Dolorosa nuestra
La Virgen en el arte representa una extraordinaria manifestación de fe que nos conmueve y sublimiza el pensamiento, el alma
Cuando observamos en su rostro santo su dolor profundo, es suyo, es de Cristo, es nuestro. ¿Cómo no sentir su sufrimiento cuando se resumen en el mismo toda la maldad humana que se ensañó contra el hijo? Jesús sacrificado y su madre recibiendo siete dagas en su corazón. María santísima, la madre del Señor, ¿cómo imaginarla en esa hora?
Su imagen, su mirada de bondad indecible como la observé en aquella maravilla que es: “La Madre y el Niño” que perteneció a la Corona de Aragón, compuesta el siglo XIV, se transforma en la tristeza que refleja la: “Virgen del Subterráneo”, así como la que está al pie de la Cruz en la Iglesia de San Alberto; a la que llora que es la: “Virgen de la Tristeza”, o la de la: “Amargura” perdida su mirada infinita o la de: “Los dolores” en San Marcos, todas sevillanas, como lo es la nuestra: “La Soledad” en San Francisco, cuyos ojos anegados de lágrimas aún nos mira cuando oramos al compartir nuestra penuria.
El arte nos regala mil estampas, mis figuras, mil estatuas y pinturas, mil presencias de fe en una sola madre de Cristo.
La: “Virgen de Los Dolores” en la Iglesia de Santiago, está de rodillas y ora por nosotros. “La Virgen de la Estrella” no soporta ya en su alma tanta miseria.
“La Virgen de Soledad” en Caracas, la que está en San Francisco, es también una obra única. Nunca he visto figura tan noble, tan piadosa, tan frágil, tan sentida de María y en medio de su desolación representada, ella nos escucha, comparte su dolor con el nuestro.
No es que los católicos adoremos figuras, adoramos a María, ella está en todas partes, en el alma, en las cosas, en el sentimiento, en las oraciones, es la madre de Cristo que nos auxilia, nos reconforta, y nos protege y el arte intenta reflejar su indecible belleza.
María Santísima encarna como ninguna los dolores humanos, los comprende, se apiada, nos consuela. Ella sabía desde antes el destino de su hijo; ella apareció allí en el peor instante para permanecer y padecer su propio Calvario. Es la madre que lo ve agonizar y está al lado y para colmo lo recibe en sus brazos cuando muere. La sangre de Jesús es también suya, su traje, sus manos, sus lágrimas se impregnaron de ella.
María no se escondió ni un solo instante, es la madre dolorosa que enfrenta con dignidad aquel momento. Por ejemplo, la: “Virgen de los Dolores”, en el Convento de la Concepción, en Ubeda, está pensativa y reclina su cabeza.
Desde el siglo XIII en España y aquí en América también, gracias a los Servitas, se medita sobre los dolores de María: la predicción de Simeón; la huída a Egipto; el niño perdido y encontrado en el templo; la presencia de Jesús en El Calvario; la crucifixión y la agonía; Jesús muerto en sus brazos al bajar de la Cruz; el Señor en el Sepulcro. Un dolor perpetuo se le debe agregar: la Humanidad, nuestra perversa, cínica, indiferente y perversa humanidad y sus males.
A pesar de todo ella nos invita a soportarlo, nos invita a corregir, a perdonar, implora a Dios por nosotros como lo expresa la: “Virgen Dolorosa” de México, en Pampanga, mirando hacia lo alto, pidiéndole al Padre celestial por su hijo y nosotros.
La Virgen en el arte representa una extraordinaria manifestación de fe que nos conmueve y sublimiza el pensamiento, el alma.
Jfd599@gmail.com
Su imagen, su mirada de bondad indecible como la observé en aquella maravilla que es: “La Madre y el Niño” que perteneció a la Corona de Aragón, compuesta el siglo XIV, se transforma en la tristeza que refleja la: “Virgen del Subterráneo”, así como la que está al pie de la Cruz en la Iglesia de San Alberto; a la que llora que es la: “Virgen de la Tristeza”, o la de la: “Amargura” perdida su mirada infinita o la de: “Los dolores” en San Marcos, todas sevillanas, como lo es la nuestra: “La Soledad” en San Francisco, cuyos ojos anegados de lágrimas aún nos mira cuando oramos al compartir nuestra penuria.
El arte nos regala mil estampas, mis figuras, mil estatuas y pinturas, mil presencias de fe en una sola madre de Cristo.
La: “Virgen de Los Dolores” en la Iglesia de Santiago, está de rodillas y ora por nosotros. “La Virgen de la Estrella” no soporta ya en su alma tanta miseria.
“La Virgen de Soledad” en Caracas, la que está en San Francisco, es también una obra única. Nunca he visto figura tan noble, tan piadosa, tan frágil, tan sentida de María y en medio de su desolación representada, ella nos escucha, comparte su dolor con el nuestro.
No es que los católicos adoremos figuras, adoramos a María, ella está en todas partes, en el alma, en las cosas, en el sentimiento, en las oraciones, es la madre de Cristo que nos auxilia, nos reconforta, y nos protege y el arte intenta reflejar su indecible belleza.
María Santísima encarna como ninguna los dolores humanos, los comprende, se apiada, nos consuela. Ella sabía desde antes el destino de su hijo; ella apareció allí en el peor instante para permanecer y padecer su propio Calvario. Es la madre que lo ve agonizar y está al lado y para colmo lo recibe en sus brazos cuando muere. La sangre de Jesús es también suya, su traje, sus manos, sus lágrimas se impregnaron de ella.
María no se escondió ni un solo instante, es la madre dolorosa que enfrenta con dignidad aquel momento. Por ejemplo, la: “Virgen de los Dolores”, en el Convento de la Concepción, en Ubeda, está pensativa y reclina su cabeza.
Desde el siglo XIII en España y aquí en América también, gracias a los Servitas, se medita sobre los dolores de María: la predicción de Simeón; la huída a Egipto; el niño perdido y encontrado en el templo; la presencia de Jesús en El Calvario; la crucifixión y la agonía; Jesús muerto en sus brazos al bajar de la Cruz; el Señor en el Sepulcro. Un dolor perpetuo se le debe agregar: la Humanidad, nuestra perversa, cínica, indiferente y perversa humanidad y sus males.
A pesar de todo ella nos invita a soportarlo, nos invita a corregir, a perdonar, implora a Dios por nosotros como lo expresa la: “Virgen Dolorosa” de México, en Pampanga, mirando hacia lo alto, pidiéndole al Padre celestial por su hijo y nosotros.
La Virgen en el arte representa una extraordinaria manifestación de fe que nos conmueve y sublimiza el pensamiento, el alma.
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