En estos días conversaba con alguien sobre que en tiempos como los que estamos viviendo, con tantas situaciones a las que uno tiene que hacer frente cada día, es muy fácil dejarse llevar por las emociones que esas situaciones produzcan en nosotros, y que seremos afectados por ellas en nuestras reacciones. Por ello deberemos hacer un esfuerzo por pararnos firmes en nuestras convicciones, y basarlas cada vez más en valores para poder salir airosos de dichas situaciones. Y si algún día pretendemos que las cosas cambien y podamos vivir en una paz razonable con nuestro entorno, vamos a tener que preocuparnos más por el bienestar de las personas que nos rodean, lo que deberá traducirse también en mejorar nuestra comunicación con ellas. Esto a su vez implicará trabajar duro en dos aspectos de nuestro carácter: 1. Nuestra humildad (recordando que humildad no significa pensar menos en uno mismo, sino más en Dios (para quienes creemos) y en los demás); 2. Nuestro respeto por nosotros y los demás. En realidad, el ser más humildes y respetuosos parten de que cada uno elijamos serlo, no una sola vez sino muchas. En este proceso afrontaremos el hecho de que muchas personas elegirán lo contrario (orgullo e irrespeto) cuando traten con nosotros. Lo cual en el fondo será bueno, porque pondrá a prueba nuestro compromiso al respecto. Y si no pasamos esa prueba en algún momento, no nos desanimemos, sino más bien sigamos luchando porque al final veremos que sí valió la pena.