Es una decisión
Perdonar es dar un paso hacia la libertad real, para deshacernos del lastre de resentimiento que nos hace daño a nosotros y puede perjudicar a los demás
Perdonar no es un acto emocional; es una decisión. No se perdona a una persona porque ella se lo merezca, se arrepienta o haya cambiado. Este es el valor y la fuerza del perdón. No es que al decidir perdonar todo el dolor desaparezca; pero cuando decidimos perdonar eso permite a Dios obrar en nuestro corazón.
Perdonar es dar un paso hacia la libertad real, para deshacernos del lastre de resentimiento que nos hace daño a nosotros y puede perjudicar a los demás. El peso de los agravios no perdonados que arrastramos puede aplastarnos. Estos terminarán arruinando nuestra salud emocional y controlando nuestra vida. Puede que dejar de aferrarme a mi dolor me cueste muchísimo; pero yo seré quien más se beneficiará de ello.
Por ser este un tema tan importante y vigente en un mundo lleno de múltiples conflictos personales y colectivos, vamos a hablar de él en varias entregas, describiendo situaciones de la vida real que dan testimonio del poder liberador del perdón, algo que debería ser muy relevante en un mundo que pondera tanto acerca de la libertad, y porque perdonar como dijimos es dar un paso a la verdadera libertad.
A continuación la primera historia (el nombre está cambiado):
Juan sería como un Job de la Biblia en la actualidad, encarnando el que a gente buena le ocurran hechos tristes. Sucedió en los años noventa. Juan era un exitoso abogado. Sus hijos iban a la universidad o cursaban educación media, y tenía una bonita casa vacacional.
Entonces murió su madre tras una larga enfermedad. Su padre murió en un accidente automovilístico. Su negocio fracasó, y perdió la casa vacacional. Pasaron dos años y su esposa los echó de la casa a él y a su perro. Al igual que Job, Juan clamó al cielo.
−Culpé a Dios de que me ocurrieran tales infortunios. Pensé que lo mejor que podía hacer era suicidarme.
Se sentía agobiado por mucha rabia, al punto de que llegó a pensar en matarla, confesó Juan a un grupo de apoyo formado por católicos divorciados, a donde él asistía.
Lo que le cambió la vida fue la oración con fe, y aceptar que su matrimonio no tenía salvación, luego de que su esposa se negara a asistir a unas sesiones de consejo marital que pidió un juez. En ese instante él dijo:
−Allí me resultó muy fácil perdonar. La ira que sentía fue mermando increíblemente. He llegado a tener paz interior genuina.
Antes ni dormía de noche. La rabia que lo devoraba por dentro fue cambiada por una sensación de serenidad. Tanto que cuando un conductor le cortaba el paso en la autopista él se reía. También Juan pidió perdón a otras personas por daños que les había hecho. Además tuvo un nuevo empleo: asesor de ex drogadictos.
Sonriendo Juan describió el momento en que supo que era un hombre cambiado: cuando logró ser amable con el novio de su ex mujer, que ella llevó a la boda de su hijo, al poco tiempo de divorciarse.
−No dudo sobre mi postura, y tengo la conciencia tranquila ante Dios. Eso es lo único que de verdad importa.
@viviendovalores
@agusal77
Perdonar es dar un paso hacia la libertad real, para deshacernos del lastre de resentimiento que nos hace daño a nosotros y puede perjudicar a los demás. El peso de los agravios no perdonados que arrastramos puede aplastarnos. Estos terminarán arruinando nuestra salud emocional y controlando nuestra vida. Puede que dejar de aferrarme a mi dolor me cueste muchísimo; pero yo seré quien más se beneficiará de ello.
Por ser este un tema tan importante y vigente en un mundo lleno de múltiples conflictos personales y colectivos, vamos a hablar de él en varias entregas, describiendo situaciones de la vida real que dan testimonio del poder liberador del perdón, algo que debería ser muy relevante en un mundo que pondera tanto acerca de la libertad, y porque perdonar como dijimos es dar un paso a la verdadera libertad.
A continuación la primera historia (el nombre está cambiado):
Juan sería como un Job de la Biblia en la actualidad, encarnando el que a gente buena le ocurran hechos tristes. Sucedió en los años noventa. Juan era un exitoso abogado. Sus hijos iban a la universidad o cursaban educación media, y tenía una bonita casa vacacional.
Entonces murió su madre tras una larga enfermedad. Su padre murió en un accidente automovilístico. Su negocio fracasó, y perdió la casa vacacional. Pasaron dos años y su esposa los echó de la casa a él y a su perro. Al igual que Job, Juan clamó al cielo.
−Culpé a Dios de que me ocurrieran tales infortunios. Pensé que lo mejor que podía hacer era suicidarme.
Se sentía agobiado por mucha rabia, al punto de que llegó a pensar en matarla, confesó Juan a un grupo de apoyo formado por católicos divorciados, a donde él asistía.
Lo que le cambió la vida fue la oración con fe, y aceptar que su matrimonio no tenía salvación, luego de que su esposa se negara a asistir a unas sesiones de consejo marital que pidió un juez. En ese instante él dijo:
−Allí me resultó muy fácil perdonar. La ira que sentía fue mermando increíblemente. He llegado a tener paz interior genuina.
Antes ni dormía de noche. La rabia que lo devoraba por dentro fue cambiada por una sensación de serenidad. Tanto que cuando un conductor le cortaba el paso en la autopista él se reía. También Juan pidió perdón a otras personas por daños que les había hecho. Además tuvo un nuevo empleo: asesor de ex drogadictos.
Sonriendo Juan describió el momento en que supo que era un hombre cambiado: cuando logró ser amable con el novio de su ex mujer, que ella llevó a la boda de su hijo, al poco tiempo de divorciarse.
−No dudo sobre mi postura, y tengo la conciencia tranquila ante Dios. Eso es lo único que de verdad importa.
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