El más importante economista del siglo XXI acaba de publicar su nuevo libro, Breve historia de la igualdad. A diferencia de sus anteriores obras, Capital en el siglo XX y Capital e ideología, cada una de más de mil páginas, Thomas Piketty en ésta no pasa de las doscientas; pero, como en todas, cada palabra y sobre todo cada gráfico y tabla dicen.

El economista francés, que a nadie esconde sus posiciones de izquierda, se destaca entre los pensadores de ese sector, de hecho de casi todos los sectores, porque sus análisis y propuestas están basados en una data que cubre siglos, a veces milenios, y países y continentes enteros. Su foco es la distribución de la riqueza y de la renta.

Basta leer pocas páginas, casi en cada una hay un gráfico o una tabla llena de cifras y ratios (sobre, por ejemplo, la proporción de ingresos entre los siervos de la gleba y los señores feudales en la Francia del siglo XV), para que los prejuicios, eslóganes y leyendas se derrumben de inmediato. Por ejemplo, desde que es posible hacer conjeturas medianamente plausibles (500 a. C) y hasta 1914, menos del 5% de la población poseía más del 90 % de la riqueza, representada hasta hace pocos siglos casi exclusivamente por la tierra. O sea, toda la humanidad era pobrísima y había unos poquísimos Bezos o Gates que eran dueños de todo.

La revolución industrial y el capitalismo aumentan espectacularmente la riqueza, más de 20 veces sólo en el siglo XIX, pero la distribución se mantenía inicua, incluso empeoró. El 1% más rico de Francia llegó a concentrar en 1910 más del 80% de todas las propiedades de cualquier tipo del país. A partir de 1914 comienza un cambio que Piketty llega a llamar antropológico, que llevó en pocas décadas, a finales de los cuarenta, a la aparición de la clase media. Piketty lo demuestra, pues de esa proporción de 90% de los activos en manos del 1% más rico, se pasa a que el 10% más rico poseía el 20% de la riqueza y esa emergente clase media, el 40% siguiente, era dueña de casi el 80% restante. La mitad más pobre de la población seguía siendo, como ya lo era desde hacía milenios, pobrísima, prácticamente no era propietaria de nada.

Piketty alaba este cambio espectacular, y lo atribuye a dos grandes factores, la tributación progresiva y al Estado social (salud y educación para todos). La progresividad fiscal, los ricos pagan proporcionalmente más que los pobres, logró aumentar el gasto público de menos del 10% del PIB a casi 40%, mejorando las condiciones de vida de esa nueva clase media y permitiéndoles entonces aumentar su renta y sus propiedades. La renta de los más pobres también aumentó mucho, pero no en la misma proporción.

Esta redistribución, nunca vista en la historia de la humanidad, se estancó en los años ochenta del siglo pasado, básicamente porque la tributación progresiva se eliminó; de hecho, el 0,1% más rico de los países más ricos prácticamente no paga impuestos (Trump ni siquiera los hace públicos). Eso explica para Piketty la enorme polarización de las sociedades en todo el mundo. Apunta, además, que en esa etapa de mayor igualdad ente 1950 y 1980 el PIB mundial creció al doble de ritmo de lo que lo ha hecho desde entonces. La igualdad, pues, no sólo es un imperativo moral, sino una gran fuente de eficiencia económica.

El libro termina con sus propuestas, dirigidas sobre todo a esa mitad de la población más pobre que sigue sin ser dueña de nada. Regreso a la progresividad fiscal, indemnizaciones de las potencias imperiales a sus ex colonias, mayor participación laboral en la dirección de las empresas, un poco al estilo alemán, etc.

En definitiva, hay que leer a Piketty.

@glinaresbenzo