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Europa no oye “La marcha de Radetzky”

El mundo en que vivimos no es equitativo, es en demasía injusto. Aún así contiene valores, esencias primogénitas, que deben imperar contra la barbarie

  • RAFAEL DEL NARANCO

25/09/2022 05:07 am

A mediados del lejano siglo XX, en Europa sucumbieron a manera de corderos sacrificados camino del sanguinario matadero nazi, millones de seres humanos y, no obstante, sobre una extensa porción de nuestro antiguo continente continúa transitando sobre la indiferencia los hilos de la historia presente como si nada hubiera sucedido. ¿Será el olvido un latigazo del Olimpo?

Se llama florecimiento al esplendor de hoy, pero nunca tantas transgresiones se hicieron con tal saña, aunque Picasso inmortalizó la espantosa tragedia de Guernica, se alzaron sobre el continente grandiosos murales, sublimes poemas y elocuentes sinfonías.

Europa no es una unidad de pueblos, sino una idea en sí misma, en donde cada reminiscencia, al decir de Novalis, es el presente, pero uno, por su propia cuenta, acrecienta capas de tradiciones, reales unas, creadas otras, o colocadas a modo de una venta de paños regentada por un sefardí ensangrentado que pudo escarpar de milagro de las pavorosas tinieblas.

La Unión Europea, mal que bien, ahora no transita al paso de “La marcha Radetzky” de Strauss, partitura que Joseph Roth convirtió en un relato de espanto desplegado en la Austria-Hungría imperial, tras las vivencias de la familia Trotta, y cuya segunda parte del sufrimiento que no cesaba, fue “La cripta de los Capuchinos”.

Años después, Europa se envolvió en un café en el cual se conspiraba sobre ideas de plena libertad, sin distanciarse “de las empresas culturales, artísticas y estratégicas de Occidente”, al decir de George Steiner.

Ahora, cuando miro a Europa, lo hago sobre mis raíces imperecederas ante las páginas de “El mundo de ayer”, recetario elevado de uno de mis más admirados autores: Stefan Zweig. De él comprendí e intenté saber el inmenso significado moral que representa el caduco continente - todavía - de todas las esperanzas posibles.

Si a esta edad nuestra, en la cumbre final de la existencia, uno pudiera aún seleccionar opciones del saber humanista, se quedaría con los valores expandidos sobre los siglos, y volvería a encerrarse con Séneca, San Agustín, Descartes, Platón, Dante, Tomás de Aquino, Shakespeare, Miguel Ángel, Leonardo Da Vinci, Goethe, Michel de Montaigne y, un poco más cerca, Antonio Machado, Heidegger, el mismo Steiner y Claude Lévi-Strauss, Unamuno, Ortega y Gasset, el periodista polaco Ryszard Kapuscinsky, Claudio Magris, José Antonio Marina, Fernando García de Cortázar...y para no olvidar tanto dolor, Primo Levi.

Para Magris, el italiano de Trieste y su “infinito viajar”, la crisis de la individualidad “y la simultánea capacidad de resistencia del individuo frente a las amenazas existenciales”, es cuando el ser humano ha sido más fuertemente capaz de desarrollar formas de resistencia más perfectas.

A la Europa del bienestar de hoy, con pocas preocupaciones que no sea la presencia de los emigrantes y la sanguinaria guerra de Ucrania, no le importa quien le gobierne en Estrasburgo. Los ciudadanos lloriquean en los cafés por el alto costo de la vida, no obstante, esa es una cantinela que se pierde ya en el tiempo.

El libanés Amin Maalouf, miembro de la Academia Francesa, y conocido autor de “León el Africano”, en su texto “El naufragio de las civilizaciones”, editado en España por Alianza editorial, expone que, “cuando los espectaculares avances de la tecnología de nuestros días nos han facilitado el acceso universal al conocimiento, que vivamos más y mejor, el mundo parece ir en dirección opuesta, hacia la destrucción de todo lo conseguido”.

Maalouf se hace una pregunta que uno igualmente enfrenta: “¿Cómo hemos llegado hasta aquí?”.

Para ese interrogante hay diversas respuestas y todas están a mano, pero una es reciente: la guerra de Rusia contra Ucrania, bajo la crueldad del irresponsable presidente Vladimir Putin, y sobre las consecuencias espeluznantes que pueden producirse ante la expansión de ese conflicto bélico, ya que de las conflagraciones se sabe siempre su comienzo, pero difícilmente se conoce el final.

El mundo en que vivimos no es equitativo, es en demasía injusto. Aún así contiene valores, esencias primogénitas, que deben imperar contra la barbarie. Si a cada instante comenzamos a realizar la transacción de los bucaneros - ojo por ojo- llegará un tiempo en que toda la humanidad quedará ciega.

Nuestra raza, surgida de los valores cristianos y éstos a su vez del diálogo y la tolerancia griega, tiene la obligación de sembrar y mantener ecuánime el legado forzado en siglos de luchas imperecederas por los valores de la libertad.

La añeja Europa muere de mengua y algunos lo ven mejor que otros. Tal vez no suceda hoy o mañana, pero la indolencia es una inequívoca señal de alerta y pavoroso anuncio, y ese amplio SOS, sonando como las trompetas ante las murallas bíblicas de Jericó, debe ser entendido cabalmente ante la realidad doliente que enfrentamos.

¿Habrá una certeza - con mayúsculas - Tercera Guerra Mundial? Tal vez únicamente lo sepa el cielo protector y las tres grandes potencias del planeta, pero no existe la menor duda de que estamos cercanos a pisar el felpudo de ese apocalíptico portón.

Todo europeo de hoy, y es el resto de las naciones que miran el futuro muy ensombrecido , debería saber de nuestro pasado reciente. Millones de hombres y mujeres actuales lo han conocido muy amargamente.

rnaranco@hotmail.com 
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