Gerencia con optimismo
Entre las visiones gerenciales optimista y pesimista, hay niveles intermedios, que no necesariamente son estáticos, ya que es posible transitar el camino del pesimismo al optimismo realista
La palabra optimismo deriva del latín optimus, muy bueno y su antónimo pesimismo, deriva de pessimus “muy malo”, lo cual nos permite llegar a una conclusión preliminar: Gerencia con optimismo es buena y con pesimismo, es mala. Son dos visiones; la propensión para ver y juzgar las cosas en su aspecto más favorable o desfavorable. Según Benjamín Franklin “Un optimista ve una oportunidad en toda calamidad y un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad”. Lo determinante no es el entorno con las múltiples situaciones que se presenten, sino la actitud que el gerente tenga para aprovechar las oportunidades y sortear las dificultades de los riesgos, para salir incluso fortalecido. La Gerencia con optimismo no significa que hay una desconexión con la realidad, sino todo lo contrario, ya que parte de una observación y descripción objetiva de los hechos reales, con una perspectiva histórica y una visión de futuro con propuestas factibles que se conviertan en metas cumplidas, lo cual sirve de retroalimentación para generar nuevas iniciativas en un proceso continuo de mejoramiento.
La Gerencia optimista está conectada con Propósitos y Esperanza, mientras que la Gerencia pesimista está estrechamente vinculada con la desesperanza. Algunas características permiten diferenciar ambos tipos de gerencia. La optimista es generalmente proactiva; creativa; con un pensamiento global y una acción local, o sea con los pies en el suelo donde vive y con los ojos mirando al horizonte lejano; tiene sentido de responsabilidad propia de las causas de las situaciones enfrentadas, así como también la posibilidad de solventar los problemas y salir fortalecido, si asume las conductas adecuadas; trabaja con metas y objetivos medibles que le permiten ratificar o rectificar las decisiones según los resultados; programa a corto, mediano y largo plazo; confía en la relación trabajo-logro; genera confianza y credibilidad; autocrítica constructiva, estimula la inconformidad canalizada hacia la generación de propuestas innovadoras y construye soluciones concretas.
La gerencia pesimista es generalmente reactiva; poco creativa; con una miopía temporal y espacial, o sea no ve más allá de hoy y aquí; considera que todo está fuera de su responsabilidad y de su control; no se establece metas o las fija pero no las cumple; es inmediatista; confía más en la suerte que en el trabajo; genera desconfianza y es poco creíble; poca autocrítica; produce resignación y conformidad, lo cual hace que sea poco permeable a los cambios y espera soluciones mágicas a los problemas.
Entre las visiones gerenciales optimista y pesimista, hay niveles intermedios, que no necesariamente son estáticos, ya que es posible transitar el camino del pesimismo al optimismo realista. Algunas recomendaciones son: partir de la lectura objetiva de las situaciones; valorar las fortalezas y debilidades, tanto individuales como organizacionales; trazar estrategias para minimizar amenazas y riesgos, así como también aprovechar las oportunidades; en las decisiones debe prevalecer la razón sobre la emoción; combinar el pensamiento global con la acción local; fomentar un lenguaje positivo y optimista; sembrar esperanza en el equipo; plantear objetivos concretos y logrables con medición de resultados con indicadores adecuados; hacer más y hablar menos; cumplir los compromisos; servir de ejemplo al equipo; estimular la noción de la importancia de todos, independientemente de la jerarquía; reconocer sus limitaciones y dejarse ayudar; compartir los logros y reconocer el aporte de todos y aceptar los errores, aprender de estos y evitar repetirlos.
Bartolomé Finizola Celli
ascardio.coordinacion@gmail.com
La Gerencia optimista está conectada con Propósitos y Esperanza, mientras que la Gerencia pesimista está estrechamente vinculada con la desesperanza. Algunas características permiten diferenciar ambos tipos de gerencia. La optimista es generalmente proactiva; creativa; con un pensamiento global y una acción local, o sea con los pies en el suelo donde vive y con los ojos mirando al horizonte lejano; tiene sentido de responsabilidad propia de las causas de las situaciones enfrentadas, así como también la posibilidad de solventar los problemas y salir fortalecido, si asume las conductas adecuadas; trabaja con metas y objetivos medibles que le permiten ratificar o rectificar las decisiones según los resultados; programa a corto, mediano y largo plazo; confía en la relación trabajo-logro; genera confianza y credibilidad; autocrítica constructiva, estimula la inconformidad canalizada hacia la generación de propuestas innovadoras y construye soluciones concretas.
La gerencia pesimista es generalmente reactiva; poco creativa; con una miopía temporal y espacial, o sea no ve más allá de hoy y aquí; considera que todo está fuera de su responsabilidad y de su control; no se establece metas o las fija pero no las cumple; es inmediatista; confía más en la suerte que en el trabajo; genera desconfianza y es poco creíble; poca autocrítica; produce resignación y conformidad, lo cual hace que sea poco permeable a los cambios y espera soluciones mágicas a los problemas.
Entre las visiones gerenciales optimista y pesimista, hay niveles intermedios, que no necesariamente son estáticos, ya que es posible transitar el camino del pesimismo al optimismo realista. Algunas recomendaciones son: partir de la lectura objetiva de las situaciones; valorar las fortalezas y debilidades, tanto individuales como organizacionales; trazar estrategias para minimizar amenazas y riesgos, así como también aprovechar las oportunidades; en las decisiones debe prevalecer la razón sobre la emoción; combinar el pensamiento global con la acción local; fomentar un lenguaje positivo y optimista; sembrar esperanza en el equipo; plantear objetivos concretos y logrables con medición de resultados con indicadores adecuados; hacer más y hablar menos; cumplir los compromisos; servir de ejemplo al equipo; estimular la noción de la importancia de todos, independientemente de la jerarquía; reconocer sus limitaciones y dejarse ayudar; compartir los logros y reconocer el aporte de todos y aceptar los errores, aprender de estos y evitar repetirlos.
Bartolomé Finizola Celli
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