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Dominique Moïsi y la geopolítica de las emociones

Asia se sigue perfilando como una región de esperanza económica, incluso pese a la pandemia, donde la movilidad social parece ser una realidad

  • DYLAN J. PEREIRA

22/01/2022 05:00 am

El caldeado sistema internacional sigue afrontando contratiempos y tensiones que amenazan la endeble estabilidad del periodo prepandémico y pandémico; en estos momentos los focos de inestabilidad y conflicto son probablemente más que aquellos que el sistema tiene capacidad de manejar y sofocar; por mencionar algunos, escalada de las tensiones en el este de Ucrania que reaviva la bipolaridad Washington-Moscú; la nuclearización del sudeste asiático con el Acuerdo AUKUS y con esto la redimensión de la actitud y relaciones entre Occidente y China; un recrudecimiento de una pandemia cuyo fin es difícil avizorar, con todas las implicaciones sociales-políticas-económicas que esto implica; el recrudecimiento de la Guerra del Yemen; el resquebrajamiento de la democracia a nivel mundial; la polarización política, y en general la gestación de cambios fundamentales para el presente y el futuro. La historia bien ya ha demostrado que los periodos de metamorfosis son peligrosos y llenos de incertidumbre. En todo este cuadro la simbiosis con lo emocional permanece vigente.

Dominique Moïsi, reconocido politólogo, escritor y analista francés de política internacional presentó en su libro La Géopolitique de l’émotion un mapa de las emociones, en el marco del actual escenario de la globalización. En este mapa planteado la situación es la siguiente, la esperanza es para los países de Asia, en especial China y la India; la humillación caracteriza al mundo árabe y musulmán; y el miedo invadiría a Europa y EE.UU. Otras zonas como Rusia, África subsahariana y América Latina no estarían asociadas a este mapa, sino que participarían al mismo tiempo de las tres referidas emociones; pero este libro fue publicado en 2008, y hoy, a pesar de la continuidad de algunos patrones, la realidad geopolítica y social de los continentes ha cambiado en algunos aspectos, aunque la correlación con las emociones sigue siendo continúa y permanente, y un factor determinante en las decisiones y el rumbo político del mundo.

Asia se sigue perfilando como una región de esperanza económica, incluso pese a la pandemia, donde la movilidad social parece ser una realidad; vemos expresiones como China, India o Japón que se han adaptado a una modernización industrial al nivel de referentes occidentales como Alemania, pero sin la filosofía y valores de vida occidentales, ni capitalistas, lo que trae consigo matices positivos, pero también negativos. Una de las razones de esta esperanza que mueve estas sociedades asiáticas, es venir de una memoria histórica relativamente reciente de devastación y traumática como la China maoísta, que sigue bajo el control político de un partido comunista absolutista, a diferencia de India o Japón como dos grandes democracias orientales, pero que también sufrieron la devastación de fenómenos como la II Guerra Mundial en el caso particular de Japón, con episodios dramáticos como Hiroshima y Nagasaki, que lograron dejar en el pasado.

Sin embargo, el temor y la incertidumbre también se apodera ahora de la región del futuro, al tener latentes no solo la conflictividad nuclear en la Península Coreana, encabezado por el desarrollo del programa nuclear de Pyongyang y su contraparte del sur, Seúl, sino por la lucha contra la pandemia, en los que han sido referentes, aunque con métodos y praxis probablemente incompatibles con el marco axiológico y político occidental. El miedo de una catástrofe mundial impulsó en su momento un encuentro inédito entre Donald Trump, presidente de Estados Unidos, y Kim Jong-Un, líder de norcoreano; lo mismo ocurre, hoy de manera virtual, entre el presidente Joe Biden y su homólogo chino Xi Jinping, pero esta vez direccionado a unir esfuerzos por la lucha contra la pandemia, el cambio climático y estrechar la cooperación internacional en aras de la recuperación económica y frenar la inflación a nivel mundial.

Esto es un vivo ejemplo de cómo la emocionalidad del hombre no puede estar sujeta a patrones inflexibles. Es imperante acentuar, y matizar, que el Medio Oriente, entendido geográficamente, es un crisol de realidades. Desde casos como los Emiratos Árabes Unidos o algunas monarquías del Golfo que han encontrado en el desarrollo tecnológico la esperanza a casos de inestabilidad tan graves como Libia que intenta desesperadamente dejar de ser un Estado fallido.

Moïsi describe a Europa y a EE.UU. como la cultura del miedo, miedo a perder lo que consideran la civilización más avanzada del mundo. Podemos atrevernos a decir que esta descripción región-emoción sigue vigente; en el caso de Europa, que lidera uno de los paradigmas de integración más impresionante del mundo, ya ha sufrido un primer desmembramiento, con lo que significó el Brexit, y continúa luchando dentro de esta capsula de modernidad contra enemigos internos y externos, como la reaparición de la ultra derecha, de los nacionalismos en muchos países de Europa, pero también, como recientemente lo acentuase el presidente francés Enmanuel Macron, la seguridad física y cibernética de sus fronteras comunitarias y su integridad territorial. Lo que sucede en Ucrania en estos momentos representa un riesgo real de guerra inminente si la diplomacia no alcanza con éxito sus objetivos.

El profesor Moïsi en su idea de esquematizar a las diferentes regiones del mundo con una emoción halla “conjuntos geopolíticos inclasificables”. Precisa a una Rusia que sí parece orgullosa de su ambigüedad ante la modernidad occidental, pero con un Estado de derecho y democrático dudoso. Y llegamos a América Latina, donde el latinoamericanismo, aún persiste en su afanada búsqueda existencialista. En este panorama cobra vigencia la locución latina Cedant arma togae, "Que las armas cedan a la toga" sentenciada por Cicerón, en aras de reafirmar el imperio de la ley y el derecho sobre la guerra.

Dylanjpereira01@gmail.com
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