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Los siglos semanales

Nos aburrimos cuando “no pasa nada” pero depende de cuánto nos interesamos por el entorno. Es un engaño que no pase nada porque los acontecimientos se producen por zettabites a nuestro alrededor. Por obra del coronavirus que nos obligó a aislarnos...

  • CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ

22/05/2022 05:08 am

Tres semanas ago, con fascinante brillo, @Mibelis Acevedo escribió en estas páginas sobre el aburrimiento (“Este tedio”, EU:07/05/2022) y no perderé la ocasión de desenvainar sobre el mismo tema una espada que yacía en reposo. En los últimos tiempos la pandemia hizo que el espacio cultural se llenara de demasiados disparates. Pero Mibelis nos refresca con su inimitable manera. Va para ella.

Romeo esperaba ansiosamente a Julieta con la complicidad de fray Lorenzo, horas eternas, pero no se aburría. Su mente estaba depositada en el encuentro y el lapso que lo separaba de ella era angustia, pero no tedio. Nadie se hastía en el purgatorio, que se distingue del infierno, por ser dolor con esperanza. Un siglo de su compañía hubiera sido un instante para él. Juana de Arco en la pira siente que un segundo es eterno, y abjura. No atendemos al tiempo en el tráfago de actividades, ni en la intensidad del placer. Para el insaciado, en cambio, es la dura espera, igual que para quien padece agónicamente. Un condenado a muerte no aguarda la fecha fatal con fastidio. Al contrario, quien no tiene expectativas sobre mañana, ni le aguarda algo, un día va detrás de otro, la existencia misma es un hastío, una faena inerte.

Escribe Neruda “pasan días iguales persiguiéndose… día que has sido niño, inútil /que naciste desnudo/las leguas de tu marchan van corriendo sobre tus doce extremidades”. El aburrimiento y el tiempo se personalizan cuando no pasa nada. Dice Cioran “…Son las tres de la madrugada… Siento este segundo y luego el siguiente y saco la cuenta de cada minuto”. Tal vez por casualidad, B.B King nos impacta con su blues inolvidable, llamado casualmente Las tres de la mañana, en el mismo tono intenso del filósofo rumano del suicidio. Varios films, por ejemplo, Lejos del cielo (Haynes: 2002) narran la vida asfixiante, repetitiva de las mujeres enclaustradas en sus hogares durante la era represiva del machismo en los años cincuenta, previa al reventón de los sesentas. En contraste, Historia de una pasión (Davies: 2016) describe el sentimiento que mantuvo a dos amantes en lucha contra la separación impuesta por el entorno. El Dr. Jhivago y Lara (Lean: 1965) jamás se aburrieron durante mil páginas y durante todas se buscaron en medio del infierno comunista.

Nos aburrimos cuando “no pasa nada” pero depende de cuánto nos interesamos por el entorno. Es un engaño que no pase nada porque los acontecimientos se producen por zettabites a nuestro alrededor. Por obra del coronavirus que nos obligó a aislarnos, experimentamos varios tipos de vivencia. Algunos lo tomaron como una maravillosa oportunidad de ver películas, leer libros y planear acciones sobre el futuro, crear arte o dedicarse a hobbies. Parejas nuevas o bien avenidas, vivieron lunas de miel, pero en situación contraria, devienen aburrimiento, contrariedad y crisis. Quienes disfrutan la soledad, encuentran la situación ideal, mientras los socialites padecen molestias insufribles. Algunos lamentan perder la oportunidad de hacer el negocio de su vida o ventajas que se les presentaron. Otros sin entornos placenteros o expectantes, sufren trastornos físicos y emocionales. Atormentado por la conciencia del tiempo, Vallejo escribe “cómo me duele el pelo al columbrar los siglos semanales”.

Pocos describen en el arte las vidas sin mañana como Francis Bacon. Sus figuras humanas son amasijos deformes, abotagados, semi disueltos, en el ciclo opresivo entre el trabajo y cuartos de pensión de mala muerte, salas de baño sórdidas y sucias, bajo un escueto bombillo pendiente del cable. Bacon presenta el hastío aterrador: contar el tiempo de un plazo que es la propia vida sin mañana. La cuarentena, sin tal dramatismo, no tenía un final predeterminado, e inquietaba su término incierto. Para un condenado, la sentencia tiene plazo fijo. En Sueños de fuga (Darabont: 1994), el protagonista enfrentaba su larga e injusta condena con optimismo pues cavaba en la pared el túnel con una inofensiva cucharita, camuflado en un afiche de Raquel Welch. Sería libre y podría reconstruir su esperanza a base de esfuerzo y decisión. Algunos con teleologismo optimista dicen que las pestes son el preámbulo de las grandes reconstrucciones, cosa que no creo sea una determinación sino descripción de que la voluntad recoge los escombros y sigue la marcha.

El Renacimiento arranca con Dante en el siglo XIII y lo interrumpe la Muerte Negra del siglo XIV pese a Boccaccio y Petrarca. Hubo que esperar hasta el XV para que se reiniciara la vida. Las pestes lanzan millones de seres humanos a la muerte y la miseria, lo que no abona a verlas como bendiciones progresistas. Pero el ser humano se sobrepone, que es otra cosa. En un momento de humor, el atormentado Soren Kierkegaard dejó su versión del desarrollo humano como obra de la monotonía, según cita Mibelis. “Los dioses fastidiados, crearon a los humanos. Adán se aburría y le trajeron a Eva. Luego los dos se aburrían junto a Caín y Abel en familia. Aumentó la población del mundo, y los pueblos se aburrían masivamente. Para entretenerse, se les ocurrió la idea de construir una torre, tan alta que llegara hasta el cielo… Después se dispersaron por el mundo y viajaron por todas partes, pero aún se aburren”. 

@CarlosRaulHer 
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