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El gran Leviatán viene en camino

Apartándonos un poco de la realidad que nos envuelve y acongoja en el presente tiempo, nos hacemos las sempiternas preguntas vitales: ¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿Por qué estamos aquí? ¿A dónde vamos?

  • RAFAEL DEL NARANCO

28/11/2021 05:07 am

Quizás no se necesiten amplios razonamientos para comprender la situación crítica que envuelve a la humanidad, a conciencia de que nuestra esfera azul se haya lacerada por diversas crisis y, actualmente, hendida a consecuencia del desgarrado Coronavirus.

El poeta inglés William Blake nos decía: “Dios, que hizo el cordero, creó igualmente el tigre que lo devora”. Somos tolvanera de estrellas, y estamos aquí, sobre faz la Tierra, gracias a la energía atómica que, bien encauzada, es una ayuda imprescindible para el desarrollo humano y nos hará llegar a los confines del Universo.

No obstante, un amplio número expertos en la materia coinciden plenamente en un duro dictamen: será un virus y no una bomba atómica lo que acabe con la población del planeta.

Mientras, en esta desgraciada situación, la lucha se halla en los laboratorios de todos los países trabajando en conjunto ya que el tiempo apremia.
 
Hace unas semanas, un pedagogo en la Universidad de Liverpool expresó que hemos tenido amenazas importantes de infectos en los últimos años pero el Coronavirus nos atrapó con furia cruel, y mientra eso sucede, se espera la “tormenta perfecta” que bien pudiera ser una toxina desastrosa y más cruel, uniéndose a ello las cientos de personas en la mayoría de los naciones que niegan la presencia del fiero virus, y acusan a los gobiernos de controlar con el miedo a la presuntuosa ponzoña la libertad las poblaciones.
 
Lo que está sucediendo en Austria y en otros rincones de Europa, ante la resolución del confinamiento de todos los ciudadanos, es la señal de una situación preocupante. Se habla de una dictadura del coronavirus, y al decir de un diario de Viena, los manifestantes, “que rozan la extrema derecha”, debaten el principio de libertad y tolerancia propia de la democracia liberal.

Paúl Krassner, con un libro a sus espaldas titulado “Contra los periodistas y otras cosas”, cuando le hablaban de experimentos científicos, solía decir: “Si hay que creer en algo que no se ve, prefiero los milagros a los bacilos”.

Ante tal causa se abre un camino: primero fue la magia, la brujería, el ocultismo, es decir los antiguos vestigios de nuestra civilización tan actuales como el armamento nuclear o el ántrax, ese germen inquietante y perverso salido de un argumento de película en una guerra bacteriológica la cual puede acabar, de un soplo, con parte de la subsistencia del planeta.

Ahora bien, no es un filme de ciencia ficción, es la realidad espeluznante en toda su dimensión del mal. Uno de los cinco jinetes del Apocalipsis o algunas páginas del libro de Thot con el “arte sagrado” del alquimista envuelto en el viento negro de la Cábala, esa doctrina esotérica tradicional.
 
Después de aquel espectacular y demencial ataque a las Torres Gemelas en Nueva York y el Pentágono de Washington D. C, ha venido creciendo, de forma pavorosa, el temor a una guerra bacteriológica. La alarma ya ha cubierto el planeta.
 
La muerte hace meses de trabajadores en algunos países como consecuencia de los efectos de la bacteria causante del ántrax, han desatado la psicosis que ahora impera con el Coronavirus.

El pánico viral está presente entre la población del planeta, y una sicosis de miedo, una especie de niebla espesa, cuajada, el fantasma de la muerte en forma de bacteria maligna, rodea nuestras vidas.

Ya un poco antes de su fallecimiento en 2018, el admirado autor de “La historia del tiempo”, Stephen Hawking, heredero de la cátedra de Newton en la Universidad de Cambridge y considerado el mayor genio moderno después de Einstein, cuyo cerebro prodigioso descubrió la teoría de los “agujeros negros”, anunció que la raza humana está condenada a desaparecer antes de que acabe presente milenio. ¿Sería un virus el causante?

En una entrevista al físico teórico meses antes de su fallecimiento, había declarado: “Estoy más preocupado, a largo plazo, por la biología que por las armas nucleares”. Estas, dijo, “necesitan grandes instalaciones, mientras que la ingeniería genética puede realizarse en un pequeño laboratorio, siendo imposible controlar a todos esparcidos por el mundo”.

Y eso parece ser innegable. Un biólogo ruso asegura que un terrorista que intente propagar un virus regicida, “pueden utilizar bacterias de laboratorios militares de Asia central, donde han proliferados como hongos”.

Accidental o voluntariamente, ¿una ponzoña virulenta podría destruir a la raza humana? Sin duda alguna. Aunque lo parezca, no es ciencia ficción. El coronavirus ha llevado a la muerte a millones de personas, y aún no ha sido derrotado. Aún así, y puestas nuestras esperanzas en el poder de la raza humana, tenemos la certeza de que los grandes países del planeta, con una estructura de vigilancia extremada, y control permanente, serán los guardianes bajo el cielo protector.

Por tal causa, decía Hawking: “No creo que el hombre sobreviva el milenio a menos que se disperse en el espacio”. En eso parece que esta trabajando la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio, más conocida como NASA. Con ella, más de una docena de países con técnicas asombrosas bajo mentes privilegiadas procedentes del mundo entero.

Apartándonos un poco de la realidad que nos envuelve y acongoja en el presente tiempo, nos hacemos las sempiternas preguntas vitales:
¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿Por qué estamos aquí? ¿A dónde vamos?
 
rnaranco@hotmail.com

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