Cada mañana, invariablemente, reviso el celular. Práctica poco recomendada y recomendable, es, sin embargo, necesaria para mí: rastreo el curso de mis afectos lejanos, como si fueran luces en la pantalla del Enterprise o del Nautilus, la nave de El investigador submarino, probablemente los únicos radares que he visto en mi vida. Y cada mañana Bárbara, mi amiga (since 1967) deja caer una reflexión, o bien profunda, o bien jocosa, como la efemérides mencionada.

La sardónica mención al supuesto murciélago de Wuhan viene al caso para ilustrar cómo hay eventos que marcan un antes y un después. Determinan ciclos: finaliza una etapa y comienza otra, no siempre elegida voluntariamente. A veces es algo que sobreviene.

 
Pocos eventos tambalean nuestra vida como la pérdida de un ser amado. Y pocos decesos resultan tan dolorosos como aquellos experimentados a distancia. Sabemos lo que es el sobresalto de escuchar el teléfono en mitad de la noche, o la vigilia permanente del que aguarda un desenlace a todas luces inminente.

Esa situación, a menudo impuesta por la distancia geográfica, se generalizó durante la pandemia. La imagen de Jihad Al-Suwaiti , sentado en el alféizar de la ventana de un hospital de Cisjordania para contemplar a través del cristal a su madre agonizante, dio la vuelta al mundo, y es, seguramente, una de las más conmovedoras que nos haya legado este oscuro periodo.

 
Muchos experimentaron la pérdida de sus seres amados sin un adiós, sin el consuelo de una última caricia. Los vieron ingresar en el hospital, y nunca más supieron de ellos, como si se hubieran desvanecido.

 
El poeta, videoartista y, sin duda alguna, genio, Antonino Nieto Rodríguez ha emprendido, a la cabeza de un colectivo de artistas denominado Bocaparaísos, la celebración de una ceremonia que va teniendo lugar en los diversos cementerios de España: el Ritual contrario a las agujas del reloj, que ofrece la posibilidad simbólica de reencontrarse con aquellos de los que no fue posible despedirse. En los días previos a la ceremonia, se invita a participar a los habitantes de cada municipio, aportando el nombre y la foto de la persona que partió, que será proyectada durante el encuentro. Cuando llegan al cementerio, reciben una copia de los poemas que serán leídos y un pequeño objeto concebido por un artista plástico para que lo depositen en la tumba de sus seres queridos, si la hubiere.

Esta ceremonia, que pone en luz la necesidad de los ritos de paso, (“conjunto específico de actividades que simbolizan y marcan la transición de un estado a otro en la vida de una persona”, tales como la firma de un divorcio tras la separación, o la inhumación de un cadáver), no constituye, sin embargo, un funeral: se trata de “la celebración de un reencuentro entre los que se fueron y los que aquí seguimos”, según explicó al periodista Jaime Vicente Echagüe el escritor Antonino Nieto, figura muy cercana y querida a la comunidad venezolana de Madrid.

Esta sensible iniciativa, que toma en cuenta las emociones de tantas personas afectadas y permite canalizarlas, es también el escenario para un proceso que cada quien tiene que desarrollar individualmente, íntimamente: la despedida, que muchas veces comienza aun antes de la partida de nuestro semejante. La invitación es para prepararnos, para vivir en paz con nuestros afectos, con las cuentas al día y sin saldos pendientes, pues, tal y como enuncia el Evangelio, no sabemos ni el día ni la hora…

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