Espacio publicitario

La nueva espada de Simón Bolívar

La actitud del rey Felipe VI, al no levantarse de su asiento al paso de la espada en la juramentación de Gustavo Petro, puede catalogarse - y eso intuimos - en que el monarca tuvo una certeza: la hoja era un valor para una formación guerrillera

  • RAFAEL DEL NARANCO

14/08/2022 05:07 am

En grutas donde comenzó su singladura el prototipo humano, los símbolos han sido difíciles de definir, aún conociendo sus cuantías místicas, sociales, culturales e ideologías, sin dejar de lado sus propios antivalores.

Esto ha venido a posarse sobre estas dos cuartillas ante cierta polvareda levantada durante la toma de posesión en Bogotá del nuevo presidente de Colombia, Gustavo Petro, en la que rey Felipe VI
permaneció sentado en el instante en que la mítica espada del Libertador Simón Bolívar, cruzaba ante la tarima oficial.

En esa puesta en escena donde la izquierda colombiana, tras años de luchas insaciables, asume el poder, esa espada representa un distintivo de enorme fuerza emotiva.

En el Panteón Nacional de Caracas, el Comandante Hugo Chávez, con motivo de su toma de posesión el 2 de febrero de 2009, llevando en sus manos una espada de Libertador - ¿la auténtica? - expresó “que los hierros y aceros de las filosas se conviertan en acero para los arados y alimento de vida”

Acaso la política sea en América Latina, como merodeaba en la mente de Jorge Luis Borges, “un conjunto de símbolos o hechos repetidos en el discurso de los tiempos”.


Es bien cierto que las relaciones políticas entre Colombia y Venezuela - salvo en algunos momentos - han sido enguerrilladas. Los gobernantes de ambas fincas arrojan cada cierto tiempo madera al fuego para atizar la candela y custodiar su llama permanente.

El pueblo barrunta otros asuntos. Es directo, afable, campechano; algunas veces, es cierto, encerrado en sus propias brumas, pero siempre sin dobleces.

La frontera es una sola. Todo une y nada separa. La raya o linde no existe. Los mojones, indicadores de trochas, caminos o veredas, más que piedras, son divisiones fingidas levantadas de polvo y aire. Los de allí son los mismos que los de aquí y viceversa. Es una mezcla natural, heterogénea y compacta nacida del compadreo surgido en la noche de los tiempos.

El problema se encuentra en Caracas y Bogotá. En las dos urbes históricas, los políticos de profesión y oficio ceban, engordan e inflan unos problemas colindantes, que en el fondo son simples pleitos de familia un poco mal avenida.

Es bien sabido desde siempre que los capitostes con mando en plaza de uno y otro lado han usado la demarcación divisoria como una tabla de salvación para mantenerse a flote, y crear con ello un hipotético enfrentamiento cuyos hilos mundanos hubieran pasmado al mismo ​ Molière, por la vileza simuladora que los clavetea.

A recuento de esa encerrona, la política es con frecuencia un reflujo de calamidades colgadas en las tapias de los cementerios andinos o de los murallones de la recia mampostería neogranadina entre Tovar y Ocaña, San Cristóbal y Cúcuta, Jají y Pamplona. Pueblos parejos con nombres distintos, dependiendo si llegó antes al predio un guerrero o un fraile, para terminar formando algo parecido a una tómbola de feria.

Expresaba Julio Caro Baroja, sobrino del autor de “El mayorazgo de Labraz”, que se podían encontrar grandes semejanzas entre la hechicera antigua y el político moderno, al atribuírseles facultades muy superiores a las que en realidad tienen.

Esos venezolanos que se desplazan a la frontera colombiana, debido a la precaria situación de nuestra economía, no se fugan: lo hacen para encontrar trabajo y un poco de bienestar.

Todo éxodo es pasión incandescente desde la misma alborada de los tiempos: dentro de cada persona hay una avidez de hallar una tierra prometida aún a sabiendas de que muchos no llegarán al nirvana codiciado.

Cada destierro crea una ruptura difícil de explicar, es un ahogo que los años no ayudan a sosegar.

Cada desarraigo obliga a alejarse de las zanjas primogénitas, esas que aunadas a las rinconeras transitadas en la niñez, cortan de cuajo los afanes familiares y convierten en mascarón de proa hendida al ser humano que somos hoy.

Alexis de Toqueville expresa que la democracia y el socialismo sólo tienen una cosa en común: la igualdad, pero con una diferencia: “La democracia busca la igualdad en la libertad y el socialismo quiere la igualdad en la privación y en la servidumbre.”

Y ahora, el principio de estas letras con espada incluida. No sabíamos nada o muy poco, de esa hoja filosa. Mucho menos que estuviera en poder del nuevo Jefe de Estado de Colombia. Eso posee una explicación:

Se cree que ese arma perteneciente a Simón Bolívar, representaba un símbolo de justicia para la hueste del M-19, y un valor para el nuevo presidente colombiano, a cuyo grupo político perteneció en su juventud.

Una vez obtuvo la victoria en las elecciones, la espada fue motivo de diálogo entre Petro y el ya expresidente Iván Duque, en su primera reunión para el cambio del poder en la Casa de Nariño, lugar donde reposaba la hoja brillante

Convertida en un atributo de libertad, una vez sustraída por el Movimiento 19 de Abril en 1974, el grupo la conservó más de 10 años y, tras su desmovilización, es devuelta al gobierno colombiano, y depositada en el Palacio Nariño, sede del ejecutivo.

La actitud del rey Felipe VI, al no levantarse de su asiento al paso de la espada en la juramentación de Gustavo Petro, puede catalogarse - y eso intuimos - en que el monarca tuvo una certeza: la hoja era un valor para una formación guerrillera y no la representación de toda una nación.


rnaranco@hotmail.com
Siguenos en Telegram, Instagram, Facebook y Twitter para recibir en directo todas nuestras actualizaciones
-

Espacio publicitario

Espacio publicitario

Espacio publicitario

DESDE TWITTER

EDICIÓN DEL DÍA

Espacio publicitario

Espacio publicitario