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Reflexiones ineludibles en diciembre

Renunciar al predio que nos vio surgir a la existencia, es una de las fatalidades más difíciles, por no decir imposibles, de asimilar. El desterrado, al partir, lleva en la piel insondables desgarros

  • RAFAEL DEL NARANCO

04/12/2022 05:07 am

Nos hallamos ante otro diciembre que desmantela nuestro espíritu en un tiempo desaforado, y sobre él, en el presente desgobierno, se despedazan millares de compatriotas que se hallan repartidos desde la frontera de Estados Unidos, y bajan de México a la Patagonia, mientras en Europa se esparcen sobre Portugal, España, Italia y Grecia, dentro del mayor exilio que ha tenido Venezuela desde la llegada de Cristóbal Colón al nuevo mundo.

De haber sido el puerto de La Guaira malecón abierto a los expatriados de medio mundo que llegaron a las costas venezolanas inundados de anhelos, nos hemos convertido hoy en apesadumbrados desterrados.

El mar Mediterráneo, piélago de las civilizaciones greco-romanas con los amplios ramales del antiguo Egipto y Mesopotamia, uniéndose a lo largo de las centurias iberos, celtas y pueblos germánicos, pasando por el judaísmo y cristianismo, sin olvidar en medio de ellos a incas, mayas y aztecas, nuestra tierra bolivariana, no supo germinar los valores democráticos para levantar nuestra dignidad como pueblo.

La palabra patria es utilizada en boca de los politiqueros con el fin de convencer a los ignaros de dar su vida por ella. El Dirigente Supremo machaca una y otra vez que la revolución es armada y que el pueblo – en sentido de posesión - derramaría su sangre hasta el último aliento al momento de protegerla.

Lord Acton, en su ensayo basado en la libertad y el poder, hizo suya la pregunta: “¿Es el patriotismo el último refugio de los miserables?”. Quizás muchos lo crean, al existir ejemplos devastadores en la historia reciente.

Toda exaltación sectaria es un nacionalismo encolerizado que alguna izquierda emergente aprovecha a favor de su propia mitomanía, sembrada de quiméricos conceptos. En él siempre imperan las pasiones sobre la razón y sirven de comodín para manejar tenazmente a las masas y moldear el sentido de nación.

Renunciar al predio que nos vio surgir a la existencia, es una de las fatalidades difíciles, por no decir imposibles, de asimilar. El desterrado, al partir, lleva en la piel insondables desgarros.

Emigrar es una asignatura que solamente se aprende con incertidumbre, soledad y lamentos. Cada hombre o mujer que sale de su terruño – la mayoría únicamente con lo puesto - va tachonado por subterráneos requiebros, y esa travesía efervescente estruja el espíritu.

Cada ola del mar, y las extensas calzadas, son narradores de fábulas empujadas por un soplo marino moteado con heterogéneos nombres. Ahora mistral, más tarde tramontana, al cruzar las columnas de Hércules entre Gibraltar y Ceuta, lo llaman vendaval y con esa ventolera se va convirtiendo un poco más allá en levante, siroco o jamsin, mientras cada uno de esos céfiros ha ido marcado la punzante tragedia de los expatriados, una fatalidad que desgraciadamente Venezuela, que siempre ha sido a lo largo de sus historia receptor de expatriados, refleja ahora en sus propias carnes, la odisea de tener que ver salir de la heredad amada a cientos y cientos de compatriotas.

Jamás el país en su historia ha padecido esa lacra que es reflejo quejumbroso de la desmesurada acción política del régimen actual.

En estas navidades criollas, se volverá a representar la catástrofe inhumana de más de cinco millones de compatriotas – el éxodo más amplio de nuestra historia - arrastrando pies, angustia, soledades, anhelos rotos y miedos, en busca de protección y auxilio.

Algunos, muy pocos, han regresado, al ser el exilio la encarnizada angustia cuando su tierra de nacencia abandona a sus hijos a las tempestades del desarraigo.

Renunciar al lar que nos vio surgir, es una de las fatalidades más difíciles, por no decir imposibles, de asimilar. Y es que la penuria de ahora mismo, hincada en el desbarajuste social que impera y azota la nación, hace que hasta el aliento del exiliado posea sabor a sangre coagulada.

El expatriado, al partir, lo deja todo marcado por profundos desgarros.

Cuesta inconmensurablemente emigrar, al ser una asignatura que solamente se aprende con incertidumbres, temores, soledad, y lágrimas a granel.

Todo exiliado termina siendo de ninguna parte. Se halla tajantemente dividido “entre dos orillas”: Su nueva tierra el pedazo de frontera que consigue encontrar.

En medio de este sudario, los coterráneos que se han quedado en el lar materno, conservan aún el ansia de que un cambio de timón político en el país, enderezaría la barcaza que trasporta las turbulencias de la nación, mientras agarrados a esa chalupa, siguen a flote, aunque tengan las entrañas rasgadas y un sudor frente a un turbulento cauce quimérico de cruzar.

Mientras, miles de venezolanos que hoy circundan en cado uno de los rincones del continente latinoamericano y las tierras de Europa, dirán al unísono con señales anhelantes:

“En el año 2023 que llega, retornaremos a nuestro predio amado”. Sin duda, habrá de ser un deslumbramiento vivencial repleto de esperanzas, ya que el céfiro de las dificultades se encargará de hacer días ilusionados que el Gobierno y la oposición democrática tendrán el deber moral de concebirlos posibles.

Una expectativa de intrepidez, valentía, y un considerable pundonor sobre acuerdos políticos, están sobre una mesa para inquirir un ineludible entendimiento.



rnaranco@hotmail.com
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