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Lady Di, princesa, santa y mártir

La persona que menos se creyó pudiera recoger la herencia dejada por Diana en lo que respecta a beneficios de imagen, ha sido su ex marido, Carlos, el hombre al que siempre se acusó de las desgracias de la muchacha de la mirada azul

  • RAFAEL DEL NARANCO

04/09/2022 05:07 am

El pasado 31 de agosto se cumplieron 25 años del accidente de Diana de Gales, en cuya vida no faltó escarcha y fuego para volverse sempiterna tras su trágica muerte en un túnel de Paris.

La muchacha, de mirada melancólica, nunca supo si iba o venía por la vida, cuando ascendió a los altares paganos aquel 6 de septiembre, día de su funeral, cuando las calles de Londres se convirtieron en un piélago de lágrimas y cortantes suspiros.

Habían sido extendidos tantos ramos de flores sobre la hierba del palacio de Kensington, que miles de personas consideraron estar ante la presencia de una santa. Y es que, ante aquella peregrinación, alguien dijo con sumo acierto:

“Sólo la circunstancia de no ser católica le impedirá ser beatificada, incluso santificada como la primera princesa adúltera, virgen y mártir.”

Ella, atrayente, de una hermosura nada clásica, un poco delgada y alta para nuestro gusto caribeño, hizo de la beneficencia un ejercicio sincero, y a conciencia de ello, los analistas de estos orígenes mundanos, que en Inglaterra abundan como matronas en las calles del viejo Chelsea sentadas al sol frente a la iglesia gótica de Sidney Street, decían que Diana de Gales era la imagen del “espíritu oenegé” del capitalismo moderno, y causa o razón de ese aspecto humanista, a la conocida “Margarina Flora” se le añadió “Diana”, sufragando con ello derechos económicos, ya que una forma es la beatitud, y otra muy distinta el “parné”.

Viene a la memoria que esa misma mañana de congoja sobre Londres, el diario “The Daily Telegraph” expresaba la necesidad de crear una campaña en su recuerdo, requiriendo la no proliferación de químicos incontrolados, depredadores de bosques, plantas y animales, al ser los enemigos de los ecosistemas y, en definitiva, de la misma vida, que la princesa sentía con la fuerza de una juventud pretérita de justicia, y sus ansias por la salud de planeta que se hallaba desgarrado, y lo sigue estando, a causa del monstruoso calentamiento global.

Nadie niega que la princesa amara la biósfera que cada día destrozamos a pedazos con crueldad. Y es que, sobre su lozana existencia y su amor al planeta, a ella aún se la recuerda por extensas campañas de concientización que realizó para cuidarlo.

En gratificante tener presente que ella tomó la iniciativa ante la gravísima situación de la fauna del planeta, alentando del grave peligro de extinción de osos, elefantes, leones, delfines, toninas del Orinoco, ballenas, gorilas, grullas, pandas, rinocerontes y tigres, así como iguanas, tortugas, basiliscos, pitones, papagayos, loros, chimpancés, camaleones, buitres y otras especies, permanentemente amenazadas de muerte en la presente hora en que vivimos los humanos.

Muchas de esas especies viven en el sur de Venezuela y en el territorio de Brasil, es decir, que las dos naciones deben asumir una responsabilidad al momento de proteger la biodiversidad de nuestra fauna y flora.

Y de no hacerlo con urgencia – es decir, ya - un tercio de las 257 variedades de primates existentes están al borde del más peligroso exterminio. Es más - y no es una cifra al boleo - un 32 por ciento de nuestros cocodrilos, peces de agua dulce, anfibios y reptiles corren el mismo riesgo. Añadamos a esta lista un ejemplo más: los tiburones, tan maltratados y a su vez apetecidos como ingrediente gastronómico, se encuentran la línea negra que terminará con su existencia.

Tal vez la dulce Diana mártir, desde la inmensidad del universo espiritual donde sin duda se halla hablando con papá Dios, quizás pueda ayudar al planeta más destruido de toda nuestra galaxia.

Las multitudes de esa Isla de Albión pocas veces en su larga historia han estado tan unidas como aquellos días que siguieron a la muerte de la joven princesa en el túnel de Alma de París, y aún peregrinan a los lugares donde ella vivió, paseó o amó, algunas veces en forma casquivana.

A 25 años de aquella partida, la persona que menos se creyó pudiera recoger la herencia dejada por Diana en lo que respecta a beneficios de imagen, ha sido su ex marido, Carlos, el hombre al que siempre se acusó de las desgracias de la muchacha de la mirada azul.

Del resultado de una encuesta publicada en el diario “The Times” se desprendió que el 63 por ciento de las personas consultadas estaban satisfechas con el trabajo del príncipe de Gales y sólo un 24 por ciento expresó su total desacuerdo.

Durante estos días los canales de televisión británicos asumen programas especiales con motivo del aniversario. La lozana muchacha de mirada entristecida, seguirá en la remembranza del afecto, a razón de que su vida con el paso del tiempo, se ha ido convirtiendo en leyenda.

Y esto se ha vuelto a repetir estos días primeros de septiembre, con la “dianamanía” de la que hablábamos hace un cuarto de siglo estando en Londres. Quizás ya comience a bajar, al no haber sucedido lo que se anunciaba, que con la muerte de Lady Di se tambaleaba la institución más antigua del reino de Inglaterra, y aunque sus evocaciones se rebelan contra la tradición y el protocolo, el recuerdo de la muchacha de ojos melancólicos no está en el palacio Buckingham, sino en las vidrieras de la ciudad, y quizás en los grandes almacenes Harrods de Londres, cuyo dueño era el padre de Dodi Al-Fayed, el último amante de la princesa cuya muerte en París los unió ante la posteridad.

rnaranco@hotmail.com
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