Ser alguien con quien se pueda contar
A pesar de que en estos tiempos para muchos esta temporada tiene una finalidad netamente comercial, eso no debe minimizar en nada la importancia de la Navidad para quienes creemos en su verdadero significado
Estamos empezando un mes muy especial del año, Diciembre, aunque antes que nada quisiera expresar mis sentimientos de consideración y respeto a quienes hayan perdido seres queridos, o hayan tenido un tiempo muy difícil por cualquier circunstancia en una época como esta. A pesar de que en estos tiempos para muchos esta temporada tiene una finalidad netamente comercial, eso no debe minimizar en nada la importancia de la Navidad para quienes creemos en su verdadero significado. Que no es otro que la época cuando se ha convenido en conmemorar el evento más sobresaliente de la Historia: que el “Amor” en persona vino a este mundo. Por ello, a continuación una historia que resalta lo que el amor verdadero puede llegar a hacer en nuestras vidas, y que aunque dicha historia narra hechos que no son usuales, cualquiera puede decidir tomar acciones únicamente por amor, que de verdad hagan una diferencia en la vida de otra o de otras personas…en realidad es cuestión de decidirse a comenzar con lo que sea que esté en nuestras posibilidades:
“En una visita al Sahara en 1883, un rico joven francés llamado Charles Eugène, vizconde de Foucauld, quedó cautivado por el desierto y sus habitantes. Dejando atrás el dinero y su posición social, se ordenó sacerdote, y en 1902 instaló una misión en Tamanghasset, al sur de Argelia.
Allí, pasando grandes privaciones, dedicó su vida a los tuareg. Los tuaregs son un pueblo bereber de tradición nómada del desierto del Sáhara. Su población se extiende por seis países africanos: Argelia, Libia, Níger, Malí, Mauritania y Burkina Faso. Charles fue para ellos médico, proveedor en momentos de escasez y amigo. Vivió entre los altos riscos de Ahaggar, donde se construyó una ermita. En 1916 fue asesinado, probablemente no de modo intencional, durante un alzamiento ocurrido en Tamanghasset.
En una ocasión Ahmud, quien trabajaba como guía, conducía a unos visitantes a la cumbre de Assekrem en las montañas de Ahaggar. Después del amanecer, Ahmud llevó al grupo cerca de una choza en la montaña. Uno de los viajeros señaló:
−Pareciera que alguien vivió aquí.
−Ah sí −respondió Ahmud, con la vista perdida en la distancia, como si reviviera un momento muy emotivo. Era la ermita de un querido amigo de nuestro pueblo. Aunque ha muerto, su bondad hacia nuestra tribu sigue viva en nuestro recuerdo.
− ¿Qué hacía él?
−Venía de tierras lejanas, como ustedes. Era rico y poseía mucho oro, pero lo renunció todo para vivir con nosotros y ayudar a nuestro pueblo.
− ¿Por qué hizo eso? –le preguntaron.
−Nosotros nos preguntábamos lo mismo. En realidad, fue un milagro que viniera. No sé si sabrán que la palabra árabe tuareg significa dejado de la mano de Dios. A veces nos hemos sentido así. Sobre todo cuando no llueve en varios años y no encontramos agua ni pastos para nuestros rebaños. Hubo un tiempo en que éramos un gran pueblo. Vivíamos de asaltar caravanas y comerciar en oro, marfil y esclavos. Eso era hace tiempo. Ahora somos pobres y venidos a menos. Muchos han muerto en la hambruna sin esperanza.
−Nos sorprendió que alguien quisiera vivir en esta tierra. Nosotros nacimos aquí, pero nuestro amigo decidió dejar su rico país para estar con nosotros. Explicó que Dios le había hablado al corazón pidiéndole que nos manifestara su amor para que supiéramos que no nos había abandonado. Les contaré una anécdota:
−En una ocasión, me perdí en una tormenta de arena y no podía volver a mi casa. Me había caído del camello y no podía caminar. La arena me azotaba sin misericordia. Pensé que moriría. Entonces sentí dos brazos que me levantaban y me traían hasta esta cabaña. Él me dio de comer y de beber y me curó las heridas.
−Le pregunté por qué arriesgó su vida para salvarme, y contestó que lo motivaba el amor de Dios. Me dijo que cuando somos bondadosos con el prójimo manifestamos la bondad de Dios.
−Me habló del amor de Dios y de Al Massih, el Mesías, que fue enviado desde el Cielo para salvarnos de nuestro sufrimiento y es el agua de vida. Mi amigo dijo que venía en Su nombre, y que si bebía del pozo de vida de Al Massih jamás volvería a tener sed.
−Cuando vi la bondad de mi amigo, creí lo que me decía. Percibí el amor del que hablaba cuando visitó a mi hermano y lo ayudó a salir de la cárcel; cuando asistió en el parto de la esposa de mi amigo; cuando ayudó a nuestra aldea a estudiar dónde cavar un pozo y cómo depurar el agua; cuando componía los huesos fracturados para que ninguno quedara inválido; cuando le contaba mis penas y no me rechazaba, sino que me acogía como a un hermano. Ahora también creo en Al Massih, y quiero manifestar su amor.
En un instante Ahmud se levantó y dijo:
−Es hora de partir.
− Gracias por contarnos esa parte de su vida. Cuando volvamos a nuestro país nos llevaremos este recuerdo en el corazón −aseguró respetuoso un caminante.
−Es lo que él habría querido.” Curtis Peter Van Gorder
@viviendovalores
@agusal77
“En una visita al Sahara en 1883, un rico joven francés llamado Charles Eugène, vizconde de Foucauld, quedó cautivado por el desierto y sus habitantes. Dejando atrás el dinero y su posición social, se ordenó sacerdote, y en 1902 instaló una misión en Tamanghasset, al sur de Argelia.
Allí, pasando grandes privaciones, dedicó su vida a los tuareg. Los tuaregs son un pueblo bereber de tradición nómada del desierto del Sáhara. Su población se extiende por seis países africanos: Argelia, Libia, Níger, Malí, Mauritania y Burkina Faso. Charles fue para ellos médico, proveedor en momentos de escasez y amigo. Vivió entre los altos riscos de Ahaggar, donde se construyó una ermita. En 1916 fue asesinado, probablemente no de modo intencional, durante un alzamiento ocurrido en Tamanghasset.
En una ocasión Ahmud, quien trabajaba como guía, conducía a unos visitantes a la cumbre de Assekrem en las montañas de Ahaggar. Después del amanecer, Ahmud llevó al grupo cerca de una choza en la montaña. Uno de los viajeros señaló:
−Pareciera que alguien vivió aquí.
−Ah sí −respondió Ahmud, con la vista perdida en la distancia, como si reviviera un momento muy emotivo. Era la ermita de un querido amigo de nuestro pueblo. Aunque ha muerto, su bondad hacia nuestra tribu sigue viva en nuestro recuerdo.
− ¿Qué hacía él?
−Venía de tierras lejanas, como ustedes. Era rico y poseía mucho oro, pero lo renunció todo para vivir con nosotros y ayudar a nuestro pueblo.
− ¿Por qué hizo eso? –le preguntaron.
−Nosotros nos preguntábamos lo mismo. En realidad, fue un milagro que viniera. No sé si sabrán que la palabra árabe tuareg significa dejado de la mano de Dios. A veces nos hemos sentido así. Sobre todo cuando no llueve en varios años y no encontramos agua ni pastos para nuestros rebaños. Hubo un tiempo en que éramos un gran pueblo. Vivíamos de asaltar caravanas y comerciar en oro, marfil y esclavos. Eso era hace tiempo. Ahora somos pobres y venidos a menos. Muchos han muerto en la hambruna sin esperanza.
−Nos sorprendió que alguien quisiera vivir en esta tierra. Nosotros nacimos aquí, pero nuestro amigo decidió dejar su rico país para estar con nosotros. Explicó que Dios le había hablado al corazón pidiéndole que nos manifestara su amor para que supiéramos que no nos había abandonado. Les contaré una anécdota:
−En una ocasión, me perdí en una tormenta de arena y no podía volver a mi casa. Me había caído del camello y no podía caminar. La arena me azotaba sin misericordia. Pensé que moriría. Entonces sentí dos brazos que me levantaban y me traían hasta esta cabaña. Él me dio de comer y de beber y me curó las heridas.
−Le pregunté por qué arriesgó su vida para salvarme, y contestó que lo motivaba el amor de Dios. Me dijo que cuando somos bondadosos con el prójimo manifestamos la bondad de Dios.
−Me habló del amor de Dios y de Al Massih, el Mesías, que fue enviado desde el Cielo para salvarnos de nuestro sufrimiento y es el agua de vida. Mi amigo dijo que venía en Su nombre, y que si bebía del pozo de vida de Al Massih jamás volvería a tener sed.
−Cuando vi la bondad de mi amigo, creí lo que me decía. Percibí el amor del que hablaba cuando visitó a mi hermano y lo ayudó a salir de la cárcel; cuando asistió en el parto de la esposa de mi amigo; cuando ayudó a nuestra aldea a estudiar dónde cavar un pozo y cómo depurar el agua; cuando componía los huesos fracturados para que ninguno quedara inválido; cuando le contaba mis penas y no me rechazaba, sino que me acogía como a un hermano. Ahora también creo en Al Massih, y quiero manifestar su amor.
En un instante Ahmud se levantó y dijo:
−Es hora de partir.
− Gracias por contarnos esa parte de su vida. Cuando volvamos a nuestro país nos llevaremos este recuerdo en el corazón −aseguró respetuoso un caminante.
−Es lo que él habría querido.” Curtis Peter Van Gorder
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