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El mejor Mundial es el de la vida

ALEJANDRO ANGULO FONTIVEROS. El terreno se tiñe de sangre no sólo por accidentes sino por actos intencionales para herir a los contrarios, cuyas lesiones no son involuntarias sino delictuosas

  • ALEJANDRO ANGULO FONTIVEROS

12/07/2018 05:00 am

El mundo otra vez disfruta el máximo espectáculo encantatorio –transmitido en vivo a la “Aldea Global” por la magia de la TV satelital– del deporte más bello, popular y emocionante. Es principio de alegrías y tristezas entremezcladas. Es fuente de sosiego y cual bálsamo alivia el sufrimiento de la Humanidad. Hace el invalorable bien de estimular el amor por la Patria, como en muchas escenas del público causó admiración y a mí tristeza por echarlo de menos en la mía. A veces, en algunos países, la derrota causa cataclismos emocionales y hasta suicidios como en Brasil (ojalá no por la injusta derrota de 2018, cuando mereció ganar y encima –pese al nuevo e ideal VAR o arbitraje por vídeo– le birlaron dos penaltis). La gente es harto influida por el fútbol –cuya final es el evento más visto en el planeta– porque los ídolos son modelos de conducta, que son esenciales en la educación y máxime de niños y jóvenes. Los Estados permiten el deporte porque además del fin salutífero tiene el educativo, que sólo se cumple si da buenos ejemplos y por ello se ha de exaltar la competición limpia o “fair play”

Empero, el terreno se tiñe de sangre no sólo por accidentes sino por actos intencionales para herir a los contrarios, cuyas lesiones no son involuntarias sino delictuosas. Los futbolistas tienen derecho a no ser lesionados y aun matados. Se debe exigir al fútbol el respetar tal derecho y, además, el derecho del pueblo a la educación al través de paradigmas éticos. El fútbol, desviado de su esencial oriente noble, es un factor criminógeno por tan maligno cuan ultrapresenciado ejemplo de conducta, que habrá de repercutir en especial en los más jóvenes. 

Es un tema substancial el del influjo del deporte sobre la educación y cómo la perjudica si degrádase a la violencia ilícita; pero por desgracia no interesa a cenáculos de juristas, demás científicos, educadores y periodistas: por excepción se limitan a opinar sobre la ferocidad de los graderíos; pero esa ferocidad nació en las canchas, se incrementó por la impunidad y contagióse a las tribunas, cuya malignidad germinó a partir de la violencia ilegal (a veces criminal e impune casi siempre) en la competición. 

Ahora, en Rusia, otra vez el mundo se contaminó del pésimo ejemplo de ver, en el marco de una escandalosa impunidad, a futbolistas agredirse en toda forma en una competición mixtura de fútbol y UFC o “vale todo”: a la consabida orgía de patadas (Henderson a la cabeza de Falcao, ya caído en el terreno) se agregaron codazos, puñetazos, “tackles” (salvajes entradas) cabezazos (como el de Zidane hace nueve años) y pisotones como el atroz del mejicano Layún al tendido astro brasilero Neymar (al cual –en el Mundial pasado– el colombiano Zúñiga casi lo dejó paralítico por una alevosa agresión que le causó fractura de la tercera vértebra lumbar e incapacidad) quien fue el más bárbaramente golpeado; pero formaron gran alharaca y burla para falsificar la verdad y, así, debilitar su físico y su protección para pegarle con más libertad: por TV (en programa con varios periodistas deportivos y más bufo que analítico) un irresponsable argentino aseguró que “En un juego, ¡a ese Neymar lo parto en dos!”… 

La ley debe proteger la seguridad de los trabajadores o deportistas o futbolistas en su trabajo. “Prima facie” son culpables los árbitros por no proteger a los futbolistas; pero ¿quién protege a los árbitros? Si un árbitro aplica el reglamento como debe ser ¿duraría en su cargo? ¿Quiénes los designan? ¿Quiénes son sus jefes? ¿Quiénes les permiten u ordenan actuar con tánta lenidad? Sostengo que al público le gusta la extrema violencia y el formidable Di Stéfano (cuando lo entrevisté para mi obra “Delito y Deporte” cuando alboreó la década del 90) me dio la razón y agregó que por eso los partidos amistosos “no interesan”. Moralmente son culpables de esa violencia delictual los empresarios o dueños de equipos o autoridades del fútbol (desde 2015 hay el “FIFA Gate” o mega caso de corrupción). Y cabe discutir si también penalmente… El permitir esa gran violencia va en pro de ganancias y en holocausto del humanitarismo: en Bruselas (1985) ingleses (Liverpool) mataron a cuarenta italianos (Juventus) y la final (Champion) ¡se jugó como si no hubiera pasado nada! 

Aparte de la deportiva hay otra competencia, la que concierne a la vida propia, en que a diario se juega el verdadero ranking de la grandeza humana. Es en ese otro Mundial, el de la vida. El del saber; el no animado por fanfarrias ni público; el silencioso y solitario; el del estudio. El de la constante competencia por conocer más y ser mejor; por enseñar al mayor número de personas y saber sacar máximo provecho a los recursos naturales. En la lucha por la vida, en general, el mejor competidor y en verdad más admirable es quien la libra con integridad, sin conductas ni ventajas indebidas y mucho menos delictuosas, para así sostenerse a sí propio y a su familia, con un próvido ejemplo de vida honrada y por el bien

aaf.yorga@gmail.com 
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