Los sabios yerran, pero más los otros
En honor a la verdad algunos políticos opositores, como Capriles, vienen reconociendo últimamente haber cometido errores, pero lo han hecho a destiempo y de modo casi clandestino
Que los políticos cometen errores es algo sabido por todos, pero no hay el mismo consenso acerca de cuáles son los cometidos. Los políticos tampoco suelen ventilar públicamente sus errores y por ello los ciudadanos de a pie solemos hacerles debido seguimiento, de los cuatro más frecuentes cometidos por ellos van estas líneas. Nuestro interés es simple: cada quien suele pagar personalmente sus errores, pero los de los políticos solemos pagarlos todos. De modo que si ellos no se percatan estamos nosotros para vocearlos.
Decimos que errar es humano, aunque algunos políticos por su actuar realmente no lo parecen. Otros creen no equivocarse jamás y lo simulan prohibiendo mencionar sus errores. Los regímenes autoritarios pugnan por parecer infalibles y persiguen ferozmente a quienes les mencionen sus fallos, vgr. Putin. Pero lo cierto es que los únicos políticos libres de errar son quienes ya están muertos, siendo frecuente que mucha gente “piadosamente” hasta desee verlos completamente libre de errores. Suele pasar, cuando mueren, no solo quedar libres de nuevos pecados, sino lavados de muchos defectos y errores cometidos en vida y se da el caso de hasta ser alabados por antiguos adversarios. Hoy CAP es celebrado por el partido que lo excluyó ignominiosamente de sus filas, pero esa es otra historia. Concordemos, por ahora, en que “corregir es de sabios” y también en que arrepentirse es el recurso a usar cuando reconocer nuestras culpas no es suficiente para recoger el agua derramada. No obstante, bajo ciertas circunstancias –especialmente cuando se hace sorpresivamente- la táctica de “huir hacia adelante” puede dar muy buenos resultados como cuando Chávez admitió ante las cámaras haber fracasado y asumió toda la responsabilidad de la intentona golpista. Una vez en gobierno nunca más admitió culpa alguna.
En honor a la verdad algunos políticos opositores, como Capriles, vienen reconociendo últimamente haber cometido errores, pero lo han hecho a destiempo y de modo casi clandestino, dos factores que conspiran contra una buena comunicación. Un extraordinario ejemplo de “picar hacia adelante” es el dado hace poco por Lacava cuando al ser mojado accidentalmente con agua de cloacas por una conductora, mientras caminaba por cierta calle valenciana, puso en las redes sociales un video del incidente solidarizándose con los ciudadanos de a pie víctimas de baños semejantes. Algunos acusan montaje, si ello es verdad su astucia entonces es mayor.
Nuestro listado de los cuatro errores más comunes de los políticos está elaborado desde la perspectiva comunicacional no solo por la propensión a silenciarlos sino también para abordar los efectos diferenciales en la matriz de opinión entre admitirlos públicamente o no.
Comencemos con el sesgo de ver el distanciamiento entre política y ciudadanos como un fallo del mensaje y pensar que el remedio es sustituirlo por uno nuevo. Hemos oído a políticos de la oposición afirmar que para reconquistar la credibilidad deben apelar a una nueva narrativa. Ciertamente nuevos tiempos, retos y acciones exigen una nueva narrativa, pero la efectividad de la misma está fuertemente condicionada por la credibilidad del mensajero. Resulta cuesta arriba creerle a un ladrón si habla de virtud, a un arrogante predicar la humildad o a un político coautor de la fragmentación opositora convocar a unir fuerzas en torno suyo para salir del régimen, sea cual sea la vía elegida por él para capitanearla.
Un segundo error muy frecuente es hablar mal de los competidores. La guerra sucia es como la nuclear: no hay ganadores. Ciertamente puede servir para alejarle seguidores a un adversario, pero nada dice que esos desertores vengan al redil de quien la usa. Si unos y otros la emplean el resultado neto es la erosión de todos. Si los fabricantes de salsa de tomates se descalificaran entre sí ya nadie les compraría.
El tercer error es inventar o imaginar a los electores en lugar de conocerlos, mediante el contacto directo o por investigaciones científicamente realizadas. En esta misma línea figura generalizar y afirmar cosas como “la gente lo que quiere es que se enfrente radicalmente al gobierno”, cuando la verdad es que gente distinta desea cosas diferentes y, por cierto, hoy la mayoría parece (según los estudios de opinión), estar cansada de denuncias que no llevan a nada.
Un último error en esta lista es la arrogancia. Muchos líderes después del baño de multitudes se envanecen y se vuelven insoportablemente engreídos y soberbios, marcando una distancia insalvable entre ellos y el resto de los mortales. Este sesgo conductual ha sido denominado “enfermedad del poder” y les hace creer a sus víctimas que son el centro del universo y la verdad absoluta.
Cualquiera de estos errores suele ser la puerta de la pérdida de contacto con la gente común y sus realidades y, también, para muchos el camino hacia la indiferencia de nosotros, los ciudadanos.
@DanielAsuaje_H
@asuajeguedezd@gmail.com
Decimos que errar es humano, aunque algunos políticos por su actuar realmente no lo parecen. Otros creen no equivocarse jamás y lo simulan prohibiendo mencionar sus errores. Los regímenes autoritarios pugnan por parecer infalibles y persiguen ferozmente a quienes les mencionen sus fallos, vgr. Putin. Pero lo cierto es que los únicos políticos libres de errar son quienes ya están muertos, siendo frecuente que mucha gente “piadosamente” hasta desee verlos completamente libre de errores. Suele pasar, cuando mueren, no solo quedar libres de nuevos pecados, sino lavados de muchos defectos y errores cometidos en vida y se da el caso de hasta ser alabados por antiguos adversarios. Hoy CAP es celebrado por el partido que lo excluyó ignominiosamente de sus filas, pero esa es otra historia. Concordemos, por ahora, en que “corregir es de sabios” y también en que arrepentirse es el recurso a usar cuando reconocer nuestras culpas no es suficiente para recoger el agua derramada. No obstante, bajo ciertas circunstancias –especialmente cuando se hace sorpresivamente- la táctica de “huir hacia adelante” puede dar muy buenos resultados como cuando Chávez admitió ante las cámaras haber fracasado y asumió toda la responsabilidad de la intentona golpista. Una vez en gobierno nunca más admitió culpa alguna.
En honor a la verdad algunos políticos opositores, como Capriles, vienen reconociendo últimamente haber cometido errores, pero lo han hecho a destiempo y de modo casi clandestino, dos factores que conspiran contra una buena comunicación. Un extraordinario ejemplo de “picar hacia adelante” es el dado hace poco por Lacava cuando al ser mojado accidentalmente con agua de cloacas por una conductora, mientras caminaba por cierta calle valenciana, puso en las redes sociales un video del incidente solidarizándose con los ciudadanos de a pie víctimas de baños semejantes. Algunos acusan montaje, si ello es verdad su astucia entonces es mayor.
Nuestro listado de los cuatro errores más comunes de los políticos está elaborado desde la perspectiva comunicacional no solo por la propensión a silenciarlos sino también para abordar los efectos diferenciales en la matriz de opinión entre admitirlos públicamente o no.
Comencemos con el sesgo de ver el distanciamiento entre política y ciudadanos como un fallo del mensaje y pensar que el remedio es sustituirlo por uno nuevo. Hemos oído a políticos de la oposición afirmar que para reconquistar la credibilidad deben apelar a una nueva narrativa. Ciertamente nuevos tiempos, retos y acciones exigen una nueva narrativa, pero la efectividad de la misma está fuertemente condicionada por la credibilidad del mensajero. Resulta cuesta arriba creerle a un ladrón si habla de virtud, a un arrogante predicar la humildad o a un político coautor de la fragmentación opositora convocar a unir fuerzas en torno suyo para salir del régimen, sea cual sea la vía elegida por él para capitanearla.
Un segundo error muy frecuente es hablar mal de los competidores. La guerra sucia es como la nuclear: no hay ganadores. Ciertamente puede servir para alejarle seguidores a un adversario, pero nada dice que esos desertores vengan al redil de quien la usa. Si unos y otros la emplean el resultado neto es la erosión de todos. Si los fabricantes de salsa de tomates se descalificaran entre sí ya nadie les compraría.
El tercer error es inventar o imaginar a los electores en lugar de conocerlos, mediante el contacto directo o por investigaciones científicamente realizadas. En esta misma línea figura generalizar y afirmar cosas como “la gente lo que quiere es que se enfrente radicalmente al gobierno”, cuando la verdad es que gente distinta desea cosas diferentes y, por cierto, hoy la mayoría parece (según los estudios de opinión), estar cansada de denuncias que no llevan a nada.
Un último error en esta lista es la arrogancia. Muchos líderes después del baño de multitudes se envanecen y se vuelven insoportablemente engreídos y soberbios, marcando una distancia insalvable entre ellos y el resto de los mortales. Este sesgo conductual ha sido denominado “enfermedad del poder” y les hace creer a sus víctimas que son el centro del universo y la verdad absoluta.
Cualquiera de estos errores suele ser la puerta de la pérdida de contacto con la gente común y sus realidades y, también, para muchos el camino hacia la indiferencia de nosotros, los ciudadanos.
@DanielAsuaje_H
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