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El poder de la verdad

Una solución, quizá la más eficaz, es distinguir entre hechos y opiniones. Porque si aquéllos se distorsionan, ¿sobre qué podemos fundamentar después nuestra evaluación del mundo?

  • ECCIO LEÓN R.

05/01/2022 05:00 am

La mayor escasez mundial no es de petróleo, agua potable ni comida, sino de liderazgo moral. Comprometida con la verdad, ética y personal, la sociedad puede superar las muchas crisis de pobreza, enfermedades, hambre e inestabilidad que nos afectan. Sin embargo, el poder aborrece la verdad y la combate sin tregua.

El poder y la verdad continúan enganchados en una pelea alrededor del mundo. La lucha actual, en gran medida y en todas partes, enfrenta a la verdad con la codicia. Incluso si nuestros desafíos son diferentes de los que enfrentamos, la importancia de vivir en la verdad no ha cambiado.

El declive moral está, la verdad se ve como algo relativo, flexible y personal, no como una roca sino como una pluma arrastrada por el viento. Entonces, suprimimos activamente nuestras conciencias y abrazamos lo efímero, lo frívolo, la ventaja temporal, el aplauso de la mafia y las promesas de los demagogos. Cuando la verdad deja de ser un ideal y un absoluto y se convierte en solo otro inconveniente, o cuando la verdad es lo que cualquiera quiere que sea debido a algo que es más importante para ellos, el desastre está a la vuelta de la esquina.

La verdad no es emancipadora, la libertad si. Por eso nos gusta vivir en democracia, porque el mundo de lo social y político no nos permite una intelección plena de la realidad, porque la verdad objetiva no nos es accesible, solo lo son algunos de sus fragmentos. Cuando en este ámbito alguien habla en nombre de la verdad nos echamos a temblar. No podemos dejar de pensar en las muchas tropelías que se han hecho en su nombre. Arrogarse la verdad clausura el debate, y el debate y la opinión es la sustancia misma de la política democrática. La dimensión de lo político es el ámbito de la libertad precisamente porque allí las cosas pueden ser también de otra manera, porque cabe la acción, la posibilidad de abrirnos a nuevas perspectivas, de transformarnos y emprender nuevos proyectos, de reinterpretarlo y reescribirlo todo. Su meollo es la contingencia, no la necesidad, y el espacio público acoge siempre la pluralidad de sus muchas voces, el libre juego de las opiniones.

Pero si la democracia es el gobierno de la opinión, si lo dejamos al albur de lo que cada cual piense o interprete, ¿cómo nos defendemos frente a la manipulación, la tergiversación o el engaño? Si desaparece la idea de verdad se desvanece también la idea de mentira. Un mundo huérfano de verdad es un suelo fértil para edificar sobre él casi cuanto nos venga en gana. La realidad no está ahí, pasiva, esperando a que alguien la refleje; se opera activamente sobre ella; se construye y reconstruye a la medida de los intereses políticos en juego; se maquilla de forma que se perciba tal y como se desee que sea vista. De qué nos sirve entonces la capacidad para pronunciarnos libremente sobre la realidad, para elaborar nuestras opiniones, si esta ya se ha violentado, enmascarado o filtrado por la mentira ¡Menudo problema!

Una solución, quizá la más eficaz, es distinguir entre hechos y opiniones. Porque si aquéllos se distorsionan, ¿sobre qué podemos fundamentar después nuestra evaluación del mundo? No hay libertad si vivimos en el error, si no podemos distinguir entre hechos verdaderos y falsos. Aunque el caso es que hasta estos se nos suelen dar ya previamente “opinados”, o se presentan siempre dentro de algún relato tendencioso, fabricado y tramposo. De ahí la importancia de poder rectificar nuestros errores y distorsiones por medio de la discusión y la experiencia vivida. Al final, lo importante es disponer de espacios en los que poder contrastar el intercambio de opiniones, acceder a nuevas audiencias, ejercer la crítica y el compromiso, ampliar los medios cognitivos, introducir nuevos temas y sugerencias para confrontar las diferentes definiciones que se hacen de lo real. El combate contra la mentira y el engaño no va dirigido, por tanto, a la afirmación de determinadas verdades, sino a la preservación de ese delicado espacio de la discusión política libre. Como bien dice un refrán, “cuídate del mentiroso que la verdad cuidará de sí misma”.

En fin, el debate es viejo como el viento que todavía sopla y tan viejo como los siglos. La estrategia deriva en ”verdades a medias” y “mentiras necesarias, en un país lleno de angustias y manipuladores oportunistas.

@el54r
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