Es importante señalar la profunda crisis ideológica que vivió la sociedad europea e hispanoamericana durante finales del S.XVIII y el S. XIX. La acción de la Ilustración se hizo notar a través de la crítica a las instituciones feudales propias del Antiguo Régimen.

Pensadores como Voltaire, Montesquieu o Rousseau, atacaron el predominio ideológico de la Iglesia, defendieron la división de poderes y abogaron por la soberanía nacional y la igualdad legal de todos los ciudadanos. La independencia de las colonias británicas de Norteamérica y el consiguiente nacimiento de un nuevo Estado fundamentado en las ideas liberales, constituyó un ejemplo palpable de que podía llevarse a la práctica lo que hasta entonces habían sido meras ideas difundidas a través de las tertulias de salón, los panfletos o los escritos filosóficos. En efecto muchos han señalado el error de España como reino absolutista colonizador de apoyar la independencia de una colonia como lo fue la independencia de EEUU.

Sin embargo, autores como John Lynch (s.f.) contradicen en cierto grado esta postura, al afirmar que “el nuevo americanismo tuvo un poder más fuerte que la Ilustración. Las ideas de los philosophes franceses, su crítica a las instituciones sociales, políticas y religiosas contemporáneas y su concepto de la libertad humana no eran desconocidos en el mundo hispánico, aunque no contaban con una aceptación universal, y la mayoría de la gente continuaba siendo de convicción católica y fiel a la monarquía absoluta.” (Lynch, s.f., p.34).

El autor insiste en que reformas emprendidas como las de Carlos III en 1776, tenían poco que ver con la Ilustración, así como el hecho que en Hispanoamérica los valores y las estructuras permanecieron estáticas. “En este contexto se puede cuestionar si el término «Ilustración» o incluso «reforma» son apropiados para describir la política imperial española o a su entorno ideológico en el período de 1765-1810.” (Lynch, s.f. p.34)

Pero lo cierto es que Hispanoamérica no era ajena al valor concedido al conocimiento útil, los intentos de mejorar la producción a través de las ciencias aplicadas, la creencia en la benéfica influencia del Estado y la modernización tecnológica. La América española pudo conocer la nueva filosofía directamente de sus fuentes originales en Inglaterra, Francia y Alemania, ya que la literatura de la Ilustración circulaba con relativa libertad.

Es un hecho que las élites criollas adoptaron una actitud independiente ante las ideas e instituciones heredadas durante la colonia, asumiendo como propio preceptos del racionalismo, y una actitud en pro de la razón frente a la autoridad divina de la Corona, de rebeldía frente a la tradición, por la ciencia frente a las tesis teocentristas y adámicas, que podemos encontrar en la obra de Hobbes o Locke. Ahora bien Lynch matiza esto como agentes de transformación y reforma y no de destrucción.

El propio Simón Bolívar, como lo explica el historiador y profesor Elías Pino Iturrieta, gozó de educación liberal, era un ávido lector y se empapó de estas ideas y planteamientos en extensos viajes por Europa en especial de los ingleses, aunque también consumió las ideas de autores como Rosseau; de hecho algunos pensadores, politólogos e historiadores, han establecido un paralelismo entre la figura del Legislador rosseauniano y el propio Bolívar. En definitiva proliferó un nuevo marco axiológico que daba paso a la lucha por la independencia, de amor y casi culto por la razón, la libertad y una actitud revolucionaria ante orden que le duró toda la vida.

Todo esto fue gestando un nuevo entorno intelectual subversivo al Antiguo Régimen que trascendió e inspiró a los movimientos emancipadores. “La aristocracia Americana de principios del Siglo XIX, tenía una visión bastante acertada de la realidad colonial, de la situación coyuntural de España, de su carácter clasista y gran madurez jurídica, lo que le permitió crear un pensamiento político con plena claridad de deberes y derechos que los condujo a emprender la búsqueda de la justicia para sus pueblos.” (Báez, s.f. p.205)

Durante y después de las guerras de independencia se rompe el “pacto colonial” de sociedad jerarquizada del periodo colonial y se emprende el camino por integrar no sólo en lo jurídico los diferentes grupos sociales y si se quiere la construcción posterior de proyectos nacionales de Estados-nación.

En el caso de Venezuela, en el acta del 19 de abril se empieza a desdibujar las fronteras del colonialismo y la sociedad colonial entrará en crisis paulatina y sistémicamente. En el acta ya se evidencian las intenciones emancipadoras del proyecto político que se gestaba en el seno de la élite criolla, justificada además por la “orfandad” de un pueblo de “erigir en el seno mismo de estos países un sistema de gobierno que supla las enunciadas faltas, ejerciendo los derechos de la soberanía, que por el mismo hecho ha recaído en el pueblo, conforme a los mismos principios de la sabia Constitución primitiva de España, y a las máximas que ha enseñado y publicado en innumerables papeles la junta suprema extinguida”;

El espíritu de 1810, que se “radicalizaría” y consumaría el 5 de julio de 1811, apela al derecho natural de los pueblos, donde se aprecia una alusión clara al tomismo heredado de la escolástica tardía y de Hobbes y Locke en una expresión más moderna, para el nacimiento de un sistema de gobierno, para la expresión de la autarquía en el seno de este “pueblo”. Comprendamos está herencia para aprehender las lecciones de una ontologia latinoamericana que sigue gestandose y será detemrinante para poder proseguir en una agenda regional que tienda al bien común.

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