás es una entelequia que engaña y priva de un desarrollo real en todos los sentidos.
Toda construcción requiere de preparación y lógica, de capacidad y conocimientos, y con la inmediatez y el ego, el camino real es corto y fue sustituido por el banal like de la aprobación superflua, de unos seres sin capacidad de pensar, sentir e interactuar. Allí, el respeto no existe, ni por ti, ni por los demás.
La inmediatez viene dada por la necesidad de la satisfacción de ego. Para curarla hay que trabajar el autoreconocimiento, la construcción y el desarrollo personal. Ese es el camino para respetar a los demás y entender que existen ideas y criterios tan válidos como los propios y que no hay necesidad de agredirlos ni de agredirse.
Estudia, analiza y crea.
Comunicador Social UCV
@leozuritave
leozurita.ve@gmail.com
A ratos escuchamos el término, ¿pero vemos ejemplos que lo interpreten en su justa dimensión? Sinceramente creo que no en la mayoría de las veces.
El respeto es reconocer al otro, responder amablemente, comprender que existen otros criterios y posturas y, sobre todo, accionar desde la empatía.
En lo interno, se podrían aplicar los mismos criterios pero, está vez, puertas adentro, en una introspección que nos permita calibrar las habilidades y capacidades propias y como las practicamos desde la modestia y la humildad, pero sin menospreciar su esplendor.
Somos sujetos únicos y aunque universales tenemos nuestras propias fortalezas, eso hay que reconocerlo. El asunto se vuelve complejo cuando debemos hacerlo hacia los demás.
El gran problema de la sociedad de hoy es la falta de sentido común para comprender a los demás sin afectar nuestros criterios.
La inmediatez de hoy amenaza el esfuerzo propio y la progresividad en el desarrollo personal para alcanzar las metas. Convierte a los seres en eunucos sociales y distantes del criterio y la construcción planificada, solo lo inmediato tiene valor, solo lo rápido ofrece recompensa para una sociedad que no se detiene a construir.
Junto a la inmediatez, el ego es una bacteria que carcome la esencia del crecimiento personal y colectivo hasta invisibilizarla, y la cambia por la soledad de la competencia que desnuda un alma solitaria, sin objetivos, que solo se alimenta de una vanidad que le subyuga al deseo ajeno, al que dirán, a vivir de los deseos de los demás.
Esa actitud servil al entorno priva de todo desarrollo interno que termina por truncar la libertad personal, y la hace presa del reconocimiento banal de un colectivo que no respeta, no acepta, no se compromete, sino que sumerge en un espiral mezquino que roba esencias, sueños, independencia.
Estas dinámicas de inmediatez y ego, está acabando con el respeto personal e individual por la aprobación social, una costosa recompensa que priva del amor propio y el reconocimiento individual. Un veneno que con orgullo se exhibe hoy en redes sociales.
Pero en ese individualismo irracional, aunque redundante en mucho, se pasa por encima de los demás y se irrespeta con una ligereza tal, que sorprende la selectividad con la que se asume a la otredad. A gusto y conveniencia.
Pero más allá de eso el deseo de ser único y centro de atención, coarta cualquier ejercicio natural de interrelación humana y sumerge en un mundo aparte que no reconoce ni respeta a nadie.
Esa actitud, que termina por no reconocer ni respetar al otro, borra al sujeto de su entorno y lo catapulta, o eso cree él, a reconocer a los referentes que asume cómo guía para la vida, sin importar los valores y atributos de ese referente. Solo es necesario que el referente sea convalidado por la masa, la voluble masa, cada vez más amorfa y menos preparada.
El entorno irrespeta a quienes se asumen para vivir según los preceptos ajenos, no los acepta y solo los utiliza. Los manosea obscenamente en su ego y luego, una vez adoctrinados, los desecha porque son parte del patrón. Su recompensa, uno que otro like en redes, uno que otro guiño de aprobación, aunque ya es solo parte del circo social que lo irrespeta y lo minimiza al valor de objeto.
El no esfuerzo para una construcción duradera en el tiempo, permite llegar a ningún lado. Esa es la meta. No hay construcción estructural que se pueda hacer sin esfuerzo, estudio ni sacrificio. Todo lo demás es una entelequia que engaña y priva de un desarrollo real en todos los sentidos.
Toda construcción requiere de preparación y lógica, de capacidad y conocimientos, y con la inmediatez y el ego, el camino real es corto y fue sustituido por el banal like de la aprobación superflua, de unos seres sin capacidad de pensar, sentir e interactuar. Allí, el respeto no existe, ni por ti, ni por los demás.
La inmediatez viene dada por la necesidad de la satisfacción de ego. Para curarla hay que trabajar el autoreconocimiento, la construcción y el desarrollo personal. Ese es el camino para respetar a los demás y entender que existen ideas y criterios tan válidos como los propios y que no hay necesidad de agredirlos ni de agredirse.
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