No hay política sin escuchar a la gente
El surgimiento de un nuevo liderazgo y una nueva narrativa son procesos concomitantes que se nutren de la escucha de la gente a quien se quiera representar
Aunque las políticas públicas han de orientarse en beneficio de la colectividad, uno de sus dilemas ineludibles es la condición de toda acción política de no ser recibida con satisfacción por todos los afectados por ellas. En primer lugar quienes tienen intereses en contra no dejarán de oponerse a cualquier política pública que los lesione. En siguiente lugar no todos las entienden de la misma manera, ni todos se benefician (o perjudican) en la misma medida, lo que confiere al esfuerzo comunicacional una importancia capital en toda acción política (incluso en aquellas cuya ejecución se desee tener con el más bajo perfil posible). La crítica siempre resulta incómoda a cualquier gobierno o partido porque supone una resistencia no siempre manejable para la acción política porque deviene en desobediencia, cuando no en violencia pasiva o abiertamente activa. En las democracias estas resistencias suelen ser manejadas vía negociaciones y/o el re encuadre de los mapas mentales opositores mediante programas comunicacionales dirigidos a ganarse las voluntades de los ciudadanos o neutralizar su credibilidad pública de los detractores. El control de daños de la acción política no siempre consisten en prácticas honestas, esto es particularmente cierto en las dictaduras donde la descalificación, el uso de la mentira o de la judicialización de la acción opositora está a la orden del día. Es algo con lo que hay que vivir y sortear.
Si la división del público en simpatizantes, indiferentes y opositores es el día a día de la acción política y si parte decisiva del éxito de la misma es contar con la mayor cantidad posible de apoyos y la menor de resistencia o de indiferencia, ¿por qué nuestros políticos opositores han sido, en general, tan incompetentes en granjearse duraderamente el apoyo popular? La oposición ha contado con respaldos realmente masivos, ¿qué produjo la evaporación de esa fuerza multitudinaria? No existe una causa única, sino un abanico de ellas.
Si la división del público en simpatizantes, indiferentes y opositores es el día a día de la acción política y si parte decisiva del éxito de la misma es contar con la mayor cantidad posible de apoyos y la menor de resistencia o de indiferencia, ¿por qué nuestros políticos opositores han sido, en general, tan incompetentes en granjearse duraderamente el apoyo popular? La oposición ha contado con respaldos realmente masivos, ¿qué produjo la evaporación de esa fuerza multitudinaria? No existe una causa única, sino un abanico de ellas.
La valoración y respeto a los políticos venía de capa caída cuando menos desde los años ochenta del siglo pasado y hace crisis manifiesta durante los noventa, gracias al verbo encendido de Chávez quien termina por construir la narrativa anti partidos “de la cuarta”. Pero pasó que el victimario termina alcanzado por la misma pócima que le había servido para esterilizar a los partidos “enemigos” y la anti política terminó tragándose parcialmente al chavismo también. La desaparición de los medios de comunicación opositores y la censura oficial a los medios sobrevivientes, creó una situación de hegemonía comunicacional todavía hoy vigente. La incompetencia en la creación de un liderazgo opositor multitudinario y la atomización de los partidos opositores en pequeños islotes con escaso respaldo popular, la conjunción de la descalificación mutua oficialista de la oposición, la de los opositores entre sí y la de los opositores al gobierno creó y mantiene una matriz de opinión donde no queda hueso sano al estar construidas por narrativas que por un lado no se conectan con los sentires de la gente del común, sino que adicionalmente se centran en la denuncia y la descalificación de todos contra todos sin proponer soluciones creíbles por la gente. Esta proliferación de pigmeos políticos crea la paradoja de fomentar la abstención política cuando las opciones para escoger son más abundantes en un contexto en el cual los actores partidistas tienden a creer que el problema es el mensaje y no más bien los mensajeros que los verbalizan. La eternización de una dirigencia inefectiva al frente de los partidos ha agotado tanto a esas figuras, como casi cualquier cosa que prediquen, generando desconfianza e incredulidad en ellos como factores del cambio anhelado.
La solución no es fácil, quizás no tanto porque se desconozca, sino por la dificultad de llevarla a la práctica. Podría pensarse en que la dirigencia fracasada cediera el paso a otros capaces de ensayar otras fórmulas. Pretender que quien aspire al poder renuncie a buscarlo es una casi ingenuidad, en cualquier caso deben ser los ciudadanos quienes decidan si quieren o no cualquiera de ellos. Deben someterse a consulta interna de sus partidos y a consulta de los ciudadanos. El otro punto es la reconexión de los políticos con los ciudadanos y para ello hay que aprender a escuchar a la gente primero porque en política quien no escucha tampoco será escuchado por quienes ignora.
También debe formularse un sueño creíble, una nueva esperanza que llene de optimismo por un futuro posible, sin olvidar saber usar las nuevas tecnologías en el contexto de un gobierno persecutor. El surgimiento de un nuevo liderazgo y una nueva narrativa son procesos concomitantes que se nutren de la escucha de la gente a quien se quiera representar, con el desarrollo emocional por una nueva tierra prometida definida a través de conversación entre todos.
@signosysenales
dh.asuaje@gmail.com
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