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La literatura y el eterno ritornelo

Por aquello del eterno ritornelo, tendrán que regresar los tiempos en los que se publicaban libros para enriquecer a la cultura de los pueblos, y en los que los autores eran seres humanos de carne y hueso como el resto, con defectos y con virtudes...

  • RICARDO GIL OTAIZA

04/11/2021 05:02 am

Nos hallamos sin duda en un contexto en el que la literatura está siendo revisada a la luz de los nuevos o emergentes paradigmas, e incluso ideologías. El mundo ha cambiado profundamente en los últimos cien años, y la visión que teníamos en torno del hecho literario ha dado un enorme giro, al punto de hallarnos en un momento álgido en el que se debate la permanencia o no de la literatura tal y como siempre la conoció la humanidad.

Obviamente, la globalización de la economía y de los capitales ha sido determinante, ya que ha cosificado al autor y a su obra; ha convertido al libro en un mero objeto “cultural” que se ve a cada instante vapuleado por la marea del mercado. Si se convierte en un best seller, permanece hasta el hartazgo en el “gusto” de los lectores”, y si no, desaparece como por arte de magia del mesón de las novedades hasta caer en el olvido.
 
Antes, es decir, uno o más siglos, el autor era prácticamente inexistente, o su existencia no importaba tanto a la hora de acercarse a una obra, ya que no era considerado esa luminaria que hoy pretenden vendernos los medios y las editoriales (con su extremo afán crematístico), sino simplemente el autor, que muchas veces los lectores no conocían ni en fotografía, pasando a ser una suerte de sombra que se movía tras bastidores.
 
Claro, aquí muchos saltarán de sus sillas para enrostrarme nombres como Honoré de Balzac, Robert Louis Stevenson, Alexandre Dumas, Víctor Hugo, Edgar Allan Poe y Jorge Luis Borges, por ejemplo, pero les diré de inmediato que en la mayor parte de sus vidas fueron prácticamente ignorados, ninguneados y algunos de ellos fueron incluso auténticos parias.
 
Grandes autores del pasado llegaron a serlo después de su muerte, lo que trae consigo la noción de haber sido a veces ignorados, desdeñados y hasta escarnecidos por su pensamiento e incluso por su manera de vivir. Borges fue famoso en su ancianidad, es más, de sus primeros libros vendió pocos ejemplares. Fue a partir de la “aparición” de la Kodama (hay que reconocérselo) cuando la fama del argentino corre como el agua, y se convierte en un personaje universalmente conocido que recorre el mundo dando conferencias, recitando pasajes de memoria de las obras de sus autores favoritos, y encantando con su brillo intelectual y su irónica inteligencia todos los auditorios en los que se presentaba. Antes era, sin más, un autor de culto que se movía en un territorio acotado y “doméstico”.

Es relativamente reciente el hecho del escritor-luminaria y del escritor best seller (más o menos unos cien años), quien se erige en una suerte de oráculo viviente: pontificando aquí y allá, hablando de lo humano y de lo divino, exaltando a unos y hundiendo a otros tantos, y vendiendo como pan caliente sus libros.
 
Es el mercado el que impacta de tal manera el mundo de los libros y se comienza a hablar de “los más vendidos”. Entra el libro así en una especie de catapulta que lo lanza a territorios jamás pensados por los autores del pasado, y que a veces se transforma en un verdadero búmeran, que pronto regresa al autor con consecuencias imprevistas.
 
Entra así el autor en la rueda de la producción masiva, y sus productos son requeridos por los ávidos consumidores (que no necesariamente lectores) y cada cierto tiempo (cada vez menor) tiene que presentarse en el mercado con otro producto, que deberá vender igual o más que el anterior, so pena de pasar a la retaguardia y caer en el ostracismo. En el medio de este proceso demoledor del hecho literario entra la literatura per se, que se ve impactada al extremo de caer en el lugar común, en lo que piden las masas, en lo que es fácil de consumir; pero también los buenos lectores, que no pedimos cantidad sino calidad, y que el texto alcance ciertas cimas de excelencia que justifiquen la publicación y nuestro tiempo invertido en la lectura.
 
Al exigírsele a los autores “consagrados” (esto de la consagración ahora es un hecho relativo, ya que lo hace el mercado y el mercado no piensa) el tener que estar en la calle cada año o dos años con una nueva obra que sacie los apetitos de los devoradores de best sellers, los fulmina, los cosifica, los convierte en meras piezas del denso engranaje de un mercado sin alma.

Cientos de nuevos títulos entran a diario en el mercado editorial, pero pocos son los que se quedan, los que impactan en todos los sentidos a los lectores, los que posiblemente se quedarán durante muchos años alimentando el intelecto y la fantasía de los lectores. No hay proporcionalidad: a mayor número de nuevos títulos que salen al mercado, es menor el porcentaje de los clásicos contemporáneos que surgen de esta dinámica feroz e inhumana. Y digo inhumana, de manera deliberada, ya que nadie (ni el mejor lector) podrá estar jamás al día con todo lo publicado, y mayor será el impacto en los bosques (aunque se empeñen las editoriales en anunciar que el papel proviene de bosques sustentables).

Por aquello del eterno ritornelo, tendrán que regresar los tiempos en los que se publicaban libros para enriquecer a la cultura de los pueblos, y en los que los autores eran seres humanos de carne y hueso como el resto, con defectos y con virtudes, y no los arrogantes e intragables de hoy, productos del mercado, que creen que tienen a Dios agarrado por las barbas.
 
rigilo99@gmail.com

www.ricardogilotaiza.blogspot.com

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