Una visión de la diplomacia desde Maquiavelo
Esta nueva concepción del Estado moderno, de la ciencia política, de la “Real Politik”, y de las relaciones formales eminentes entre Estados, lega otro gran rasgo maquiavélico, hoy considerado como medular en la comprensión de la realidad política
Nicolás Maquiavelo, filósofo político, diplomático y escritor italiano, considerado padre de la ciencia política moderna, cuyos aportes a la ciencia política son reconocidos por el gran espectro de corrientes politológicas, siendo la diplomacia y las relaciones internacionales una parte fundamental de su vida y obra. Gaétan de Raxis de Flassan, autor de la obra “Historia de la Diplomacia Francesa”, publicada en 1811 nos ofrece una definición moderna de lo que significa la diplomacia; “Diplomacia es la ciencia de las relaciones exteriores de los Estados, que tiene por base los diplomas o actos escritos procedentes de los soberanos”; con el tiempo esta definición se ha ampliado pero el mandato en esencia se preserva, y que en la praxis de las Relaciones Internacionales en la actualidad, los perceptos del gran estadista florentino ganan vigencia.
Si bien Maquiavelo no escribió una obra titulada “El Arte de la Diplomacia”, a imagen de “El Arte de la Guerra”, a lo largo de la obra de Nicolás Maquiavelo se pueden encontrar rastros de la impronta que dejó la experiencia diplomática de Maquiavelo en su pensamiento, y sobre todo, como perfiló a través de sus ideas, escritos y acciones la teoría y praxis de las relaciones internacionales en la Edad Moderna, cuyos rasgos son aún tangibles hoy.
Antes del Siglo XV, la diplomacia carecía de un canon fundamental de comportamiento y funciones; carecía de normas de funcionamiento y podría ser catalogada como una diplomacia de carácter ambulante tal como lo explica el profesor y político español Rafael Calduch (1993). El Siglo XV supuso una regeneración total en el ordenamiento de este campo, inscrito por supuesto en la evolución radical de la ciencia política, donde Nicolás Maquiavelo fue un actor central. Tras la caída de Girolamo Savonarola (1498) fue nombrado secretario de la Segunda Cancillería encargada de los Asuntos Exteriores y de la Guerra de la ciudad, cargo que ocupó hasta 1512 y que le llevó a realizar importantes misiones diplomáticas ante el rey de Francia, el emperador Maximiliano I de Habsburgo y César Borgia, entre otros.
Al respecto Calduch (1993) explica que durante el Renacimiento la diplomacia se convirtió en permanente. “Lo que exigió que los países confiriesen un grado de estabilidad y duración a sus relaciones diplomáticas mediante el establecimiento de misiones diplomáticas permanentes. Ello era una consecuencia directa de la concurrencia de nuevos factores internacionales entre los que destacan: la emergencia de los modernos Estados europeos, el nacimiento de un nuevo sistema de relaciones económicas capitalistas y la expansión ultramarina, que puso en contacto a las principales potencias europeas con los grandes imperios de Extremo Oriente y del continente americano. Estas nuevas condiciones políticas y económicas del mundo internacional exigían una básica institucionalización de la acción exterior de las monarquías, que necesitaban unos órganos permanentes de representación y unos canales oficiales de comunicación e información ante las autoridades de terceros países.” (p.1-2)
Las misiones diplomáticas se fueron asentando, y producto de la experiencia de los funcionarios que eran enviados, se empezaron a formular pautas de comportamientos y funciones bien definidas, dentro del intrincado contexto de las relaciones políticas que imperaban entre los reinos y repúblicas italianas propios del S. XV.
Es interesante mencionar que tal como lo señala Calduch (1993), fue la Santa Sede en la Edad Media, a través de la instalación de Nunciaturas Apostólicas, la que adoptó la costumbre de enviar misiones diplomáticas permanentes. Aquí resulta interesante contrastar la diplomacia Maquiavélica con la opinión posterior de la Iglesia, en particular a través de la visión del Papa Pablo VI (1968); en el siguiente fragmento del discurso de año nuevo de Su Santidad al cuerpo diplomático, se tiene una visión negativa de esa diplomacia maquiavélica:
“Es verdad que existe cierta forma de diplomacia que sería bueno considerar como superada y abolida. Es aquella a la que quedó unida en la historia el nombre del demasiado célebre gentilhombre florentino Nicolás Maquiavelo; la que se podría definir como "el arte de triunfar a todo precio", aún a costa de la moral; aquella cuya única instancia es el interés, el único método la habilidad, la única justificación el éxito; aquella que, desde entonces, no vacila en servirse de la palabra, no para expresar sino para disfrazar el pensamiento; la que, en la acción, no retrocede ante el uso de la intriga, de la astucia, del engaño.”
Pese a esto Maquiavelo señala una y otra vez la importancia de las Embajadas y dictamina un elemento crucial en su obra “Discurso sobre los asuntos de Alemania y sobre el Emperador”, en Escritos Políticos Breves donde el ilustre florentino explica:
“El papel más importante que se le encomienda a un legado que está fuera de su país al servicio de un príncipe o de una república es el de hacer conjeturas acertadas sobre lo que puede suceder en el futuro, tanto respecto a las negociaciones como a los acontecimientos, porque el que conjetura con tino e informa a su superior como conviene, le brinda la ocasión para que éste pueda prever las situaciones y prepararse con el debido tiempo.” (p.34)
Esta nueva concepción del Estado moderno, de la ciencia política, de la “Real Politik”, y de las relaciones formales eminentes entre Estados, lega otro gran rasgo maquiavélico, hoy considerado como medular en la comprensión de la realidad política, y particularmente en la vida diplomática, a saber, la flexibilidad de las acciones, la transformación y dinamismo de la política, y la necesidad de la adaptabilidad de las teorías y la praxis.
Dylanjpereira01@gmail.com
Si bien Maquiavelo no escribió una obra titulada “El Arte de la Diplomacia”, a imagen de “El Arte de la Guerra”, a lo largo de la obra de Nicolás Maquiavelo se pueden encontrar rastros de la impronta que dejó la experiencia diplomática de Maquiavelo en su pensamiento, y sobre todo, como perfiló a través de sus ideas, escritos y acciones la teoría y praxis de las relaciones internacionales en la Edad Moderna, cuyos rasgos son aún tangibles hoy.
Antes del Siglo XV, la diplomacia carecía de un canon fundamental de comportamiento y funciones; carecía de normas de funcionamiento y podría ser catalogada como una diplomacia de carácter ambulante tal como lo explica el profesor y político español Rafael Calduch (1993). El Siglo XV supuso una regeneración total en el ordenamiento de este campo, inscrito por supuesto en la evolución radical de la ciencia política, donde Nicolás Maquiavelo fue un actor central. Tras la caída de Girolamo Savonarola (1498) fue nombrado secretario de la Segunda Cancillería encargada de los Asuntos Exteriores y de la Guerra de la ciudad, cargo que ocupó hasta 1512 y que le llevó a realizar importantes misiones diplomáticas ante el rey de Francia, el emperador Maximiliano I de Habsburgo y César Borgia, entre otros.
Al respecto Calduch (1993) explica que durante el Renacimiento la diplomacia se convirtió en permanente. “Lo que exigió que los países confiriesen un grado de estabilidad y duración a sus relaciones diplomáticas mediante el establecimiento de misiones diplomáticas permanentes. Ello era una consecuencia directa de la concurrencia de nuevos factores internacionales entre los que destacan: la emergencia de los modernos Estados europeos, el nacimiento de un nuevo sistema de relaciones económicas capitalistas y la expansión ultramarina, que puso en contacto a las principales potencias europeas con los grandes imperios de Extremo Oriente y del continente americano. Estas nuevas condiciones políticas y económicas del mundo internacional exigían una básica institucionalización de la acción exterior de las monarquías, que necesitaban unos órganos permanentes de representación y unos canales oficiales de comunicación e información ante las autoridades de terceros países.” (p.1-2)
Las misiones diplomáticas se fueron asentando, y producto de la experiencia de los funcionarios que eran enviados, se empezaron a formular pautas de comportamientos y funciones bien definidas, dentro del intrincado contexto de las relaciones políticas que imperaban entre los reinos y repúblicas italianas propios del S. XV.
Es interesante mencionar que tal como lo señala Calduch (1993), fue la Santa Sede en la Edad Media, a través de la instalación de Nunciaturas Apostólicas, la que adoptó la costumbre de enviar misiones diplomáticas permanentes. Aquí resulta interesante contrastar la diplomacia Maquiavélica con la opinión posterior de la Iglesia, en particular a través de la visión del Papa Pablo VI (1968); en el siguiente fragmento del discurso de año nuevo de Su Santidad al cuerpo diplomático, se tiene una visión negativa de esa diplomacia maquiavélica:
“Es verdad que existe cierta forma de diplomacia que sería bueno considerar como superada y abolida. Es aquella a la que quedó unida en la historia el nombre del demasiado célebre gentilhombre florentino Nicolás Maquiavelo; la que se podría definir como "el arte de triunfar a todo precio", aún a costa de la moral; aquella cuya única instancia es el interés, el único método la habilidad, la única justificación el éxito; aquella que, desde entonces, no vacila en servirse de la palabra, no para expresar sino para disfrazar el pensamiento; la que, en la acción, no retrocede ante el uso de la intriga, de la astucia, del engaño.”
Pese a esto Maquiavelo señala una y otra vez la importancia de las Embajadas y dictamina un elemento crucial en su obra “Discurso sobre los asuntos de Alemania y sobre el Emperador”, en Escritos Políticos Breves donde el ilustre florentino explica:
“El papel más importante que se le encomienda a un legado que está fuera de su país al servicio de un príncipe o de una república es el de hacer conjeturas acertadas sobre lo que puede suceder en el futuro, tanto respecto a las negociaciones como a los acontecimientos, porque el que conjetura con tino e informa a su superior como conviene, le brinda la ocasión para que éste pueda prever las situaciones y prepararse con el debido tiempo.” (p.34)
Esta nueva concepción del Estado moderno, de la ciencia política, de la “Real Politik”, y de las relaciones formales eminentes entre Estados, lega otro gran rasgo maquiavélico, hoy considerado como medular en la comprensión de la realidad política, y particularmente en la vida diplomática, a saber, la flexibilidad de las acciones, la transformación y dinamismo de la política, y la necesidad de la adaptabilidad de las teorías y la praxis.
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