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Toca ahora hablar de fútbol

Los migrantes que construyeron los modernos estadios para la Copa Mundial de Fútbol que se celebra en Qatar, para encumbrarlo, han sufrido abusos y explotación… mientras la FIFA obtiene fabulosos beneficios

  • RAFAEL DEL NARANCO

27/11/2022 05:07 am

En Qatar se desarrolla ahora el Campeonato Mundial de Fútbol, ese juego cuyo conocido sistema de 4-3-3, consiste situar sobre la grama cuatro defensas, tres centrocampistas y tres delanteros, como bien saben los apasionados del balompié.

Visto así, es un juego matemático, auque no obstante su resultado no suele ser exacto ya que en medio de ese campo se levanta arrojo, fogosidad y destellos a granel. Añadamos a ello coraje e inteligencia a partes iguales.

En estos momentos, la polémica está servida debido al que el país sede del campeonato, es un lugar que no destaca precisamente por su respeto a los derechos humanos, lo que ha obligado a las naciones participantes a hacer recomendaciones en materia de comportamientos públicos, a sus ciudadanos que acudan, a fin de evitar problemas con las autoridades locales.

Es bien sabido, además, que los migrantes que construyeron los modernos estadios para la Copa Mundial de Fútbol en Qatar, han sufrido abusos y explotación… mientras la FIFA obtiene enormes beneficios. Por todo ello, numerosos artistas han declinado su participación en los eventos programados.

Quien en su juventud haya pateado una pelota de cuero o papel prensado, en campo de tierra, en la esquina de una calle, loma o arrabal, sabrá con seguridad la pasión que brota al jugar al fútbol.

El espectáculo es un conjunto de cualidades humanas y técnicas, que darán al esparcimiento de los amantes de ese deporte, la dimensión apasionada y apasionante de mover una pelota para alcanzar la meta codiciada.

El fútbol es un tratado de beligerancia bajo la vigilancia de un reglamento inventado por los ingleses, que los franceses pulieron, los alemanes apuntalaron, los italianos bordaron sobre césped, mientras españoles, portugueses y países nórdicos, le dieron la gracia y el donaire de un torneo para paliar el desahogo y las frustraciones del complicado vivir.

Rompí con el deporte en general media vida atrás. Ni lo práctico ni lo suelo ver; soy, en ese aspecto, un desdibujado. Solamente de tarde en tarde, cuando me asomo al balcón de mi lejana niñez, me veo correteando sobre un campo desnivelado de tierra con otros muchachos, tras una pelota prensada de papel, enfrascados en un partido que duraba semanas, ya que ensamblábamos las jugadas en cada recreo del colegio.

Años después - misterio sin resolver aún – escribí de fútbol sin ver nunca un encuentro completo, y no lo debía hacer tan mal cuando en cierta ocasión fui premiado por mis croniquillas.

El siempre admirado Jorge Luis Borges – él escribía en castellano, pero pensaba en inglés - al fútbol lo llamaba “football”, ya que así creía expresar con esa palabra, si la decía arrancándola de su propia raíz anglosajona, hasta el mismo movimiento del balón en el aire.

Para el autor de “El hombre de la esquina rosada”, lo protervo del deporte era la idea de que alguien gane y de que alguien pierda y, sobre todo, ver ese hecho suscitando rivalidades convertidas en batallas.

Al ciego más iluminado de las letras sarcásticas y contradictorias jamás escritas, se le podía ver en su juventud acudiendo a ver los encuentros del Chacarita Juniors, en aquel Buenos Aires de arrabales, patios de vecindad, con la parsimonia y la compostura de un lord, pero cuando llegaba el esférico a los pies de un jugador, se escuchaba el griterío, y a él la sangre se le subía a borbotones a la cabeza y la pasión desatada cubría su piel de un nuevo tono. Y es que Borges jugó al fútbol de la misma forma que hacía literatura: con el placer o las emociones de una sobrehumana alucinación.

Ciertos humanistas afirman que el fútbol es una forma de vida apoyada en cada uno de los ingredientes de ese juego. Posee coraje, valor, querencia, anhelos, esperanzas, miedos, esfuerzos inusitados y el amor total y pleno por su equipo.

Perder o ganar, triunfar o caer derrotado, depende en ciertos momentos hasta del vuelo de una mariposa, es decir, de razones imponderables.

El hincha, ese fanático de cuerpo y alma que suele ser entusiasta del juego por encima de cualquier otra razón, ve poco y mal lo que sucede en la cancha, pista o campo. Lo suyo es fogosidad, escape emocional sin restricciones, por donde se canalizan sus frustraciones personales y los engorrosos problemas de la existencia cotidiana. Es decir, la propia subsistencia condescendiente.

Ese lema olímpico basado en un apotegma, y que asevera con sepulcral idealismo que lo importante en toda gesta deportiva no es ganar, sino participar, en el fondo es un simple consuelo, pero nunca una anhelada verdad.

Los conjuntos deportivos y sus terruños, solamente poseen una meta: triunfar por encima de cualquier otra consideración, ya que en ello les va el orgullo, la fortuna y el endiosamiento, palabras surgidas tal vez de las alucinaciones de la propia subsistencia.

No haría falta añadir sobre estas líneas, que la Copa Mundial de Futbol se celebra cada 4 años, y la organiza la Federación Internacional de Fútbol Asociado, conocida por su siglas, FIFA. Fundada en 1904, tiene su sede en Zurich, Suiza, tierra verde y montañosa, en donde el capital monetario asume un elevado reflector. Fabrica relojes, navajas, quesos y los apetitosos chocolates. De allí salen los miembros de la Guardia Pontificia, y asume 4 idiomas oficiales: francés, italiano, alemán, y el llamado romanche.

rnaranco@hotmail.com 
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