Japón y la baja transformación digital
Japón se ha quedado atrás en la ola global de transformación digital. Esto debido, entre otras cosas, a la disfunción digital que vive el país, la escasez de mano de obra calificada en el sector de las tecnologías de la información y la comunicación...
Por mucho tiempo Japón ha liderado el mundo en materia tecnológica. La tecnología japonesa es el resultado de años de permanente investigación y desarrollo, con base en la filosofía de la excelencia en las cosas que se hacen y se producen (reconocida como monozukuri). Es decir, optimización de los procesos productivos de la última tecnología mediante: 1) metas de productos de calidad superior y 2) mejora continua de las organizaciones productivas.
A pesar de esto, en la actualidad Japón se ha quedado atrás en la ola global de transformación digital. Esto debido, entre otras cosas, a la disfunción digital que vive el país, la escasez de mano de obra calificada en el sector de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), y la resistencia de las organizaciones japonesas a la digitalización de sus actividades.
En este orden, el país aún mantiene su competitividad tecnológica en ciertas áreas como la robótica, las baterías, así como en algunos insumos intermedios y maquinaria de alto valor agregado. También tiene capital humano con altas tasas de alfabetización. Pero entre los países de altos ingresos se ubica por debajo del promedio en competitividad digital —e-gobierno, e-learning, e-commerce—. El retraso en la transformación digital ha sido evidente durante la pandemia del nuevo coronavirus, que tomó por sorpresa al sistema de salud japones con prácticas de registro manual de la información de los pacientes; al vínculo instituciones públicas-entidades bancarias, que aún depende de la confirmación tradicional de las partes antes de autorizar el movimiento de fondos; así como al intercambio de información entre instituciones públicas a distintos niveles de gobierno.
Esto implica que, a pesar del liderazgo tecnológico japones, la integración de la tecnología digital en todas las áreas de la sociedad japonesa va a un ritmo lento. En otras palabras, la aplicación de capacidades digitales para mejorar la eficiencia de hogares, gobiernos, empresas, universidades, entre otras organizaciones, no termina de despegar.
Entre las razones que explican esta situación se encuentra la disfunción digital causada por la arraigada cultura empresarial y laboral japonesa. Es decir, a pesar de tener a disposición los últimos avances tecnológicos, muchas empresas en el país prefieren preservar los procesos productivos que han dado resultado, así como el respeto a la estabilidad laboral de los trabajadores; dentro de una cultura que prioriza la jerarquía y los méritos.
También ha incidido la escasez de trabajadores con competencia en el sector TIC. Debido, principalmente, a la diferencia de los salarios que recibe el personal de este sector en Japón con respecto al resto del mundo (por ejemplo, en países de la Unión Europea o los Estados Unidos), así como por la alta demanda mundial de este tipo de mano de obra.
Y la resistencia al cambio entre las organizaciones japonesas. La transformación digital se considera problemática porque la norma predominante es que las transacciones formales deben realizarse en persona, en papel y con un sello de aprobación (hanko). Estas convenciones priorizan la formalidad sobre la función organizacional, reduciendo así los incentivos para su digitalización. Además, en esto también incide la aversión al riesgo de las empresas, que las lleva a ser más cautelosas para minimizar los posibles problemas generados por las nuevas tecnologías —dependencia, dilemas éticos, contaminación, riesgo a la privacidad, nuevas enfermedades, entre otros—. De continuar esta tendencia, la no digitalización resultará costosa para un país con capacidad de continuar liderando el mundo en materia tecnológica.
@ajhurtadob
A pesar de esto, en la actualidad Japón se ha quedado atrás en la ola global de transformación digital. Esto debido, entre otras cosas, a la disfunción digital que vive el país, la escasez de mano de obra calificada en el sector de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), y la resistencia de las organizaciones japonesas a la digitalización de sus actividades.
En este orden, el país aún mantiene su competitividad tecnológica en ciertas áreas como la robótica, las baterías, así como en algunos insumos intermedios y maquinaria de alto valor agregado. También tiene capital humano con altas tasas de alfabetización. Pero entre los países de altos ingresos se ubica por debajo del promedio en competitividad digital —e-gobierno, e-learning, e-commerce—. El retraso en la transformación digital ha sido evidente durante la pandemia del nuevo coronavirus, que tomó por sorpresa al sistema de salud japones con prácticas de registro manual de la información de los pacientes; al vínculo instituciones públicas-entidades bancarias, que aún depende de la confirmación tradicional de las partes antes de autorizar el movimiento de fondos; así como al intercambio de información entre instituciones públicas a distintos niveles de gobierno.
Esto implica que, a pesar del liderazgo tecnológico japones, la integración de la tecnología digital en todas las áreas de la sociedad japonesa va a un ritmo lento. En otras palabras, la aplicación de capacidades digitales para mejorar la eficiencia de hogares, gobiernos, empresas, universidades, entre otras organizaciones, no termina de despegar.
Entre las razones que explican esta situación se encuentra la disfunción digital causada por la arraigada cultura empresarial y laboral japonesa. Es decir, a pesar de tener a disposición los últimos avances tecnológicos, muchas empresas en el país prefieren preservar los procesos productivos que han dado resultado, así como el respeto a la estabilidad laboral de los trabajadores; dentro de una cultura que prioriza la jerarquía y los méritos.
También ha incidido la escasez de trabajadores con competencia en el sector TIC. Debido, principalmente, a la diferencia de los salarios que recibe el personal de este sector en Japón con respecto al resto del mundo (por ejemplo, en países de la Unión Europea o los Estados Unidos), así como por la alta demanda mundial de este tipo de mano de obra.
Y la resistencia al cambio entre las organizaciones japonesas. La transformación digital se considera problemática porque la norma predominante es que las transacciones formales deben realizarse en persona, en papel y con un sello de aprobación (hanko). Estas convenciones priorizan la formalidad sobre la función organizacional, reduciendo así los incentivos para su digitalización. Además, en esto también incide la aversión al riesgo de las empresas, que las lleva a ser más cautelosas para minimizar los posibles problemas generados por las nuevas tecnologías —dependencia, dilemas éticos, contaminación, riesgo a la privacidad, nuevas enfermedades, entre otros—. De continuar esta tendencia, la no digitalización resultará costosa para un país con capacidad de continuar liderando el mundo en materia tecnológica.
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