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Rousseau y la igualdad

Reflexionemos un rato acerca de esos conceptos de igualdad que confeccionó con tanto ahínco Jean-Jacques Rousseau, a ver si algunos de sus elementos pueden aplicarse en la sociedad de hoy

  • ÁLVARO MONTENEGRO FORTIQUE

26/09/2022 05:04 am

Una de los referentes más buscados por los estudiosos de las ciencias políticas, y por los sociólogos interesados en las relaciones entre gobernantes y gobernados, es el compendio que escribió el ginebrino Jean-Jacques Rousseau y tituló: El Contrato Social.

Rousseau era un hombre tímido, hipocondríaco, autodidacta, aficionado a la música, y muy complicado en sus relaciones personales. Nació en la ciudad de Ginebra, Suiza, en el año 1712. Su abuelo fue pastor calvinista, y su padre relojero, quien por cierto vivió desde el año 1705 al 1711 en Estambul, como encargado del reloj de la Torre de Galata. Huérfano de madre siendo muy niño, Jean-Jacques nunca conoció el amor de una mujer como él hubiera deseado. Con más desengaños que éxitos amorosos, se sentía como un alpinista disfrutando el ascenso a la cumbre y no la llegada a ella. El amor, alentado pero no correspondido, que sintió por Sofía d´Houdetot, lo impulsó a escribir su obra máxima sobre los sentimientos, Julia, o la Nueva Eloísa. En ese libro revela en una forma epistolar su idea de que “solo se es feliz antes de alcanzar la dicha”.

Sin embargo, tuvo varias amantes pertenecientes a la nobleza, como la baronesa de Warens en Chambéry. Además, una mujer le acompañó fielmente hasta su último día. Era su joven criada Teresa Levasseur, con quien procreó varios hijos. Los niños fueron a parar a los hospicios, por no tener cómo mantenerlos.

Ese genio de la filosofía política murió en casa de un amigo en el poblado francés de Ermenonville, el 2 de julio del año 1778, y está enterrado en el Panteón de París, muy cerca del Boulevard de Saint Michel. Sus pensamientos incidieron definitivamente en la construcción doctrinaria de la Revolución Francesa, porque se planteaba interrogantes sobre la pertinencia del dominio real, la soberanía, el derecho del más fuerte, la esclavitud, y muchas otros aspectos que ponían en tela de juicio la relación entre el gobierno de ese entonces y los ciudadanos. Entre la monarquía absoluta, y la voluntad general.

Para Rousseau, la desigualdad entre los hombres era el origen del mal en toda sociedad. En su Contrato Social, él propone que los ciudadanos deben tener la posibilidad de cambiar en cualquier momento sus leyes, sus gobernantes, e inclusive la constitución del Estado, para modificar la forma en que son gobernados. Todo eso lo escribió en un entorno que obligaba a obedecer la voluntad del rey. Si, según la ley de Dios o la ley natural todos los hombres nacemos iguales, ¿por qué algunos asumen el derecho de mandar sobre otros?

Con una idea muy romántica y sentimental en sus pensamientos, Rousseau veía que el hombre nace libre y bueno, pero la sociedad lo encadena y corrompe. La sociedad es la que hace al hombre malo, por eso en las civilizaciones primitivas existe el buen salvaje. Sus razonamientos corrían en dirección contraria a las del pragmático Maquiavelo, para quien el hombre era malo por naturaleza y las leyes lo obligan a comportarse rectamente para vivir en sociedad. Rousseau fue una especie de soñador que creía en un mundo mejor, y que si se eliminaba la desigualdad entre los hombres, se podría lograr un gobierno ideal.

Sus escritos sobre el origen de la desigualdad entre los hombres, fue un preámbulo que dio base filosófica a su Contrato Social. Allí opuso “la igualdad que la naturaleza ha establecido entre todos los hombres”, a “la desigualdad que los hombres han instituido”. Al leerlos, Voltaire le escribió: “no se puede pintar con colores más vivos los horrores de la sociedad humana, de la que tanto consuelo se prometen nuestra ignorancia y nuestra debilidad. Jamás se ha derrochado tanto ingenio en querer convertirnos en bestias. Cuando se lee vuestro libro, entran ganas de andar en cuatro patas”.

Según el Contrato Social de Rousseau, el hombre no debe someterse a nadie en particular. Nunca debe renunciar a sus derechos naturales, sino únicamente a favor del bien común. Ese bien común debe prevalecer a los intereses individuales de cada ciudadano. Vista de esa manera, entonces las leyes deben ser un órgano sagrado de la voluntad de un pueblo. Se establece de esa manera un pacto social voluntario, según el cual los particulares se sitúan bajo la dirección suprema de la voluntad general. Así es como se puede gobernar una nación, según Rousseau: Al hombre se le debe forzar a ser libre. Cualquiera que se niegue a obedecer a la voluntad general, será obligado a ello por todo el cuerpo social. El hombre, bajo su mirada, entregándose a todos, no se entrega realmente a nadie. Al someterse espontáneamente a la voluntad general y sus leyes, no obedece a nadie más que a sí mismo.

Si la sociedad más antigua, y la única natural, es la familia, se preguntaba Rousseau, los hijos están obligados a permanecer con los padres solamente mientras los necesiten para la subsistencia. Después de eso, cualquier asociación no es natural, sino voluntaria. Ese mérito de la voluntad permite una unión más segura que la que trae la dominación o la fuerza.

Reflexionemos un rato acerca de esos conceptos de igualdad que confeccionó con tanto ahínco Jean-Jacques Rousseau, a ver si algunos de sus elementos pueden aplicarse en la sociedad de hoy, y siguen siendo tan válidos como cuando se publicaron.

alvaromont@gmail.com
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