Regresé al Perú luego de 11 años. Me sorprenden 2 sonidos.
La obsesión de los choferes limeños por tocar corneta compulsiva e inútilmente cada vez que llegan a una esquina, se les atraviesa un carro, se le atraviesan a otro, cuando se quedan detenidos 2 segundos por la cola, cuando avanzan sin ningún obstáculo…
Lo segundo es el acento venezolano. Es un sonido ubicuo que me provoca sentimientos encontrados. Por una parte un orgullo sanamente expansionista, por otro saber que detrás de esa voz hay una historia de dolor. De aventura indeseada.
También la sociedad peruana tiene sentimientos encontrados con respecto a los venezolanos.
Por regla general los inmigrantes tratan de ser más eficientes que los locales y, la mayoría de las veces, hasta cobran menos. Ese es un fenómeno recurrente en cualquier país. Pero además la idiosincrasia venezolana, dicharachera y extrovertida, parece un rayo de luz en una sociedad recelosa y reservada. Los peruanos suelen agradecer la dedicación, atención y alegría venezolana… pero también se sienten amenazados por esta inmigración súbita y descontrolada.
En Perú hay por lo menos 1.300.000 venezolanos. La inmensa mayoría gente honesta y trabajadora que vino, a veces a pie, a partirse el lomo huyendo de un país secuestrado por un régimen criminal. Sin embargo también ha llegado un grupo de antisociales (proporcionalmente pequeño pero suficiente para sembrar el caos) que pretende replicar la criminalidad que acostumbraba en su país.
Perú jamás había experimentado ser la tierra prometida para ninguna población extranjera. No está acostumbrado a los inmigrantes y tanto la prensa amarillista como los políticos inescrupulosos han utilizado esto para exacerbar la xenofobia. Nuestra experiencia con los colombianos (porque, ojo, en una época los venezolanos fuimos xenofóbicos con ellos) me demuestra que la realidad se impone y que, al final, el Perú aceptará a sus nuevos compatriotas.
@JorgeSayegh
La obsesión de los choferes limeños por tocar corneta compulsiva e inútilmente cada vez que llegan a una esquina, se les atraviesa un carro, se le atraviesan a otro, cuando se quedan detenidos 2 segundos por la cola, cuando avanzan sin ningún obstáculo…
Es una sinfonía absurda e infernal de bocinas nerviosas.
Lo segundo es el acento venezolano. Es un sonido ubicuo que me provoca sentimientos encontrados. Por una parte un orgullo sanamente expansionista, por otro saber que detrás de esa voz hay una historia de dolor. De aventura indeseada.
También la sociedad peruana tiene sentimientos encontrados con respecto a los venezolanos.
Por regla general los inmigrantes tratan de ser más eficientes que los locales y, la mayoría de las veces, hasta cobran menos. Ese es un fenómeno recurrente en cualquier país. Pero además la idiosincrasia venezolana, dicharachera y extrovertida, parece un rayo de luz en una sociedad recelosa y reservada. Los peruanos suelen agradecer la dedicación, atención y alegría venezolana… pero también se sienten amenazados por esta inmigración súbita y descontrolada.
En Perú hay por lo menos 1.300.000 venezolanos. La inmensa mayoría gente honesta y trabajadora que vino, a veces a pie, a partirse el lomo huyendo de un país secuestrado por un régimen criminal. Sin embargo también ha llegado un grupo de antisociales (proporcionalmente pequeño pero suficiente para sembrar el caos) que pretende replicar la criminalidad que acostumbraba en su país.
Perú jamás había experimentado ser la tierra prometida para ninguna población extranjera. No está acostumbrado a los inmigrantes y tanto la prensa amarillista como los políticos inescrupulosos han utilizado esto para exacerbar la xenofobia. Nuestra experiencia con los colombianos (porque, ojo, en una época los venezolanos fuimos xenofóbicos con ellos) me demuestra que la realidad se impone y que, al final, el Perú aceptará a sus nuevos compatriotas.
@JorgeSayegh
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