No somos iguales
Homogeneización y diferenciación son dos fuerzas que dinamizan tanto lo biológico, como lo social, lo económico y lo político
El cristianismo ha sembrado el principio de que todos somos iguales ante los ojos de Dios por ser creados a su imagen y semejanza. Este principio ha sido consagrado en el derecho como la condición de tener todos los mismos deberes y derechos. Se trata de una afirmación principista en la práctica matizada por circunstancias de edad, sexo, situación civil, legal, política, social y pare de contar, que condicionan el espectro de obligaciones y prerrogativas que cada quien tiene. Así, p. ej. Un niño o un adulto, una mujer embarazada, los patronos o empleados tienden a diferir en sus respectivos conjuntos de deberes y derechos. Nuestra cultura postula que por ser iguales tenemos derecho a exigir, buscar y alcanzar el disfrute de nuestra vidas en condiciones equitativas, pero al mismo tiempo reconoce que no todos somos iguales y tenemos, también, derecho a pensar y a vivir del modo que escojamos.
Las fuerzas diferenciadoras son variadas. La biología es una de ellas, la diferenciación genética nos hace no repetido a cada ser viviente nacido por reproducción sexual y aunque la clonación es hoy ya una posibilidad real, la historia personal nos haría diferente a todos ya que no solo “nadie se baña en el mismo río” como afirmaba Heráclito sino que, incluso, nadie comparte con otro las mismas experiencias dado su carácter estrictamente singular aunque estén frente a “mismos acontecimientos”. La historia personal y social nos hace únicos a los miembros de una misma generación y distingue a cada una de ellas entre sí. Teniendo en cuenta el poder de las fuerzas diferenciadoras lo más acertado que podemos decir es que los humanos somos semejantes, es decir no estrictamente iguales, ante la realidad social, jurídica, política y, en general, ante cualquier dominio de la existencia. Incluso, a lo largo del tiempo, todos cambiamos y como diría Neruda “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”.
Pero la diferenciación no es ilimitada, de hecho a medida que un grupo crece tiende a predominar en él algunas características y así entre los distintos grupos humanos si bien hoy día tienden a estar presente variedad en el color de los ojos, solo ciertos colores son más frecuentes entre ciertos grupos y no otros, es una suerte de homogeneidad en la diversidad (o al revés). Tampoco la social es infinita, así todos los grupos mientras más numerosos, más tienden a converger hacia los valores promedios de sus características. Homogeneización y diferenciación son dos fuerzas que dinamizan tanto lo biológico, como lo social, lo económico y lo político. Los mercados se dinamizan con la aparición de productos distintos, o que buscan parecerlo, y con la masificación del consumo de ciertas marcas preferidas.
Socialmente los semejantes tienden a buscarse y a agruparse, así lo hacen las distintas profesiones, también quienes comparten una ideología, los de una misma nacionalidad suelen vivir en el mismo barrio cuando emigran y tienden a ser segregacionistas con quienes son vistos como distintos a ellos. En este síndrome contra lo distinto está el origen de la xenofobia, la homofobia, la intolerancia ideológica, política, social, “racial” o religiosa. Biológicamente este rechazo posibilita el surgimiento, y preservación, de nuevas especies al asegurar no dispersar el acervo genético, mantenerlo y transmitirlo a la descendencia. Pero aún allí las fuerzas de la diferenciación crean variaciones que terminan creando subgrupos, muchos de los cuales dan lugar a nuevas especies.
La diferenciación es fuente de cambio y los sistemas creadores de oportunidades para ser distintos de modo socialmente funcional con la sociedad, aseguran el progreso colectivo. Las poblaciones estrictamente igualitarias, como las amebas, permanecen sin evolucionar. Cuando se ven las diferencias como injusticia y no como un problema de mala distribución, se corre el riesgo de culpar a quienes son diferentes, castigarlos y exterminarlos en lugar de cambiar y mejorar el sistema, que es lo que funciona mal. El problema no es que haya ricos, lo es que haya gente pobre. Al respecto viene a cuento que hace décadas Saraiva de Carvalho, uno de los líderes de la Revolución de los Claves de Portugal, visitó a Olaf Palme, entonces primer ministro de Suecia y en una entrevista conjunta por televisión le confiesa henchido de fervor revolucionario que la revolución es “para acabar con los ricos”, a lo que el socialista Palme le riposta: “que curioso aquí todo lo que hacemos es para acabar con los pobres”.
Los regímenes igualitaristas son intolerantes, los “diferencistas” transigen en que cada sea tan diferente de quienes desee diferenciarse y a asemejarse con quien prefiera. La tolerancia política es la verdadera democracia, pues promueve las condiciones sociales y económicas para que cada quien sea “igualmente diferente” sobre la base de su trabajo creador y competencias personales, distanciándose así de los regímenes generadores de la uniformidad en la miseria.
@signosysenales
dh.asuaje@gmail.com
Las fuerzas diferenciadoras son variadas. La biología es una de ellas, la diferenciación genética nos hace no repetido a cada ser viviente nacido por reproducción sexual y aunque la clonación es hoy ya una posibilidad real, la historia personal nos haría diferente a todos ya que no solo “nadie se baña en el mismo río” como afirmaba Heráclito sino que, incluso, nadie comparte con otro las mismas experiencias dado su carácter estrictamente singular aunque estén frente a “mismos acontecimientos”. La historia personal y social nos hace únicos a los miembros de una misma generación y distingue a cada una de ellas entre sí. Teniendo en cuenta el poder de las fuerzas diferenciadoras lo más acertado que podemos decir es que los humanos somos semejantes, es decir no estrictamente iguales, ante la realidad social, jurídica, política y, en general, ante cualquier dominio de la existencia. Incluso, a lo largo del tiempo, todos cambiamos y como diría Neruda “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”.
Pero la diferenciación no es ilimitada, de hecho a medida que un grupo crece tiende a predominar en él algunas características y así entre los distintos grupos humanos si bien hoy día tienden a estar presente variedad en el color de los ojos, solo ciertos colores son más frecuentes entre ciertos grupos y no otros, es una suerte de homogeneidad en la diversidad (o al revés). Tampoco la social es infinita, así todos los grupos mientras más numerosos, más tienden a converger hacia los valores promedios de sus características. Homogeneización y diferenciación son dos fuerzas que dinamizan tanto lo biológico, como lo social, lo económico y lo político. Los mercados se dinamizan con la aparición de productos distintos, o que buscan parecerlo, y con la masificación del consumo de ciertas marcas preferidas.
Socialmente los semejantes tienden a buscarse y a agruparse, así lo hacen las distintas profesiones, también quienes comparten una ideología, los de una misma nacionalidad suelen vivir en el mismo barrio cuando emigran y tienden a ser segregacionistas con quienes son vistos como distintos a ellos. En este síndrome contra lo distinto está el origen de la xenofobia, la homofobia, la intolerancia ideológica, política, social, “racial” o religiosa. Biológicamente este rechazo posibilita el surgimiento, y preservación, de nuevas especies al asegurar no dispersar el acervo genético, mantenerlo y transmitirlo a la descendencia. Pero aún allí las fuerzas de la diferenciación crean variaciones que terminan creando subgrupos, muchos de los cuales dan lugar a nuevas especies.
La diferenciación es fuente de cambio y los sistemas creadores de oportunidades para ser distintos de modo socialmente funcional con la sociedad, aseguran el progreso colectivo. Las poblaciones estrictamente igualitarias, como las amebas, permanecen sin evolucionar. Cuando se ven las diferencias como injusticia y no como un problema de mala distribución, se corre el riesgo de culpar a quienes son diferentes, castigarlos y exterminarlos en lugar de cambiar y mejorar el sistema, que es lo que funciona mal. El problema no es que haya ricos, lo es que haya gente pobre. Al respecto viene a cuento que hace décadas Saraiva de Carvalho, uno de los líderes de la Revolución de los Claves de Portugal, visitó a Olaf Palme, entonces primer ministro de Suecia y en una entrevista conjunta por televisión le confiesa henchido de fervor revolucionario que la revolución es “para acabar con los ricos”, a lo que el socialista Palme le riposta: “que curioso aquí todo lo que hacemos es para acabar con los pobres”.
Los regímenes igualitaristas son intolerantes, los “diferencistas” transigen en que cada sea tan diferente de quienes desee diferenciarse y a asemejarse con quien prefiera. La tolerancia política es la verdadera democracia, pues promueve las condiciones sociales y económicas para que cada quien sea “igualmente diferente” sobre la base de su trabajo creador y competencias personales, distanciándose así de los regímenes generadores de la uniformidad en la miseria.
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