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Delitos masa

Es muy de lamentar el que no se haya quitado el supremamente glorioso nombre del Libertador a nuestra moneda

  • ALEJANDRO ANGULO FONTIVEROS

06/10/2022 05:00 am

En Caracas –y es de suponer que en toda Venezuela– muchos pagos no se hacen a los comerciantes en bolívares sino en dólares estadounidenses; pero cuando a los pagadores deben darles vuelto, con obvia especulación abusiva no se les da en dólares sino en bolívares.

Ello les irroga un perjuicio porque pagaron con moneda de más valor y el cambio se lo dan con moneda de menos valor. A veces hasta se les “exige” a los consumidores de bienes y servicios que paguen únicamente en dólares (como en una gasolinera de Altamira en que ¡¡no aceptan bolívares!!) y debo aclarar que también hay comerciantes serios y honrados, como por ejemplo los de un supermercado en Santa Eduvigis, donde no caen en tan odiosa conducta.

Si se piensa en una sola persona que sufrió tal agiotaje, es comprensible el caer en un error de valoración sobre el desvalor de la acción descrita y que no se le dé mayor importancia; pero tal erróneo modo de valorar se superaría si se considera que el montaje de marras afecta a toda la colectividad venezolana: el delito masa impacta los intereses difusos del pueblo o de todo un conglomerado y el daño social es inmenso. Esta criminalidad moderna está muy en relación con la Economía y golpea a los consumidores, engañándolos en sus muy justificadas expectativas de pagar lo justo por la adquisición de bienes y servicios.

Injusticia ésta muy generalizada y que llama poderosamente la atención porque, como es evidente, los comerciantes o vendedores de bienes y servicios son, vaya coincidencia, quienes más dólares tienen por la simplicísima razón de que los reciben con harta frecuencia. Esta forma de comerciar –para mí al menos porque nadie habla de esto– es del todo abusiva y delictual porque a sabiendas se obtienen bastantes beneficios injustos con argucias y esos cambios usureros. Para el logro de tales “ganancias” los mercaderes siempre dicen “no tenemos dólares”, lo cual a todas luces contrasta con la realidad fáctica de que, como señalé antes y es público y notorio, son quienes más tienen por recibirlos a diario de muchísimas personas. Así que tales mercachifles engañan a todos usando artificios simulatorios y disimulatorios.

En mi criterio esa conducta debe interesar al Derecho criminal porque los especuladores obtienen un lucro excesivo –que es la esencia de la usura– con engaños que son el fundamento de la estafa. En Venezuela, varios delitos económicos están tipificados en la Constitución de la República en el artículo 114: “El ilícito económico, la especulación, el acaparamiento, la usura, la cartelización, y otros delitos conexos, serán penados severamente de acuerdo a (SIC) la ley”.

Podría discutirse la existencia de la estafa porque no todo engaño la configura y, como decía el “Príncipe de los Penalistas Italianos” y muy probablemente del universo mundo (el genial sabio Carrara), “no se debe creer en las simples palabras mentirosas”: quería decir con esto que no todo engaño es delictuoso y sólo si es reforzado con artificios podría serlo. En la ciencia penal se sostiene que el Derecho criminal no defiende a los tontos; pero el famoso criminalista francés Tissot postuló “el derecho de los imbéciles”, más expuestos a ser timados. Parece absurdo incriminar cualquier engaño, por desgraciadamente ser las mentiras frecuentes en la vida de relación interpersonal y hasta las hay de buen signo como las piadosas, corteses o “blancas”. Por ello un artificio debe ser capaz de engañar. La capacidad de los artificios, además de por su malignidad y peligrosidad, debe ser apreciada en cada caso.

Un notable penalista criollo aseveró en su tesis doctoral que cuando nuestro Código Penal habla de “artificios o medios capaces de engañar”, delinea una noción “sumamente amplia y mediante la cual, la ley penal quiere hacer referencia a cualquier comportamiento engañoso y astuto”. Esto no es así: el código es amplio en cuanto a los medios engañosos que pueden usarse; pero no en cuanto a su capacidad. En efecto, ésta se limita cuando se dice “artificios o medios capaces de engañar” (resaltado mío). Por eso, siendo que los medios engañosos pueden ser capaces o no de engañar, en general, a una determinada persona, es claro que al hablarse de “medios capaces” ya se traza una nítida línea divisoria que descuenta los medios incapaces. Así que no es exacto que el Código Penal venezolano se refiera a “cualquier comportamiento engañoso y astuto”. La frase “comportamiento engañoso” carece de sentido; pero sí adquiere un rotundo significado al añadírsele la partícula “capaz”: comportamiento engañoso capaz.

Con un criterio estrictamente objetivo se tendría por estafa el uso de artificios que logren engañar a cualquiera y más aún a un tonto porque, así, se demostró la mucha peligrosidad del farsante cuando escogió como víctima a uno muy crédulo e idiota por lo tanto. Y habríase de prescindir de la distinción entre medios realmente capaces de engañar y medios burdos, puesto que si el medio usado condujo al engaño con perjuicio del culpable, fue ipsofacto e ipsoiure delictuoso; eso puede ser verdad; pero causaría un caos social que agriaría la vida en común pues el engaño es muy generalizado y frecuente vicio (Montaigne llamaba “vicio maldito” a la mentira) y sobre todo entre comerciantes, por lo que hay el adagio romano de que “es lícito que los contratantes se engañen entre sí” o “licet contrahentibus sese invicem circumvenire”. La verdad es que debe haber algo que refuerce las afirmaciones mentirosas, por lo que no todo engaño es estafa.

En suma: cuando los mercachifles de marras dan ese vuelto abusivo so pretexto de que “no tenemos dólares”, alegan “simples palabras mentirosas” y en principio los artificios empleados no son verdaderamente capaces de engañar (sino a los tontos) y cuando se les tolera ese agio es porque los consumidores no tienen otra alternativa razonable; pero precisamente en esto hallo el apoyo delictuoso, refuerzo y capacidad de tales engaños, en principio invencibles por las circunstancias fácticas que rodean a esos consumidores: piénsese en el padre de un niño enfermo que con urgencia compra unos medicamentos y recibe tal cambio usurero: ¿será lógico que pierda tiempo discutiendo con el agiotista en vez de correr en ayuda de su hijo? O en la señora que pasó dos horas comprando y en la fila para pagar víveres y le sueltan ese vuelto evidentemente abusivo: podría devolver todo lo comprado e irse; pero esto es aún más gravoso.

Y ya más a ras de tierra, sin apoyarse en ejemplos extremos, cualquiera entiende que no está en posición de ponerse a discutir eso con mercachifles quien, encima del entreguismo que caracteriza a los venezolanos de hoy, esté apremiado por las mil necesidades de la vida diaria. Y precisamente en estas circunstancias, conocidas a la perfección por los mercachifles de turno, está el refuerzo del ab initio simple engaño (“no tenemos dólares”) y lo criminoso de tal modus operandi, que se agrava por responder a un proceder sistemático aplicado a toda la población de Venezuela y, por supuesto, por implicar una gran pluralidad de víctimas e ingente daño social.

La patraña de que “no tenemos dólares” no son “simples palabras mentirosas”: son engaños potenciados por las múltiples circunstancias apremiantes de todos conocidas y máxime en las ciudades, por lo que deben ser tenidos como medios capaces de engañar y por lo consiguiente como auténticas estafas. Hágase algo al respecto.

aaf.yorga@gmail.com
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