La esencia de la vida es ir hacia delante
Existen razones para creer que cada individuo, tiene impreso en su ADN patrones de razonamiento, estructuras mentales blindadas a cualquier intento para conciliar ideas, y se aferran a su lógica personal estableciendo una barrera inexpugnable...
La experiencia de vivir es con frecuencia (más de lo esperado) desmeritada; constantemente estamos anclados en hechos pasados, o enfocados de manera obsesiva en los tiempos por venir dejando de lado el presente; menoscabando potencialidades y esperando el reconocimiento a nuestras ideas para ponerlas en práctica. El entendimiento y la coincidencia entre las personas, no es obligatoriamente un sello de unidad de criterio, mucho menos un indicativo de relación saludable y duradera, según la consideración de una de las figura intelectuales de mayor representatividad en el siglo XX, Sigmund Freud. El padre del psicoanálisis afirmaba con toda la autoridad que le asistía que: “Si dos individuos están siempre de acuerdo en todo, puedo asegurar que uno de los dos piensa por ambos”.
Existen razones para creer que cada individuo, tiene impreso en su ADN patrones de razonamiento, estructuras mentales blindadas a cualquier intento para conciliar ideas, y se aferran a su lógica personal estableciendo una barrera inexpugnable, donde cualquier esfuerzo resulta en tiempo perdido; por ende, se impone racionalizar a partir de necesidades comunes; descartar posturas ideológicas, o intereses doctrinarios pregonados de modo repetitivo desde el poder o los liderazgos organizacionales en cualquiera de sus formas. Muchas veces nos empeñamos en entender posturas que nos resultan alegorías francas a la estulticia, y perdemos tiempo, energía y espacio para la creatividad en empresas que quizás por hastío en otro simula aceptar; no obstante, su laberinto cognitivo ya está codificado en una sola línea de pensamiento, la cual no es compatible con el nuestro.
Intentando entender el estatus psicológico de una persona (con demostrada capacidad intelectual) quien se niega a admitir la desgracia que implican algunos sistemas de gobierno, la inverosimilitud de los argumentos con que intentan justificar fracasos tras fracasos, con mente abierta y sin prejuicios para ubicarme en su propio contexto, pude encontrar un razonamiento propio para un estudio clínico necesario. En medio de la conversación por demás animada y respetuosa; el personaje en cuestión esbozó el motivo único de su causa, que por principio afectivo le induce a que aun reconociendo el deterioro de la calidad de vida de sus seres queridos, es su obligación apoyar todo cuanto le cause daño a lo que su criterio tiene una deuda moral con su familia.
Su razón se remonta a los tiempos de su infancia, y los recuerdos que le marcan; “de mi memoria no se aparta –me dijo –la imagen de mi padre esposado, humillado y vilipendiado; los rostros iracundos de una poblada que le gritaba ofensas como asesino, esbirro y chacal”. Sabiendo que los hechos a que se refiere datan del momento de la caída de la dictadura militar en 1.958, le pregunté por las funciones de su familiar en el gobierno y me respondió que su padre era solamente el “jefe de la seguridad nacional en su ciudad natal”. Comparando su motivación a lo expresado por una alta funcionaria del Estado venezolano quien declaró en términos más o menos: “nuestra razón y meta en el gobierno es vengar la muerte de nuestro padre”. Allí de nuevo se hace oportuna la claridad meridiana de Sigmund Freud: “Hay una historia detrás de cada persona; hay una razón por la que son lo que son. No tan solo porque ellos lo quieren, algo en el pasado los ha hecho así, y algunas veces es imposible cambiarlos”.
Cuando las razones para un comportamiento determinado están asociadas a cicatrices psicológicas, cualquier negociación o búsqueda de entendimiento resulta trunca; el peso de la culpa se traslada a quien responde con justicia o incluso por venganza, acción que reivindica sentimentalmente a quien produjo el primer agravio. Otro fenómeno que impide la racionalidad es la judicialización de la opinión; -realidad que vio luces primigesta en Venezuela, -y que ha sido copiada por legislaciones de otras naciones como Argentina, Nicaragua, Bolivia, Ecuador, Brasil, México y El Salvador, entre otros. En la medida en que las sociedades avanzan, que la información es accesible a mayor número de ciudadanos del mundo, convertir la libre expresión en sujeto de delito, es una forma aberrante de disimular conductas impropias mediante una distorsión del derecho en su función social.
Sin lugar a dudas no habrá jamás un pensamiento único, por tanto se hace necesario ponderar la tolerancia en momentos de tantas vicisitudes. Quienes pretenden dirigir grupos sociales, están en la obligación de ser consecuente con principios básicos de convivencia: quien no quiere que le llamen delincuente, sencillamente no delinque; quien no acepta el calificativo de esbirro, no genera razones para ello en su comportamiento; quien no quiere ser calificado de traidor, no traiciona; y quien exige respeto a su investidura, su uniforme o unos símbolos determinados, debe comenzar por respetarlos primariamente exhibiendo una conducta decorosa y cónsona con los valores que le son propios a su condición. La situación política y social del mundo (considerado civilizado), concede razón al aventajado escritor de la Rusia zarista Fiódor Dostoyevski, quien adelantándose a su tiempo sentenció: “La tolerancia llegará a tal nivel que las personas inteligentes tendrán prohibido pensar para no ofender a los imbéciles”.
En Venezuela, quienes luchamos en el terreno con limitaciones de recursos, con carencias de todo tipo, bajo el estigma de un estado de derecho vulnerable, estamos obligados a entendernos y ello debe ser comprendido y respetado por quienes desde afuera intentan marcar pautas y direccionar acciones; sus aportes no deben ser un estímulo para la discordia o para el celestinaje. Partiendo de las premisas sobre las que hemos reflexionado en este ejercicio del pensar, sabemos no será una tarea sencilla; no obstante, hay que conseguir una senda que favorezca encuentros y auspicie una ruptura con los vicios de algunos liderazgos de papel, creamos como la novelista Agatha Christie que mostrando su experiencia apuntaba: “Aprendí que no se puede dar marcha atrás. Que la esencia de la vida es ir hacia delante. La vida, en realidad, es una calle de sentido único”.
Pedroarcila13@gmail.com
Existen razones para creer que cada individuo, tiene impreso en su ADN patrones de razonamiento, estructuras mentales blindadas a cualquier intento para conciliar ideas, y se aferran a su lógica personal estableciendo una barrera inexpugnable, donde cualquier esfuerzo resulta en tiempo perdido; por ende, se impone racionalizar a partir de necesidades comunes; descartar posturas ideológicas, o intereses doctrinarios pregonados de modo repetitivo desde el poder o los liderazgos organizacionales en cualquiera de sus formas. Muchas veces nos empeñamos en entender posturas que nos resultan alegorías francas a la estulticia, y perdemos tiempo, energía y espacio para la creatividad en empresas que quizás por hastío en otro simula aceptar; no obstante, su laberinto cognitivo ya está codificado en una sola línea de pensamiento, la cual no es compatible con el nuestro.
Intentando entender el estatus psicológico de una persona (con demostrada capacidad intelectual) quien se niega a admitir la desgracia que implican algunos sistemas de gobierno, la inverosimilitud de los argumentos con que intentan justificar fracasos tras fracasos, con mente abierta y sin prejuicios para ubicarme en su propio contexto, pude encontrar un razonamiento propio para un estudio clínico necesario. En medio de la conversación por demás animada y respetuosa; el personaje en cuestión esbozó el motivo único de su causa, que por principio afectivo le induce a que aun reconociendo el deterioro de la calidad de vida de sus seres queridos, es su obligación apoyar todo cuanto le cause daño a lo que su criterio tiene una deuda moral con su familia.
Su razón se remonta a los tiempos de su infancia, y los recuerdos que le marcan; “de mi memoria no se aparta –me dijo –la imagen de mi padre esposado, humillado y vilipendiado; los rostros iracundos de una poblada que le gritaba ofensas como asesino, esbirro y chacal”. Sabiendo que los hechos a que se refiere datan del momento de la caída de la dictadura militar en 1.958, le pregunté por las funciones de su familiar en el gobierno y me respondió que su padre era solamente el “jefe de la seguridad nacional en su ciudad natal”. Comparando su motivación a lo expresado por una alta funcionaria del Estado venezolano quien declaró en términos más o menos: “nuestra razón y meta en el gobierno es vengar la muerte de nuestro padre”. Allí de nuevo se hace oportuna la claridad meridiana de Sigmund Freud: “Hay una historia detrás de cada persona; hay una razón por la que son lo que son. No tan solo porque ellos lo quieren, algo en el pasado los ha hecho así, y algunas veces es imposible cambiarlos”.
Cuando las razones para un comportamiento determinado están asociadas a cicatrices psicológicas, cualquier negociación o búsqueda de entendimiento resulta trunca; el peso de la culpa se traslada a quien responde con justicia o incluso por venganza, acción que reivindica sentimentalmente a quien produjo el primer agravio. Otro fenómeno que impide la racionalidad es la judicialización de la opinión; -realidad que vio luces primigesta en Venezuela, -y que ha sido copiada por legislaciones de otras naciones como Argentina, Nicaragua, Bolivia, Ecuador, Brasil, México y El Salvador, entre otros. En la medida en que las sociedades avanzan, que la información es accesible a mayor número de ciudadanos del mundo, convertir la libre expresión en sujeto de delito, es una forma aberrante de disimular conductas impropias mediante una distorsión del derecho en su función social.
Sin lugar a dudas no habrá jamás un pensamiento único, por tanto se hace necesario ponderar la tolerancia en momentos de tantas vicisitudes. Quienes pretenden dirigir grupos sociales, están en la obligación de ser consecuente con principios básicos de convivencia: quien no quiere que le llamen delincuente, sencillamente no delinque; quien no acepta el calificativo de esbirro, no genera razones para ello en su comportamiento; quien no quiere ser calificado de traidor, no traiciona; y quien exige respeto a su investidura, su uniforme o unos símbolos determinados, debe comenzar por respetarlos primariamente exhibiendo una conducta decorosa y cónsona con los valores que le son propios a su condición. La situación política y social del mundo (considerado civilizado), concede razón al aventajado escritor de la Rusia zarista Fiódor Dostoyevski, quien adelantándose a su tiempo sentenció: “La tolerancia llegará a tal nivel que las personas inteligentes tendrán prohibido pensar para no ofender a los imbéciles”.
En Venezuela, quienes luchamos en el terreno con limitaciones de recursos, con carencias de todo tipo, bajo el estigma de un estado de derecho vulnerable, estamos obligados a entendernos y ello debe ser comprendido y respetado por quienes desde afuera intentan marcar pautas y direccionar acciones; sus aportes no deben ser un estímulo para la discordia o para el celestinaje. Partiendo de las premisas sobre las que hemos reflexionado en este ejercicio del pensar, sabemos no será una tarea sencilla; no obstante, hay que conseguir una senda que favorezca encuentros y auspicie una ruptura con los vicios de algunos liderazgos de papel, creamos como la novelista Agatha Christie que mostrando su experiencia apuntaba: “Aprendí que no se puede dar marcha atrás. Que la esencia de la vida es ir hacia delante. La vida, en realidad, es una calle de sentido único”.
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