Una Encíclica, una crítica
Si algo hay que reconocerle a Laudato Si es que aborda el tema medioambiental sin ambages, resueltamente y de manera total, y no parcialmente como hicieran los anteriores pontífices...
Podría afirmar que la Carta Encíclica Laudato Si (2015), del papa Francisco, a pesar de no tener como eje central un tema literalmente teológico, lo es por esencia, ya que aborda, en casi toda su extensión, la grave problemática que se le presenta a la Tierra, derivada de la destrucción del medio ambiente, de la desertificación Amazónica y de la dramática pérdida de la biodiversidad (plantas, animales, etnias), todo lo cual amenaza con dejar al planeta en una situación de no retorno. Y es teológico, porque la Iglesia es creacionista, por lo cual, el daño que se le infrinja a la denominada “casa común”, es un daño directo a la obra de Dios y a nosotros, sus hijos.
Y en realidad Laudato Si ha sido un documento osado, aunque no exento de antecedentes en el seno de la propia Iglesia, ya que su predecesor, el Papa Benedicto XVI, trabajó con ahínco y acierto la problemática social, el desarrollo humano y el deterioro medioambiental, y es este uno de los más importantes pilares en el aparato crítico de Laudato Si (me refiero a la gran Carta Encíclica Caritas in veritati). En ese sentido, se apoya Francisco en su antecesor, como también lo hiciera en sus anteriores documentos eclesiales, no solo de textos equivalentes (Encíclicas y Exhortaciones Apostólicas), sino de las propias homilías. Quienes conocemos la obra del hoy papa Emérito sabemos lo mucho que le debe Laudato Si a su pensamiento. También se apoya el autor en las Conferencias Episcopales de varios países (Filipinas, Argentina, Bolivia, Alemania, Estados Unidos, Canadá, Brasil, República Dominicana, Nueva Zelanda, Portugal y México, entre otros), en documentos y mensajes de los papas Pablo VI y Juan Pablo II, en el Catecismo de la Iglesia Católica (cuyo proyecto estuvo a cargo de una Comisión presidida por el entonces cardenal Joseph Ratzinger, que lo redactó conjuntamente con un Comité de siete obispos), y en muchas otras fuentes.
Si algo hay que reconocerle a Laudato Si es que aborda el tema medioambiental sin ambages, resueltamente y de manera total, y no parcialmente como hicieran los anteriores pontífices, lo que se traduce en una mayor descripción de la problemática: sus causas y sus consecuencias. Paradójicamente, a pesar de esta amplitud de espectro y de miras, o precisamente por ella, no hay mayor profundidad en los planteamientos y se contenta Francisco con repetir y comentar lo que han expresado otros autores. No hay aportes a la comprensión de la problemática desde el ángulo de la teología ni de la ecología, lo que se traduce en una suerte de noria, de reiteración de aseveraciones y denuncias harto conocidas por todos, y que buscan despertar la conciencia civilizatoria frente a la grave situación.
La génesis de Laudato Si está en El cántico de las criaturas de San Francisco de Asís, que repite en todo su corpus: “Laudato si, mi´ Signore”. Suele admitirse desde la salida del documento eclesial, que la celebrada expresión “casa común”, repetida varias veces a lo largo del mismo, es propia del papa Francisco. Dicha expresión no aparece en el citado fragmento del Cántico, ni en toda su extensión, y si bien fue un gran acierto suyo incluirla, y hoy es de referencia global por la fuerza mediática de su figura, no fue el primero en referirse a la Tierra en tales términos, y hallamos un antecedente inmediato (no el definitivo, posiblemente) en buena parte de la obra del gran ecologista, teólogo, filósofo, y escritor brasileño Genésio Darci Boff, mejor conocido como Leonardo Boff, quien desde 1996 nos viene hablando de “Nuestra Casa: la Gran Madre, La Tierra”.
Laudato Si está escrita con un lenguaje sencillo, apartado de grandes pretensiones científicas y teologales (aunque no las olvida, sobre todo en el Capítulo segundo: “El evangelio de la creación” y en el Capítulo sexto: “Educación y Espiritualidad Ecológica”), y en su estructura se van desglosando de manera orquestada cada uno de los aspectos inherentes a la problemática ecológica. Destacan, entre otros: la contaminación, el cambio climático, el deterioro de la calidad de vida, la tecnología, la globalización, la crisis derivada del antropocentrismo y la ecología integral. El Capítulo quinto (“Algunas líneas de orientación y acción”) y el Capítulo sexo (ya citado) presentan propuestas que toman como base el diálogo entre las distintas variables en juego, así como la conjunción religión-ciencias, que busca acuerdos de base entre la abstracción teológica y científica y la realidad planetaria. Cuestiones, por cierto, desarrolladas por Boff in extenso en su obra.
Laudato Si no es per se una gran Encíclica, pero tiene el privilegio de gozar de una difusión mediática y académica y de un interés ecuménico tan elevados, como pocas en la historia, de allí su importancia en un mundo que se debate entre retornar a la “normalidad” luego de la crisis pandémica, o recoger los pasos que nos han llevado deliberadamente al borde del abismo. Entre ambos extremos se dirime nuestra vida.
rigilo99@gmail.com
Y en realidad Laudato Si ha sido un documento osado, aunque no exento de antecedentes en el seno de la propia Iglesia, ya que su predecesor, el Papa Benedicto XVI, trabajó con ahínco y acierto la problemática social, el desarrollo humano y el deterioro medioambiental, y es este uno de los más importantes pilares en el aparato crítico de Laudato Si (me refiero a la gran Carta Encíclica Caritas in veritati). En ese sentido, se apoya Francisco en su antecesor, como también lo hiciera en sus anteriores documentos eclesiales, no solo de textos equivalentes (Encíclicas y Exhortaciones Apostólicas), sino de las propias homilías. Quienes conocemos la obra del hoy papa Emérito sabemos lo mucho que le debe Laudato Si a su pensamiento. También se apoya el autor en las Conferencias Episcopales de varios países (Filipinas, Argentina, Bolivia, Alemania, Estados Unidos, Canadá, Brasil, República Dominicana, Nueva Zelanda, Portugal y México, entre otros), en documentos y mensajes de los papas Pablo VI y Juan Pablo II, en el Catecismo de la Iglesia Católica (cuyo proyecto estuvo a cargo de una Comisión presidida por el entonces cardenal Joseph Ratzinger, que lo redactó conjuntamente con un Comité de siete obispos), y en muchas otras fuentes.
Si algo hay que reconocerle a Laudato Si es que aborda el tema medioambiental sin ambages, resueltamente y de manera total, y no parcialmente como hicieran los anteriores pontífices, lo que se traduce en una mayor descripción de la problemática: sus causas y sus consecuencias. Paradójicamente, a pesar de esta amplitud de espectro y de miras, o precisamente por ella, no hay mayor profundidad en los planteamientos y se contenta Francisco con repetir y comentar lo que han expresado otros autores. No hay aportes a la comprensión de la problemática desde el ángulo de la teología ni de la ecología, lo que se traduce en una suerte de noria, de reiteración de aseveraciones y denuncias harto conocidas por todos, y que buscan despertar la conciencia civilizatoria frente a la grave situación.
La génesis de Laudato Si está en El cántico de las criaturas de San Francisco de Asís, que repite en todo su corpus: “Laudato si, mi´ Signore”. Suele admitirse desde la salida del documento eclesial, que la celebrada expresión “casa común”, repetida varias veces a lo largo del mismo, es propia del papa Francisco. Dicha expresión no aparece en el citado fragmento del Cántico, ni en toda su extensión, y si bien fue un gran acierto suyo incluirla, y hoy es de referencia global por la fuerza mediática de su figura, no fue el primero en referirse a la Tierra en tales términos, y hallamos un antecedente inmediato (no el definitivo, posiblemente) en buena parte de la obra del gran ecologista, teólogo, filósofo, y escritor brasileño Genésio Darci Boff, mejor conocido como Leonardo Boff, quien desde 1996 nos viene hablando de “Nuestra Casa: la Gran Madre, La Tierra”.
Laudato Si está escrita con un lenguaje sencillo, apartado de grandes pretensiones científicas y teologales (aunque no las olvida, sobre todo en el Capítulo segundo: “El evangelio de la creación” y en el Capítulo sexto: “Educación y Espiritualidad Ecológica”), y en su estructura se van desglosando de manera orquestada cada uno de los aspectos inherentes a la problemática ecológica. Destacan, entre otros: la contaminación, el cambio climático, el deterioro de la calidad de vida, la tecnología, la globalización, la crisis derivada del antropocentrismo y la ecología integral. El Capítulo quinto (“Algunas líneas de orientación y acción”) y el Capítulo sexo (ya citado) presentan propuestas que toman como base el diálogo entre las distintas variables en juego, así como la conjunción religión-ciencias, que busca acuerdos de base entre la abstracción teológica y científica y la realidad planetaria. Cuestiones, por cierto, desarrolladas por Boff in extenso en su obra.
Laudato Si no es per se una gran Encíclica, pero tiene el privilegio de gozar de una difusión mediática y académica y de un interés ecuménico tan elevados, como pocas en la historia, de allí su importancia en un mundo que se debate entre retornar a la “normalidad” luego de la crisis pandémica, o recoger los pasos que nos han llevado deliberadamente al borde del abismo. Entre ambos extremos se dirime nuestra vida.
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