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Los miércoles elegantes

JIMENO JOSÉ HERNÁNDEZ DROULERS. Unas distinguidas hermanas nacidas en Venezuela de apellido Parra poseían una pequeña casa que fungió de salvador refugio y dio cálida acogida a numerosos compatriotas

  • JIMENO JOSÉ HERNÁNDEZ DROULERS

13/06/2018 05:00 am

En la vecina isla de Curazao, unas distinguidas hermanas nacidas en Venezuela de apellido Parra poseían una pequeña casa que fungió de salvador refugio y dio cálida acogida a numerosos compatriotas desterrados durante los últimos años de la dictadura del General Juan Vicente Gómez. Célebres personajes como Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Gustavo Tejera, Guillermo Prince Lara y el escritor y poeta Miguel Otero Silva, fueron tan solo algunos de los nombres de los múltiples huéspedes que llegaron a albergarse en la humilde residencia de estas hermanas.  

En un libro llamado “Recuerdos”, publicado por la editorial Tierra Firme en 1961, el Sr. José Tomás Jiménez Arraiz da espacio en sus páginas para un interesante capítulo titulado “Las hermanas Parra”. En este narra la historia sobre la colaboración de estas dos mujeres que trabajaron incansablemente por el bienestar de aquellos que, desde la distancia del exilio, formaban y organizaban la resistencia contra la tiranía del caudillo andino que apodaban “El Bagre”. 

En el mencionado escrito relata Jiménez Arraiz lo siguiente: -Aventados a Curazao vivieron allí primero Rómulo Betancourt, Miguel Otero Silva, Raúl Leoni, Gustavo Reyes, Guillermo Prince Lara, Gustavo Tejera, Pablo González Méndez y Gustavo Ponte. Vivían en un cuchitril que llamaron “el nidal” y, el cual, como era lógico, presentaba todo el aspecto desordenado de una habitación de muchachos descuidados, recién salidos de la férula familiar. Rómulo Betancourt abandonó la isla rumbo a Santo Domingo, por ver si cuajaban unas gestiones que se hacían para obtener un moto-velero y organizar con este una invasión armada a Venezuela. Raúl Leoni tuvo que irse para arreglar su pésima situación económica. En cambio yo me incorporé al grupo por haber venido desde Barranquilla con intenciones de tener mejores noticias de la casa, abandonada definitivamente por la muerte de mi madre.- 

Continúa el autor de esta obra comentando lo monótona y difícil que era la existencia de los venezolanos desterrados en aquella época: -La vida de ese grupo de Curazao, a pesar de los sinsabores, de lo fuerte del trabajo conseguido por unos, de las precarias condiciones económicas, fue bastante pintoresca. Se dormía en el nidal y se comía en un modesto restaurante del cual era propietario un humilde hombre del pueblo venezolano, de apellido Calderón, quien había puesto un precio a la comida que era bastante accesible a los bolsillos de todos y muy cercano al regalo.- 

Según Jiménez Arraiz, varias fueron las parodias que elaboró Miguel Otero Silva con motivo de cada una de las peripecias de este conglomerado de jóvenes que hacía vida en aquella diminuta colonia holandesa a pocas millas de las costas del estado Falcón. Pone de ejemplo un saleroso poema que este recitó una noche a causa de la partida de Raúl Leoni, narración que lo hace desviarse un tanto del tema de las protagonistas de esta historia. 

-Pero me he dejado llevar por los recuerdos. En realidad debo hablar de las hermanas Parra, magnificas mujeres que se preocuparon de nosotros todo el tiempo, cuidando de nuestra ropa, haciéndonos presentables. Las hermanas Parra sabedoras de la no muy nutritiva comida que ingeríamos y, sabedoras también de que nosotros no hubiéramos aceptado ayuda económica alguna, idearon una invitación que nos hacían para todos los miércoles en la noche, a las cuales llamaba Guillermo Prince Lara “Los miércoles elegantes”.- 

Continúa relatando José Tomás Jiménez Arraiz que en aquellas jornadas de los miércoles elegantes: -La mesa de la pensión de las Parra se vestía entonces de manteles largos y ellas, magnificas cocineras, se esmeraban en preparar sus mejores platos.- 

A lo que posteriormente agrega: -Pero no era el darnos comida la mejor actitud de las hermanas Parra. Era si, el darnos una sensación de hogar, el hacernos saborear la dulzura de una noche hogareña, oyendo los consejos de madres sensatas, y los relatos de quienes se vieron aventadas, también, fuera de su suelo patrio, por condiciones políticas adversas. A las hermanas Parra no les arredró en momento alguno las amenazas consulares que les hacían ver la posibilidad de perder su clientela venezolana; no las atemorizó tampoco que les dijeran que podía haber represalias contra los familiares en la Patria. Ellas continuaron recibiéndonos y alentándonos.- 

Poca o ninguna información puede conseguirse en los anales de la historia sobre el paradero de este par de damas, recordadas por acoger a aquellos jóvenes que se veían forzados a abandonar el país en el que nacieron y hacer esta labor con cariño, esmero y sembrando en ellos las esperanzas de un mejor futuro. Únicamente se conoce el epitafio que no adorna las tumbas de aquellas buenas señoras y fue redactado por José Tomás Jiménez Arraiz en sus “Recuerdos”. 

-Las hermanas Parra se fueron de este mundo; pero dejaron en él, un grupo de hombres que las recuerdan con cariño y que tienen nostalgia de esa pensión Parra, donde encontraron siempre alimento de cuerpo y de espíritu. En donde recibieron, día a día, lección de dignidad.- 

Jimenojose.hernandezd@gmail.com 
@jjmhd     
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