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El fabuloso Jean de La Fontaine

La Fontaine poseía una inteligencia superior, con un carácter variable que lo convertía a veces en misántropo y otras en seductor, distraído como la mayoría de los genios, y desafiante hasta más no poder, sin llegar a ser pugnaz

  • ÁLVARO MONTENEGRO FORTIQUE

30/01/2023 05:04 am

Los preciosos jardines del palacio Vaux-le-Vicomte, ubicado a unos 60 kilómetros de París, fueron el escenario de ensueño para una fiesta inolvidable que ofreció, el 17 de agosto del año 1661, Nicolás Fouquet, superintendente de finanzas, en honor al rey de Francia, Luis XIV. El parque, diseñado por el paisajista André Le Notre, el mismo que después concibió los jardines de Versalles y de Las Tullerías, se llenó con unas 600 personas que disfrutaron un banquete delicioso preparado por el famoso cocinero François Vatel.

Entre los asistentes notables, además del rey, su madre, hermanos, y su corte, estaba Madame de Sevigné, amiga de Fouquet, el dramaturgo Moliére, quien estrenó esa noche su obra “Les facheux”, y también estaba un poeta protegido de Fouquet llamado Jean de La Fontaine. Entre música exquisita, fuentes espectaculares y lujo incalculable, los invitados se sorprendieron al ver que su paseo por los jardines terminaba en un enorme canal de agua, invisible al comienzo, donde se desarrolló un combate naval y navegó hasta una ballena de utilería. Luego, desde los techos del palacio salieron los más impresionantes fuegos artificiales que hubieran podido imaginar. Al amanecer, Luis XIV, de tan solo 22 años, se fue con su séquito hacia el cercano castillo de Fontainebleau donde le esperaba su esposa, quien no pudo asistir al banquete por su avanzado estado de gravidez.

Jean de La Fontaine escribió que “Vaux nunca será tan bello como esa noche”, y tenía razón. Nadie imaginaba que tres semanas después, Nicolás Fouquet fue hecho prisionero en Nantes por el mosquetero D´Artagnan, siguiendo instrucciones del rey. Fouquet murió en prisión, y nunca más regresó a su espectacular palacio.

La Fontaine, quien siempre fue un amigo incondicional, un poco irreverente, y muy sólido en sus convicciones, escribió al rey pidiendo clemencia por Fouquet, aun arriesgando caer en desgracia él también. Luis XIV no quiso escuchar razones. El rey tenía aversión por el superintendente desde hacía tiempo, y terminó de tomar su decisión la noche de la fiesta. No lo mandó a arrestar en plena celebración, por los ruegos de su madre.

La Fontaine poseía una inteligencia superior, con un carácter variable que lo convertía a veces en misántropo y otras en seductor, distraído como la mayoría de los genios, y desafiante hasta más no poder, sin llegar a ser pugnaz. Hay una anécdota que asegura que un día La Fontaine llegó tarde a una reunión con el rey, y al ser increpado respondió algo como: “Su majestad seguramente me sabrá excusar: Estaba asistiendo al entierro de una hormiga”.

Lo que convirtió a La Fontaine en un poeta único, quizás uno de los mejores del mundo occidental, fue su dominio impecable del lenguaje escrito. Fue un maestro en el uso de los verbos, y pudo asentar sus ideas sobre un papel con una precisión asombrosa. Si Marcel Proust representa la riqueza del lenguaje, haciendo alarde de su inagotable capacidad expresiva, La Fontaine al contrario, simboliza la encarnación de la exactitud en la escritura.

Nuestro escritor tuvo la grandeza de inspirarse en las fábulas de Esopo, un trovador que vivió en la Antigua Grecia, y las transformó con su pluma mágica en versos impecables que, con apariencia de superficialidad, dejan una enseñanza profunda a todo aquel que los lee. Parecen unos simples cuentos para niños, pero pueden enseñar aún más a los adultos. Por medio de situaciones casi jocosas con animales, La Fontaine nos muestra los pliegues más ondulados de los seres humanos, y nos advierte contra ellos por medio de moralejas.

El zorro, muy usado en sus fábulas, nos descubre el poder de seducción que tiene la palabra. Por su parte, el temible lobo nos alerta a evitar el peligro, y al fiero león, que representa el poder, comprobamos cómo puede ser muy molestado por un simple mosquito. La hormiga, tan querida por La Fontaine, nos enseña el ahorro y la tenacidad. La fábula del zorro y el cuervo, descubre cómo un adulador puede vivir siempre a costillas del adulado. La rana, que no estaba contenta con su apariencia, se hincha hasta morirse. Nuestra vanidad humana se refleja en ese pobre animalito. ¿Quién no ha escuchado aquello de matar a la gallina de los huevos de oro, o ponerle la cascabel al gato? ¿Y la rápida liebre, que pierde la carrera contra la lenta tortuga? Todas estas fábulas de la Fontaine han marcado nuestras vidas haciéndonos reflexionar, primero como niños sin entender mucho, y luego como adultos, comprendiendo la moraleja de cada caso para ubicarnos en el contexto cierto de la naturaleza humana.

Las Fábulas de La Fontaine se convirtieron en un rotundo éxito desde el día de su primera publicación, por el año 1668. Fueron doce libros con 240 fábulas que se terminaron de publicar en 1694. Por más de que en ellas estaban contenidas muchas críticas sociales como, “si le das algo a alguien que no lo merece, lo llorarás siempre”, La Fontaine nunca juzgó. No era su carácter. Él era un hombre libre, orgulloso de poseer todas las carencias humanas. “Yo soy como ustedes”

Pero realmente no era como nosotros, era un genio. Un hombre con una personalidad fuerte y extravagante, que vivió en su mundo alejado del pragmatismo. Abogado, miembro de la prestigiosa Academia Francesa desde el año 1683, se mantuvo por medio de protectores como Fouquet, que uno a uno fueron extinguiéndose. Por eso, murió pobre y solitario en una habitación parisina, el 13 de abril de 1695. Sus restos están enterrados en el cementerio del Pére Lachaise.



@montenegroalvaro
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