El lenguaje de las utopías
En un régimen de libertades, los medios de comunicación de cualquier tipo siempre podrán ser instrumentos eficaces para colocar en los espacios públicos una discusión abierta sobre las utopía y tratar de desmontar las esperanzas engañosas
Podemos resumir el concepto de utopía desde una mirada platónica, como “lo que no es en ninguna parte”. Eso quiere decir que la utopía no puede, por definición, existir. Es una negación de la existencia. Sin embargo, notamos que siempre han florecido utopías a lo largo de la historia de la humanidad. Desde la antigua Grecia, donde se consolidaron las raíces del pensamiento occidental, la idea de la utopía ha cobrado un gran valor en la tradición de la humanidad. En nuestra evolución del pensamiento, además de Platón muchos otros autores célebres como Santo Tomás Moro, Tomás de Campanella, James Harrington, Thomas Mann y el venezolano Isaac Pardo, reflexionaron profundamente sobre las utopías humanas. Uno se pregunta entonces: ¿Por qué nuestras mentes permiten que exista algo, que no debería existir según nuestra racionalidad?
Conociendo cómo el avance de las reflexiones humanas han transitado hasta nuestros días, vale la pena preguntarnos sobre el contraste de las utopías y la modernidad. ¿Siguen existiendo utopías como las que se plantearon esos autores tan célebres, que nos permitieron desde hace siglos diferenciar lo ideal de la realidad? La respuesta parece residir en que, aún sabiendo que las utopías representan modelos inalcanzables, el hombre siempre las ha perseguido porque conservan la esperanza de un mundo mejor. Vemos con cierto cinismo que todas las utopías han fracasado, sin embargo, en el lenguaje, sobre todo en el político, siguen utilizándose términos muy utópicos para seducir a las masas. También lo notamos en ciertos lenguajes religiosos, fundamentalmente en aquellos que emplean los extremistas. Se manipula el lenguaje para jugar con la esperanza de la gente. Sabiendo que por ese camino no se llega ni al paraíso ni a una sociedad más equitativa, el idioma de las utopías resulta fascinante. Sobre todo para aquellos que sufren, porque existe la necesidad humana de la ilusión y al final todo el mundo cree lo que quiere creer. Como el flautista de Hamelin, el hombre que sabe vender esperanzas obtiene numerosos seguidores que desean imaginar una vida mejor.
El problema es que cuando se presentan las utopías el ser humano entra en un conflicto interno, porque su aspecto espiritual choca contra su carácter racional. Las utopías se convierten en una meta deseada que, trascendiendo la construcción de una sociedad, se transforman en el alimento preferido de la esperanza. Sin ese ánimo probablemente los hombres no encontráramos motivos para vivir. Se nos puede hacer muy duro transitar por la existencia. Por eso, la promesa escatológica de una vida mejor después de la vida física tiene tanto peso en el mundo occidental.
Recorriendo los antecedentes de las utopías, que se encuentran en la cultura griega comenzando con La República de Platón y en el cristianismo con los Evangelios, tratamos de caer casi abruptamente en las quimeras de la modernidad. Ese trabajo es más fácil gracias al ilustre venezolano Isaac Pardo, quien nos ayuda a comprender las utopías al final de su obra “Fuegos bajo el agua”, para darle una mirada más latinoamericana a la cuestión.
Aunque a lo largo de la historia se podían ver claramente diferenciadas las ideologías y las utopías, en la actualidad tienden a confundirse cada vez más. El Marxismo, el socialismo, el comunismo y hasta el socialismo del siglo XXI, si bien se alimentan de las esperanzas humanas con ideales puros, no pasaron de ser proyectos políticos que buscaron por medio de ideologías acceder y permanecer en el poder. Ese es un punto que consideramos se debe resaltar para la reflexión profunda; no encontramos relación entre utopías y poder. Al contrario, los utópicos desprecian la supremacía. En cambio, los enamorados de la autoridad, esos hombres obsesionados con el mando, casi siempre utilizan las herramientas que les ofrecen las utopías para conquistar el gobierno y no soltarlo. Por eso la lucha entre la razón y la emoción sigue intacta. En nuestro caso de la realidad latinoamericana, que se ahoga entre ambas vertientes, la discusión pasa por encontrar un camino amable a la felicidad.
Vale la pena entonces preguntarnos sobre el rol de los medios de comunicación en el manejo de las utopías modernas. Parece que tienen un rol protagónico, tanto para construirlas como para tratar de destruirlas, porque sin difusión, sin propagación, sin que la mayoría de los ciudadanos se entere de la promesa que conlleva cualquier ilusión, esta no puede llegar a conocerse. ¿De qué sirve una idea fantasiosa que solo circule entre unos pocos cerebros ilustrados?
Las utopías seguirán existiendo porque el instinto de superación es muy firme en el hombre, así como lo es el instinto de supervivencia. En un régimen de libertades, los medios de comunicación de cualquier tipo siempre podrán ser instrumentos eficaces para colocar en los espacios públicos una discusión abierta sobre las utopías, y tratar de desmontar las esperanzas engañosas.
alvaromont@gmail.com
Conociendo cómo el avance de las reflexiones humanas han transitado hasta nuestros días, vale la pena preguntarnos sobre el contraste de las utopías y la modernidad. ¿Siguen existiendo utopías como las que se plantearon esos autores tan célebres, que nos permitieron desde hace siglos diferenciar lo ideal de la realidad? La respuesta parece residir en que, aún sabiendo que las utopías representan modelos inalcanzables, el hombre siempre las ha perseguido porque conservan la esperanza de un mundo mejor. Vemos con cierto cinismo que todas las utopías han fracasado, sin embargo, en el lenguaje, sobre todo en el político, siguen utilizándose términos muy utópicos para seducir a las masas. También lo notamos en ciertos lenguajes religiosos, fundamentalmente en aquellos que emplean los extremistas. Se manipula el lenguaje para jugar con la esperanza de la gente. Sabiendo que por ese camino no se llega ni al paraíso ni a una sociedad más equitativa, el idioma de las utopías resulta fascinante. Sobre todo para aquellos que sufren, porque existe la necesidad humana de la ilusión y al final todo el mundo cree lo que quiere creer. Como el flautista de Hamelin, el hombre que sabe vender esperanzas obtiene numerosos seguidores que desean imaginar una vida mejor.
El problema es que cuando se presentan las utopías el ser humano entra en un conflicto interno, porque su aspecto espiritual choca contra su carácter racional. Las utopías se convierten en una meta deseada que, trascendiendo la construcción de una sociedad, se transforman en el alimento preferido de la esperanza. Sin ese ánimo probablemente los hombres no encontráramos motivos para vivir. Se nos puede hacer muy duro transitar por la existencia. Por eso, la promesa escatológica de una vida mejor después de la vida física tiene tanto peso en el mundo occidental.
Recorriendo los antecedentes de las utopías, que se encuentran en la cultura griega comenzando con La República de Platón y en el cristianismo con los Evangelios, tratamos de caer casi abruptamente en las quimeras de la modernidad. Ese trabajo es más fácil gracias al ilustre venezolano Isaac Pardo, quien nos ayuda a comprender las utopías al final de su obra “Fuegos bajo el agua”, para darle una mirada más latinoamericana a la cuestión.
Aunque a lo largo de la historia se podían ver claramente diferenciadas las ideologías y las utopías, en la actualidad tienden a confundirse cada vez más. El Marxismo, el socialismo, el comunismo y hasta el socialismo del siglo XXI, si bien se alimentan de las esperanzas humanas con ideales puros, no pasaron de ser proyectos políticos que buscaron por medio de ideologías acceder y permanecer en el poder. Ese es un punto que consideramos se debe resaltar para la reflexión profunda; no encontramos relación entre utopías y poder. Al contrario, los utópicos desprecian la supremacía. En cambio, los enamorados de la autoridad, esos hombres obsesionados con el mando, casi siempre utilizan las herramientas que les ofrecen las utopías para conquistar el gobierno y no soltarlo. Por eso la lucha entre la razón y la emoción sigue intacta. En nuestro caso de la realidad latinoamericana, que se ahoga entre ambas vertientes, la discusión pasa por encontrar un camino amable a la felicidad.
Vale la pena entonces preguntarnos sobre el rol de los medios de comunicación en el manejo de las utopías modernas. Parece que tienen un rol protagónico, tanto para construirlas como para tratar de destruirlas, porque sin difusión, sin propagación, sin que la mayoría de los ciudadanos se entere de la promesa que conlleva cualquier ilusión, esta no puede llegar a conocerse. ¿De qué sirve una idea fantasiosa que solo circule entre unos pocos cerebros ilustrados?
Las utopías seguirán existiendo porque el instinto de superación es muy firme en el hombre, así como lo es el instinto de supervivencia. En un régimen de libertades, los medios de comunicación de cualquier tipo siempre podrán ser instrumentos eficaces para colocar en los espacios públicos una discusión abierta sobre las utopías, y tratar de desmontar las esperanzas engañosas.
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