Franco sale de la tumba
RAFAEL DEL NARANCO. El franquismo no puede ser borrado de la actual historia de España por más que haya sido un sueño, una pesadilla, un terror y una forma de vivir impregnada en la carne
Los restos de Francisco Franco Bahamonde serán retirados del Valle de los Caídos -San Lorenzo del Escorial, Madrid- 43 años después de su muerte. El flamante presidente del gobierno de España, Pedro Sánchez, tiene intención de firmar el decreto durante el mes de julio, coincidiendo con la fecha en que el llamado Caudillo, con algunos de los generales más influyentes del Ejército, se levantó el 18 de julio de 1936 contra el gobierno republicano presidido por Manuel Azaña.
A partir de aquella fecha hubo una España que muere y otra que bosteza al decir de Antonio Machado, añadiendo algo más el poeta de Campos de Castilla: “Españolito que vienes al mundo te salve Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón”.
Sí, 43 años -¿tanto tiempo?- de la expiración de Franco. Durante 4 décadas gobernó la curtida piel de toro con mano dura e invicta, exaltado hasta limites inverosímiles, con una hagiografía que para sí hubieran querido Alejandro Magno, Julio César, Ricardo Corazón de León o el propio Carlos V. Hoy está colgado entre un mito decadente y una realidad rota en pedazos.
Este personaje pequeño, regordete, introvertido, construido de silencios recónditos y cortantes, ¿fue en realidad, como apuntaba Reig Tapia, un santo cruzado, el último caballero cristiano, o un frío e implacable justiciero que aterró a los vencidos con una represión de masas tan cruel que solamente entendieron sus aliados los nazis?
Uno no lo sabe con certeza, aún habiendo vivido el escribidor bajo aquella oleada interminable de santo sudario, y sigue entre las brumas compactas de un miedo permanente, sin saber discernir aún todo lo que ha significado para su existencia futura, coja y en cierta manera rota, la presencia sobre su mente y cuerpo de la figura rechoncha de ese ser absolutista.
Aquel conflicto entre hermanos se repartió a partes iguales. Los vencedores fueron más crueles, si cabe. Les cegaba un odio inconmensurable el cual tardó muchos años en poder cerrarse, y aún hoy, en pleno año 2018 del siglo XXI, no se ha cerrado definitivamente el tiempo de los rencores, siendo así que escarbar en aquellas heridas sigue acarreando gangrenas dolorosas.
Un mes y veintitrés días antes de su fallecimiento, Franco firmó cinco sentencias de muerte.
A partir de aquella jornada se vienen haciendo exhaustivos estudios sobre el verídico perfil del hombre, del militar y del político que durante cuarenta años del siglo XX acaparó para él solo la historia de España, y aún así sigue existiendo en alguna parte, entre las entrañas de muchas personas construidas de éxodo y llanto, un vacío espantoso el cual no podrá llenar ni el propio olvido.
El Caudillo, enterrado bajo una pesada losa de granito en la nave central del monumento aclamado Valle de los Caídos, sigue siendo en cierta forma la viva encarnación de la Santísima Trinidad, al converger en él la divinidad del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, ya que debido a esa sacralización, una infinidad de españoles puede aún decir: “He convivido a la sombra omnipotente de un dios”.
En este aspecto, “mal que pese”, el franquismo no puede ser borrado de la actual historia de España por más que haya sido un sueño, una pesadilla, un terror y una forma de vivir impregnada en la carne cual un sacramento.
La mitología franquista necesitó, como los prohombres/dioses del Olimpo griego, de una puesta en escena grandilocuente y para ello estaba la palabra, ya que pocas veces una herramienta hizo tanto en el endiosamiento de una figura humana.
Ese hombre era “Caudillo a cuenta de la propia gracia de Dios” y a razón de ello, a modo de la mismísima Santa Eucaristía, penetraba en toda iglesia, abadía o catedral, bajo palio. Jamás se inclinó ante un obispo o cardenal: ellos lo hacían frente a su persona. La Iglesia católica era su madre, pero ésta le sirvió cual una encadenada. El Generalísimo vivió entre el brazo incorrupto de Santa Teresa de Ávila y el oscurantismo de Trento. Y todo el país, al unísono, hizo lo mismo.
“Caudillo de la nueva Reconquista”, lo llamó en encendidos versos Manuel Machado, el hermano de Antonio, rematando con estas estrofas la división de familia: “Sabe vencer y sonreír... su ingenio / militar campa en la guerrera gloria / seguro y fiel. Y para hacer historia / Dios quiso darle mucho más: el genio”.
Recuerdo a una joven cantante con vestido floreado llamada Cecilia, muerta en un accidente de carretera en Quiruelas de Vidirales, pueblecito de Zamora, un 2 de agosto de 1976, cantando con un toque hermoso de hippie, “Mi querida España, esta España mía, esta España nuestra...” que hizo lagrimear.
Llegó el momento -hablando de los españoles no es certero-, en que al salir Franco de la garganta de los caídos, quizás el poderoso Jehová ayude a unir de una vez a vencidos y vencedores.
La concordia debiera ser ya en España el único camino a transitar.
rnaranco@hotmail.com
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