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A las patadas

El fútbol o balompié es a las patadas: unas primorosas –pases y tiros a gol– y otras criminales para, cual calibanes, lesionar a los rivales en la competición

  • ALEJANDRO ANGULO FONTIVEROS

17/11/2022 05:00 am

En tres días es la inauguración del Mundial en Qatar. Este campeonato sí es en verdad mundial porque el fútbol, además de ser el deporte más hermoso, es el más cosmopolita. A diferencia del béisbol, que principió practicándose sólo en EEUU y hoy también en algunos pocos países; pese a lo cual en esa nación llaman “serie mundial” –con la puerilidad que según el sabio criminalista Jiménez de Asúa caracteriza a los estadounidenses– al conjunto de juegos para definir al campeón de esa serie final.

En el béisbol hay una gran inactividad en comparación con el febricitante accionar del fútbol. La mayor carrera que se puede dar en el béisbol es el llamado “jonrón de piernas”, que consiste en recorrer todas las bases y llegar al plato o “home”. Y fácilmente esto se puede hacer en menos de un minuto, no sólo por profesionales sino por aficionados y hasta por niños. De resto, por mucho tiempo puede verse a los beisbolistas inmóviles, cual estatuas, en espera de que el bateador logre dar un batazo que, por lo común, no es inmediato sino pasados algunos lanzamientos y minutos. Esta lentitud que caracteriza al béisbol es a pesar de los constantes e ininterrumpidos lanzamientos del pitcher; mas no le quita el que en diversos aspectos sea un deporte muy interesante –sobre todo para los conocedores– e incluso cuando la inacción sea total, como por ejemplo en la mera ubicación de los jugadores en el terreno.

El universo mundo se deleitará con el muy hermoso fútbol, llevado al summum emocional y estético por la altísima calidad de los jugadores quienes, sin duda, lo realzarán al máximo en el inminente Campeonato Mundial; pero es supremamente lamentable que el fútbol sea degradado por la violencia ilegal, en la que menudean las acciones claramente delictuosas.

Es harto sabido que de suyo el fútbol es violento porque abundan los inevitables choques corporales de los jugadores entre sí, lo cual es propio de la naturaleza de este deporte y por lo tanto no constituye falta alguna y mucho menos delito. Sin embargo, un deliberado tropezón violento sí es irreglamentario. Pero lo más grave y preocupante es la violencia ilícita que cause lesiones.

El fútbol es de gran e ilegal violencia sobre la base de la impunidad originada por el pasmo de los árbitros o, en todo caso, por la debilidad e inverecundia arbitral universal. A cada momento se oyen amargas quejas y críticas de los jugadores con relación a las graves faltas que contra ellos se cometen con descaro, sin que semejante conducta determine la expulsión del agresor y ni siquiera una sanción –traducida en términos de penalidad deportiva– contra el equipo al que pertenece el victimario. Y en verdad, viendo el desarrollo de los juegos, puede comprobarse lo bien justificado de las numerosas objeciones –auténtico clamor– contra la competición violenta, ya que gracias a la incuria de los árbitros se permiten numerosas e increíbles faltas violentas contra jugadores.

Algunas de esas faltas son tan arteras como de graves consecuencias y máxime contra los cracks, como sucedió cuando el defensa español Goikotxea fracturó al famoso jugador argentino Diego Maradona en España, el 24 de septiembre de 1983 y desde entonces sufre la repulsa de la afición mundial y en especial de los argentinos: del modo más alevoso –desde atrás y por la espalda del astro– lo golpeó salvajemente y le causó “Arrancamiento del ligamento lateral interno con desgarro”; y también le fracturó el tobillo izquierdo, todo lo cual casi arruinó la muy deslumbrante carrera del ultra famoso delantero que –aunque con evidente exageración– fue parangonado hasta el mismo nivel de Pelé. (Maradona disparaba sólo con el pie izquierdo y no tenía ni mucho menos la gran potencia física de Pelé, quien la empleaba exitosamente e igual con ambas piernas). “Me quebró”, balbuceó Maradona tendido en el césped.

Maradona comentó también: “La lesión tiene un nombre y es Goikoetxea, pero lo perdono. Sé que no es ningún santo. Me partió el tobillo en nuestro campo, a 60 metros del arco de ellos. Nunca creí que iba a venirme a buscar con tanta mala leche. Cuando paro la pelota, siento un ‘crack’, como cuando se rompe una madera”, relató respecto del momento exacto de la fractura”. César Luis Menotti, el insigne técnico argentino y adalid del juego limpio, quien dirigía al Barcelona cuando la salvaje agresión de ese español a Maradona, exclamó: “Quizás tenga que morirse alguien en el fútbol para que esto cambie”…

Se insiste en la peregrina “justificación” de que el fútbol es un deporte “viril”. “Viril” es lo relativo a los varones y no tiene por qué necesariamente ser a lo negativo de los varones, como su indudable tendencia a lo violento. La violencia ha causado desgracias como guerras y aun genocidios. Hay aspectos muy positivos en los varones y a ello refieren los términos “viril” y “virilidad”. Es inconcebible un hombre viril o varonil, en su sentido clásico, siendo deshonesto. No en vano se interpreta la expresión “Hombría de bien” como sinónimo de virtudes. Y puede comentarse, entonces, que un señor defendió su hogar “varonilmente” o que asumió sus obligaciones y las cumplió como un hombre “viril”. Es harto conocida la frase “Palabra de hombre”, que alude a virtudes como la verdad y la responsabilidad.

Si bien es cierto que la práctica del fútbol genera violentas acciones, no debe admitirse la generalización de la violencia indebida ni de tácticas ilegales como el consabido puntapié y la infaltable zancadilla que, además de causar graves lesiones y constituir un pésimo ejemplo a la galería, atentan contra la gran belleza de un deporte basado en el arte de “gambetear” o driblar (esquivar a jugadores del equipo contrario mientras se conduce el balón) y de pasar ese balón ­a los compañeros aun rodeados de oponentes. Un ejemplo de cómo la violencia indebida frustra la belleza del fútbol se puede hallar en lo afirmado por Steefan Effenberg, del equipo alemán Campeón del Mundo, en víspera del choque contra la selección danesa en la final del Campeonato Europeo de Fútbol: por Dinamarca jugaría Brian Laudrup, compañero en el Bayer Münich y “gran amigo” de Effenberg, quien dijo que “si se va solo hacia el gol tendré que derribarlo”. Una de las jugadas más bonitas y emocionantes del fútbol es precisamente ésa, esto es, cuando el atacante va a toda velocidad hacia el gol o portería contraria; al observarse tal jugada deslumbra el dominio del balón, así como el siempre interesante duelo de velocidad entre el atacante y quien defiende, mientras la escena íntegra aumenta en emoción y prepara el gran desenlace, dependiente del consabido disparo a gol. Y es precisamente en ese momento cumbre, cuando la competencia elévase al máximum de emoción, que surge como un espectro la archi, ultra, supra, superfea patada o auténtica aberración futbolística. Para colmo y en rúbrica de tales ideas amorales, Laudrup recitó: “La amistad quedará de lado mañana. Yo juego para Dinamarca, él para Alemania”. Con esta perla quedó listo el ideal de la amistad “deportiva”, al menos en lo referente al fútbol.

Subráyase que las anteriores referencias fueron a un par de acciones desleales, antideportivas e irreglamentarias, como es el derribar con intención. No pretendo que los deportes que implican contactos físicos violentos, como es el caso del fútbol, se practiquen sin ningún tipo de violencia pues eso sería, a no dudarlo, desnaturalizarlos. Ni por un arranque de la fantasía podríase imaginar el fútbol sin la violencia necesaria para ser lo que es: un formidable deporte. Suponerlo sin dosis alguna de violencia sería aspirar a su metamorfosis en otras actividades deportivas, mejores o peores; pero que ya no serían el fútbol. Y se le quitaría su belleza y emoción. La violencia es necesaria al fútbol. Pero no se requiere una violencia ilimitada. Las reglamentaciones han limitado la violencia en el fútbol. Se permite una violencia como “Conditio sine qua non” de la existencia de este deporte; pero esa violencia permitida no es total, lo que se demuestra a plenitud con el hecho de que hay cierto tipo de violencia prohibida. Se prohíbe porque se considera innecesaria para un perfecto funcionamiento del fútbol. Retrotrayéndome a la idea inicial, insisto en que no se pretende suprimir toda violencia en el fútbol. Eso sería insulso y una ridiculez. A lo que se aspira es a cuestionar la violencia innecesaria, ilegítima y hasta criminal.

Criminal como la que en el Mundial 2014 en Brasil le aplicó el colombiano Asprilla, cual Calibán, al crack Neymar, quien no tenía el balón, brincándole desde atrás y asestándole un tan traicionero cuan salvaje rodillazo por la espalda, que le fracturó la tercera vértebra lumbar y sacó del campeonato.

El más famoso técnico y entrenador del país en que mejor se juega al fútbol, Telé Santana, de gran dimensión ética; quien sí podía poner cátedra al respecto y tenía categoría hasta para perder, fue siempre el técnico más aplaudido por la prensa internacional después de cada partido y enseñó lo siguiente:

“Si es cuestión de mandar a mi equipo a matar una jugada dando patadas o ganar con un gol robado, prefiero perder el partido. Si un jugador mío hace una falta demasiado violenta por detrás, el árbitro no necesita expulsarlo. Yo mismo lo saco del campo.”

Y Telé Santana honraba sus palabras porque en un juego entre Brasil y Perú, el carioca Eder, en represalia contra un golpe indebido que le propinó el peruano Castro, casi lo noqueó y Santana se disgustó mucho con su jugador. Valga un paréntesis para recordar que hace mucho, en el Mundial disputado en Méjico en 1970, Perú también perdió contra el mejor Brasil de la Historia en un juego calificado como “el mejor de las copas mundiales” por el famoso historiador británico Brian Gianville, en su libro “Las Copas del Mundo”: “El jogo bonito tuvo una oportunidad única de exhibirse en toda su belleza a los ojos del planeta”. En Brasil fulguró Pelé y también Jairzinho, Rivelinho, Tostao, y Gerson: Nunca en la historia de selecciones se ha visto un ataque tan letal. Por Perú compitieron –entre otros estupendos jugadores”– Cubillas, Sotil, Chale, Mifflin y Chumpitaz quienes, según Gianville, “aunque podían considerarse excepcionales, no alcanzaban el nivel de genialidad de sus colegas de Brasil”. En los registros de vídeo pueden verse diez minutos apoteósicos de inmensa calidad futbolística, en los cuales el balón no salió ni una sola vez del terreno. Ese magnífico equipo Peruano recibió de la FIFA un diploma por ser el de mejor comportamiento en el campo, en términos de juego limpio.

En enero de 1987 murió el arquero José Gallardo (Málaga) por un choque con el brasilero Baltazar de Moraes (Celta): sufrió un paro cardíaco, triple fisura del parietal izquierdo, hemorragia cerebral y pasó nueve días en coma. El arquero de la selección alemana, Harald Schümacher, mereció el apelativo de “pequeño Hitler” cuando en la semifinal del Mundial de 1982 golpeó adrede al francés Battiston, quien sufrió conmoción cerebral, perdió varios dientes y hubo de ser sacado en camilla.

A pesar del encendido llamado del presidente de la FIFA, Joao Havelange, el Mundial de Méjico 1986 principió del modo más sucio: los surcoreanos dieron a Maradona “una colección de puntapiés”, haciéndolo “revolcar” diez veces “porque no lo pudieron detener de otra forma”, en lo que fue “una especie de Kung fu-bol”. En otro Mundial, el brasilero Eder casi noqueó de un golpe al peruano Castro y disgustó mucho al gran técnico Tele Santana. Y aquí el venezolano Arreaza lanzó un “potente derechazo” a otro; fue expulsado, lloró y el muy destacado Luis Mendoza protestó. Hay que señalar que un puñetazo es uno de los actos más obviamente dolosos.

En verdad ni con muchas ganas se le puede hallar justificación alguna a un puñetazo en un juego de fútbol, donde no hay ninguna acción ni circunstancia que deba incluir un golpe de esa especie. Incluso, el tocar el balón con la mano es castigado como falta y ejecútase un tiro contra la arquería contraria o sobre el campo rival. El mismo nombre de balompié o “football” indica a las claras que se juega con los pies y no con las manos, cuyo uso, repito, hasta está penalizado con excepción de cuando sea permitido, como al arquero o a los demás al “sacar” el balón desde las líneas de cal laterales. (¿No sería más lógico y mejor –en román paladino– al “meter” ese balón?) Y con mayor razón no está permitido el lanzarle puños a los jugadores contrarios. En el fútbol muchas violencias ilegales son disimuladas con el artificio de que fueron violencias esenciales, que no repugnan por lo tanto a la naturaleza del fútbol y que por ende están permitidas, como por ejemplo puntapiés y otros impactos al cuerpo del oponente y que supuestamente iban dirigidos al balón. Pero ¿un pescozón? Aquí sí es verdad que no es dable ninguna excusa, por los razonamientos expuestos con anterioridad.

El fútbol se presta muy bien a lesionar con dolo a los contrarios, pues hay innúmeros choques corporales. Basta pensar en la coincidencia de dos veloces carreras cuyo término coincidió en el mismo lugar, que a menudo es el de la ubicación del balón y que posibilita patadas, rodillazos, codazos y otros golpes. Es fácil en el fútbol el excusar la terrible patada a un adversario que tenía el balón, con el argumento de que semejante patada se le apuntó al balón. Sin embargo, es evidente que en numerosísimos casos los golpes, de ése u otro tipo, se dieron con la intención de lesionar al contrario. Intención de causar lesiones personales que configura delito. Y con mayor razón el haberse propuesto el uno lesionar al otro y, en efecto, lesionarlo.

No quiero decir que todos los futbolistas son delincuentes. Sí quiero decir que una mayoría (de al menos los profesionales) comete delitos porque no lo saben y encima se lo permiten, auspician, celebran y hasta exigen: “La costumbre se hace ley”. Cuando una norma es inobservada por la sociedad, sus integrantes no se sienten delincuentes por conducirse “como todos”. Sería difícil el cambiar la mentalidad de los futbolistas y del público; pero no imposible. Toda sociedad es susceptible de educarse más o reeducarse. En la educación es factible el hacer correctivos.

Ejemplos abundan de cómo atizar en un partido de fútbol, por lo que comentaré uno solo: cuando el balón se proyecta sobre el arco, con la elevación característica de los tiros de esquina –“córners”– o de los tiros libres, hay casi siempre un arremolinamiento de jugadores rivales entre sí aguardando que caiga el balón para, por supuesto, muy distintos fines. Mientras tanto, la mirada del árbitro está o debe estar siguiendo la parábola del balón. Como es lógico suponer, la atención sobre la pelota equivale a desatención de lo que ocurre debajo de la misma (recordar que va elevada) y frente al arco amenazado, con las violentas faltas consecuenciales y que no vio el árbitro. Aunque si las hubiera visto no hay mucha esperanza de que ponga las cosas en orden: por eso una vez me preguntó el legendario Alfredo Di Stefano si yo había visto pitar un penal en un “corner”; y agregó que al público le gusta la violencia y que por eso no gustan los partidos “amistosos”…

Empero, alguna autoridad ejercen los árbitros, desde luego, y así evitan el caos total, por lo que resulta más propiciatorio a la violencia el momento no vigilado por los árbitros que cuando vigilan a plenitud el desarrollo de la acción. En particular los goleadores más habilidosos y los arqueros reciben golpes de diverso tipo y magnitud, pero con el mismo fin: inutilizarlos para disminuir su intervención. Hágase memoria, en cuanto a esto, del célebre Pelé porque era escena muy frecuente el verlo derribado en el terreno y arqueándose de dolor por los golpes que encajábanle a granel. El hecho indiscutible de que se lesione deliberada e ilegalmente a los deportistas más destacados, hace mucho más odioso el tema y, por si fuere poco, le confiere un mayor matiz de inmoralidad: a los que destacan se les pega y no se castiga a los que echan mano (o pierna) a tan detestable forma de neutralizar la calidad ajena. Se sabe que en el fútbol salen a la cancha jugadores con el específico objetivo de lastimar a un contrincante, para que tenga éste que salir del cotejo. Nada más execrable que ver una oncena de fútbol integrada por torpes y que, para compensar, golpean. Aunque sí hay algo más execrable: que a esos golpeadores los cobije un manto de impunidad.

La impunidad, en general, tiene gravísimas consecuencias que afectan igualmente al deporte, cuyos reglamentos no se cumplen a cabalidad y muchísimo menos el Código Penal y leyes penales, que no se aplican en absoluto. El grave hecho de que no se castiguen los delitos cometidos en ocasión del deporte, que por regla general se traducen en lesiones, contribuye a la idea muy equivocada de que el deporte es sólo un “juego” enmarcado en una “fiesta”. Esta errónea idea, tan acendrada mundialmente y en todos los niveles deportivos (aficionados y profesionales) contribuye a que cada día la impunidad en referencia sea mayor y más dañosa. El deporte tiene una inmensa importancia porque, apartando sus otras implicaciones, influye máximamente sobre la gente, en general, y sobre niños y jóvenes en particular.

Nada que tenga tánta significación y que repercuta de un modo tan extremadamente poderoso en la colectividad y, sobre todo, en la gente aún inmadura y por consiguiente más influible, puede considerarse como únicamente un simple “juego”. Cuando un espectáculo tiene semejante carga tan significativa, hay que considerarlo como algo muy serio desde todo punto de vista y pese a que se le dé todo el colorido de fiesta que se desee. Pero estas superficialidades no impiden que tenga el deporte un sustrato trascendental, que debe ser estudiado con la debida grave atención para que, una vez extraídas las conclusiones, sean aplicadas con oportuna rapidez para prevenir efectos altamente lamentables.

Hay una obvia insubordinación contra el Estado de Derecho, cuando hay –como paladinamente sí la hay– una pretendida y abiertamente confesada constitución de un fuero especial privilegiado para los deportistas, si no de modo explícito en el ordenamiento jurídico, al menos sí en la ejecución práctica de dicho ordenamiento que, por ende, tiene que abstenerse de juzgar hechos irregulares de los deportistas que puedan configurar violaciones de leyes penales. Para bochorno del Derecho y de la autoridad estatal, esa tan espuria pretensión se ha cumplido con creces.

El Derecho criminal o penal debe dar protección al constitucional derecho de rango constitucional del pueblo a la educación de la sociedad y máxime de niños y jóvenes, que se resiente de ejemplos tan negativos porque se sabe que la educación funciona sobre la base de modelos. El derecho a la educación del pueblo, además, se empalma con el concepto de justicia social en el cual está enraizado. El Estado permite el deporte porque no sólo tiene un fin salutífero sino educativo, que solamente se cumple si el mensaje educativo es bueno.

En suma: es inmoral que la FIFA y los dueños de equipos no se interesen, con seriedad, en esas ilegales violencia e inseguridad de los deportistas profesionales o trabajadores, que muchas veces desembocan en lesiones y por excepción en homicidios. ¿Quiénes designan a los árbitros? Es inmoral el ver con indiferencia e irresponsabilidad el pernicioso ejemplo que se transmite a la colectividad y especialmente a niños y jóvenes. Es más inmoral todavía si, como es lícito sospechar (alguna potísima razón debe haber para que tales empresarios se crucen de brazos ante esos delitos) la conformidad y tolerancia de la FIFA y de tales empresarios tenga un móvil económico en holocausto de los derechos más sagrados de los deportistas quienes, así, serían llevados a una probable inmolación análoga –servata distantia– a la del circo romano. ¿Y la FIFA? Por lo general se mete en todo lo que tenga que ver con el fútbol profesional. ¿Y qué hace respecto a esa extendida violencia criminal en perjuicio de los futbolistas profesionales y de la colectividad toda al través de ejemplos perversos? Es por un palmario motivo crematístico porque, como decía Di Stéfano, a la gente lo que más le gusta es la violencia

aaf.yorga@gmail.com
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