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Los insondables misterios de la vida

Los hondos arcanos de la vida han perseguido a los humanos desde el principio de los tiempos, reconociendo que del caldo de la existencia hemos surgido mal cocidos

  • RAFAEL DEL NARANCO

29/01/2023 05:07 am

El astrónomo Johannes Kepler, en su obra sobre los misterios del Cosmos, escrita en 1592, señalaba: “No nos preguntemos qué propósito útil es el canto de los pájaros, cantar es su deseo desde que fueron creados para cantar. Del mismo modo no debemos preguntarnos por qué la mente humana se preocupa por penetrar los secretos de los cielos... La diversidad de los fenómenos de la Naturaleza es tan grande y los tesoros que encierran los cielos tan ricos, precisamente para que la mente del hombre nunca se encuentre carente de su aliento básico.”

Esas palabras son parte del discernimiento que nos embarga cuando nos enfrentamos a los enigmas celestes, al deseo de trascender más allá de los hados, al sabernos diminutos seres individuales.

Somos química pura y aún así, por encima de ella, una prodigiosa entelequia de la extraordinaria creación Cósmica.

Los arcanos de la supervivencia han perseguido a los humanos desde el principio de los tiempos, reconociendo que del caldo de la existencia hemos surgido mal cocidos. Y así continuamos.

Indagamos el sentido de nuestra realidad y encontramos espaciosos pozos repletos de dudas, mientras al día de hoy la ciencia nos enfrenta a una realidad y nosotros nos resistimos a ella: la supervivencia es solamente un elemento químico. No posee alma.

La ciencia actual se ha convertido en dogma, con la salvedad de que la realidad del existir nos sigue vinculando a una creencia irresistible empujada por nuestros miedos, perplejidades y aprensiones.

Hace unas semanas, viendo un retrospectivo programa de televisión, escuchamos hablar al fallecido José Saramago y, lo mismo que en tantas ocasiones, el autor de “Memorial del convento” desnudaba el espíritu humano desmenuzándolo en pedazos.

El novelista negaba la presencia de un ser divino: “No creo en Dios ni en la vida futura, ni en el infierno, ni en el cielo, ni en nada”.

Uno, creyente de la baja tierra hendida, duda que de la nada pueda haber nacido la capacidad intelectual y moral del ser humano, y aún más, a partir de un barro mal cocido, mientras el resto de los animales ninguno de ellos posee un mínimo de raciocinio.

Algunas veces, intentando indagar las dudas de la existencia, creemos que nuestro pequeño mundo es un minúsculo granito de arena sobre una playa inmensa, y Jehová un ser que la va amasando.

El cerebro no está capacitado para comprenderlo, según el razonamiento de Marvin Minsky - el llamado padre de la inteligencia artificial -; por esa razón es comprensible que el universo – su creación y existencia - siga siendo un enigma para toda la eternidad.

Hablar de Dios y del divino soplo en toda alma humana, es tema delicado en cualquier época de nuestra vida. El hombre, al decir de Sartre, está condenado a elegir.

Recuerdo ahora que un día en París, entrevistando al maestro Jesús Soto para la revista Elite, hablamos de varios temas, y en cierto momento salió a la palestra Dios y las religiones y - nunca lo olvidaré- el máximo exponente del arte cinético me expresó de forma tajante:

“Dios no existe. Es imposible que exista…. Si existió antes de todo, hubiera sido el ser más triste del Universo. Sin principios. Sin saber para qué hacer las cosas. Hay que descartar la posibilidad de un Dios que precedió al Cosmos, nuestra realidad. Nuestra realidad física y metafísica: porque creo que la metafísica es la ciencia que no ha podido ser demostrada”.

Yo le enuncié- y eso le agradó - que mi persona creía en Dios por la espontánea razón de que mi madre, todas las noches, le rezaba, y uno sigue por el mismo sendero. A lo mejor no es fe y sí ternura materna. Nos da lo mismo. Es una especie de atadura entre ella y mi persona, el cordón umbilical para unirnos más allá de la propia y solitaria tumba donde se halla inhumada.

Al final, uno puede usurpar las palabras de Máximo Gorki y hacerlas suyas: “¿Existe Dios? Si crees en él, existe; si no crees en él, no existe.” No obstante es un tema permanente en la humanidad, cuando hace más de 4.000 años apareció en el Sinaí la idea de un Jehová único, y a partir de ese instante toda nuestra estructura humana se ha convertido en trompo rodante de ese pensamiento.

Y es que a partir de ese lapso, el “homo erectus”, convertido en el “homo sapiens”, comenzó a enfrentar el instante perentorio de su inflexión moral o en las membranas que ayudan ante los miedos y fracaso. Igualmente, faltaría la ilusión encumbrada en el linde del horizonte de la vida. ¿Terrible? Más que eso: el vacío.

Moshéh ben Maimón, más conocido como Maimónides, judío nacido en la Córdoba andaluza musulmana, exponía: “Solo nos es dado discutir lo que Dios no es”.

En cierto texto nos acordamos de haber leído estas palabras: “El mundo material ha tenido un Curvier, la atmósfera de Newton. Todos conocen, pues, la atracción del mundo material, pero ¿dónde están los Curvier y los Newton del alma?”.

Somos animales racionales con desasosiego, soledad, afectos y animadversiones e infinidad de dudas, siendo así que a estas alturas de nuestra empinada presencia, y apoyados en la misma fe del eremita, nos aferramos a la ilusión de que el alma sea el reflejo del universo en expansión y, que tal vez, no tuvo principio y que quizás no tenga final, no obstante, la ciencia ha venido señalando que todo ha comenzado con una gran explosión, el llamado Bin Bang principio de todo.



rnaranco@hotmail.com

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