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Vivencias del poeta Nazim Hikmet

Pablo Neruda abrió el pensamiento de Nazim a Occidente, la esencia de un ser que primero fue un defensor a favor de los oprimidos y más tarde un poeta de luchas...

  • RAFAEL DEL NARANCO

02/10/2022 05:07 am

En ese largo ir y vivir de la existencia humana, hay quienes a razón de su fuerza moral y entregados en cuerpo y espíritu a la verdadera justicia social, han intentado hallar el sustentáculo que les ayude a encontrar los anhelos equitativos que puedan socorrer a los hombres y mujeres más desposeídos.

La larga historia de la humanidad ha contado – gracias al cielo protector - con gentes de una dignidad portentosa al servicio de los más desposeídos, esos seres dolientes que siguen siendo una hilera interminable de hambre, sufrimiento y abandono.

Habituados a sobrellevar los padecimientos vivenciales con el fanal atosigante de cada madrugada, lo reflejamos hoy sobre una cuartilla blanca – pantalla del computador – con la pretensión de llenarla de palabras y sentimientos que formen un relato del vivir amargo que sigue presente en esta tierra tan nuestra. Y en esa disyuntiva vital nos hallamos ahora. No es una novedad decir, que, sobre esa situación apesadumbrada, más de la mitad de los seres del planeta siguen estando hendidos hasta la médula más desgarrada. Y ante esa malaventura, hay ojos para solamente llorar.

Relataba el poeta Nazim Hikmet que todos somos lo que deseamos ser, “y aún así, no siempre la pasión nos deja, y eso sucede con frecuencia”.

Narrar la historia de Nazim - un camino de cárceles y destierros – es describir la naturaleza de un poeta torrencial en los 41 años de su vida.

Si hubiera sobrevivido a mazmorras, hospitales, enormes heridas y humillaciones, sería todo él una fuerza telúrica convertida en manantial para apagar la sed de los desterrados del planeta. Vivió poco y, aun así, su agua impetuosa no deja de surtir.

Había nacido en Salónica en 1902, ciudad hoy griega, entonces turca. Apenas con 18 años se marchó a Moscú a estudiar Ciencias Políticas, pero antes que absorber los libros y las asignaturas, confrontó los vapores con sabor a pólvora de los primeros gritos revolucionarios que culminarían con el domingo sangriento de San Petersburgo y el motín del acorazado “Potemkin”, una mecha que acarreó la pavura comunista.

Rusia siempre fue en Nazim el cobijo de su permanente exilio, allí encontraría la muerte en 1931, tras haber escapado de años de presidios sobre las aguas del Bósforo.

Una antología con selección, traducción y prólogo, corrió a cargo de Soliman Salom, abriéndonos un Nazim Hikmet cuyo abolengo era trigo, coraje fusionado a la herencia de la tradición poética otomana, tanto para el hombre de hoy, como en los antiguos verso del “Diván” persa, al existir en ella una forma digna de expiración mahometana.

Fuera de Turquía, habríamos de arroparnos en Vladimir Mayakovski a fin de conseguir la compresión hacia la desolada multitud humana.

Bien se pudiera decir que Nazim, sus huesos, piel y carne, formaron una unión consumada desde el mismo día en que llegó a la tierra para convertirse en un portentoso vendaval defensor de todo los adoloridos, aquellos con hambre de justicia, hogaza y equidad.

El que haya leído alguna vez las estrofas “Las pupilas de los hambrientos”, se habrá estremecido hasta volverse la saliva dolor:

“No son unos pocos / no son tampoco cinco, diez: / treinta millones de hambrientos / son los nuestros”.

Y tenía cordura: los pordioseros, cada solitario – los tuyos y los míos – los de todos, son más gotas de agua que todos los océanos salitrosos.

“¡Es inmenso nuestro dolor! ¡Inmenso, inmenso!”, gritaba a las corrientes del Bósforo mientras veía llorar a los derviches una tarde acanalada en las murallas de Adrianópolis.

Cada uno de nosotros deberíamos de leer, aún si fuera una sola vez, los poemas de Nazin Hikmet, mientras vemos cruzar a un cortejo de jenízaros camino de guarnecerse a la sombra de los seis almenares puntiagudos de la mezquita del sultán Hamlet, en el momento mismo en que el mariscal general Mustafá Kemal Ataturk, primer presidente de Turquía, introduce la modernidad sobre Gálata, el barrio más babélico de Estambul, descrito admirablemente en la actualidad por la pluma del Premio Nobel Orhan Pamuk.

El chileno Pablo Neruda abrió el pensamiento de Nazim a Occidente, la esencia de un ser que primero fue un defensor a favor de los oprimidos y más tarde un poeta de luchas que pasó la mayor parte de su vida en penales y dijo:

“Has de saber morir por los hombres, / y además por hombres que quizá nunca viste, / y además sin que nadie te obligue a hacerlo, / y además sabiendo que la cosa más real y bella es vivir”.

Mientras sucedían esos bailes de los derviches giróvagos con ruedas humanas del poeta sufí Jalal al-Din Muhamad, ritual hipnótico que une la fraternidad humana, un Nazim agnóstico, tras media vida en diversas cárceles, hizo con sus estrofas un embeleso místico, cuya existencia libertaria a favor de los desposeídos, ayudó a implantar con visión política el futuro prometedor, anhelando una nación turca moderna, democrática y laica.

Y así, en ese rincón de marcada estirpe suní, que va de Asia occidental a la Europa oriental forjando uniones con los antiguos imperios romanos, bizantinos y otomanos, los versolaris con estrofas aspiradas en Nazim Hikmet, son cada una de ellas un espejo de justicia para mirarnos en él.

“No son sólo unos pocos, / no son tampoco cinco, diez: / treinta millones de hambrientos / son los nuestros”.

rnaranco@hotmail.com 
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