Espacio publicitario

Palabras sobre la belleza de vivir

Ahora, al final de estas líneas, una vez más viene a mi memoria Caracas. Aparece la calle Chacaíto en Sabana Grande, lugar de mis anhelos y vivencias familiares. Es sin duda el tiempo pasado llegando a nuestro encuentro envuelto en retazos de melancolía.

  • RAFAEL DEL NARANCO

22/05/2022 05:07 am

No hace frío en España. Estamos a finales de mayo a orillas del mar Mediterráneo y aún así nuestro cuerpo, acostumbrado al ardor del Caribe, está inundado de romadizo, flema y dolor de pecho. Quizás los años se hacen tensos, rígidos sobre las estribaciones de la piel, siendo indudablemente certero que nosotros, los de entonces, quizás hemos dejado ya de ser los mismos.

El paso del tiempo desalmado, siempre indiferente a nuestras lamentaciones, continúa sin nosotros su camino irremediable. Quizás ni nos vea. O tal vez sí, y guarde un silencio divino. Acontece de un día para otro, y esa circunstancia, aunque cueste confrontarla, es certera. Innegable. Cerrarse en banda no ayuda ante el camino que habremos de seguir marcado por el irremediable tiempo.
 
El prolongado o corto sendero de la existencia no es apesadumbrado si contamos con afanes, deseos, querencias y ensoñaciones. Ante ello, nos vienen al recuerdo una vez más las sabias palabras de un escritor margariteño, una tarde hermosa en Los Robles: “Amigo Rafael, hay dos maneras de vivir la existencia: una, como si nada es un milagro; la otra, como si todo es un milagro.” Aleccionadora y hermosa reflexión.
 
Con los años escribir cuartillas se hace en nosotros más cuesta arriba, y aun así la costumbre nos empuja a hacerlo. Y en ese momento, en más de una ocasión, rememoramos las palabras que solía señalar el admirado Arturo Uslar Pietri, siempre entusiasmado: “Tener bien presente algo trascendente ante la vida: Uno no es joven ni viejo, vive”. Reflexión eficaz que ayuda a seguir el sendero inexorable que tenemos delante de la existencia humana.
 
Actualmente, y aunque me cuesta salir de la vivienda en la Valencia española en que resido, un aire marino me lleva a la necesidad de ver las aguas del Mediterráneo que han fraguado las dobleces y ensoñaciones de las que creo estar cimentado.
 
Sobre esas aguas llegaron a estas costas atiborradas de luz los pergaminos de Homero, Sócrates, Heráclito, Tales de Mileto, Platón, Aristóteles y otros sofistas de los recónditos avatares del espíritu en ningún otro tiempo superado.
 
Cierto es que no lo hizo “El Poema de Gilgamesh”, pues en la Mesopotamia de aquella civilización en la que se levantó la ciudad-estado de Uruk, Europa no había aún copulado con aquel toro empecinado. Faltaría 2.500 años más de una historia incomparable como jamás volvió a existir.
 
Ya en otro tiempo igualmente admirable, en otra orilla mediterránea, tras cruzar ese “lago grande” al decir de los cartagineses, se alza la Roma de los césares aunada a los atributos de la piedra sagrada vuelta arquitectura, palacios, acueductos, puentes, arcos sagrados y calzadas. Al mismo tenor, Grecia con su Partenón y su Democracia siempre en mayúscula. Y en algún lugar de Tivoli, el emperador Adriano, sin ser uncido aún en las páginas de Marguerite Yourcenar, se halla adolorido ante la llamada irremediable de la muerte del jovenzuelo Antinoo, la pasión más ardorosa de su vida inconmensurable.
 
Y eso es la causa de hallarme en estos promontorios de pinos negros, enebros, sabina y gaviotas reidoras del Mediterráneo en la ciudad en que ahora descanso: Valencia del Cid.
 
Si tercia, camino entre la Albufera con sus arrozales y la playa de Malvarrosa más larga que el horizonte, y voy al encuentro de un añejo compañero cuya amistad comenzó siendo los dos unos jovenzuelos. Trabajábamos en un diario de la ciudad y todas las noches con sus alucinaciones eran nuestras. Él, igual a uno, amontonó sobre su piel todos los años posibles, y ahora habla quedo, como si rumiara las palabras y amasara los recuerdos.
 
Nació allí, entre chalupas, barracas de paja, barro y los arrozales del Perelló y el Perellonet. Añejo y cansado, ya no pesca como solía, y aun así cada día se acerca a ese piélago azul y le habla con la parsimonia nacida del apego que teje la avenencia. El bien lo reconoce: esos costados son parte ineludible de su existencia.
 
Juan – es su nombre - pronuncia las palabras hacia dentro. Apasionado del club deportivo Levante, se mueve entre monosílabos: “Sí”, “no”; “quizá"," seguro”, “tal vez”. Antes conversaba mucho más, y con alegría contagiosa.
 
En su opinión yo soy un rocambolesco ser al no saber nada de fútbol. “Un balón es mejor que un libro”, sostiene. Hace algunos años hubiera expresado algún desatino ante tales palabras. Hoy no. Intentamos no mencionar la literatura. Ni el periodismo, el oficio de toda nuestra vida enlazada. La existencia misma se deshace sola.
 
El retraimiento le hizo peñascal, pino solitario. Sus mutismos son como de plomo. Precipitamos guijarros al agua brillante de la Albufera. El bebe alguna que otra cerveza. Yo, agua o té verde con hierbabuena.
 
“Trincabas mucho alcohol antes”. “Cierto – le reconozco – hacíamos muchas locuras entonces. ¿Las recuerdas?”. Nada responde. Me acompaña a tomar el autobús de regreso la ciudad.
 
Me alejo despacio entre los arbustos, los rastrojos y la arena brillante. El tiempo se hace nostálgico y uno más cansino. Nada nuevo, al ser una de las páginas dobladas de cada existencia.
 
Ahora, al final de estas líneas, una vez más viene a mi memoria Caracas. Aparece la calle Chacaíto en Sabana Grande, lugar de mis anhelos y vivencias familiares.
 
Es sin duda el tiempo pasado llegando a nuestro encuentro envuelto en retazos de melancolía.
rnaranco@hotmail.com
Siguenos en Telegram, Instagram, Facebook y Twitter para recibir en directo todas nuestras actualizaciones
-

Espacio publicitario

Espacio publicitario

Espacio publicitario

DESDE TWITTER

EDICIÓN DEL DÍA

Espacio publicitario

Espacio publicitario