Una visión kantiana del hombre y la historia
Dentro de la arquitectónica kantiana que tiene como eje la “revolución copernicana del pensamiento”, que busca un camino seguro para satisfacer nuestros infinitos anhelos de saber
En la filosofía kantiana, y en particular en los fragmentos que nos dan luces de su posición y concepción de la filosofía de la historia, se plantea a priori la dialéctica entre naturaleza y libertad.
Debemos partir que a Kant le interesa la historia entendida como una unidad de la que se pretende encontrar unos principios que sirvan como “hilos conductores” para comprender el “plan de la naturaleza” y descubrir el sentido teleológico de la historia, como nos advierte el Profesor Martínez Ferro.
Dentro de la arquitectónica kantiana que tiene como eje la “revolución copernicana del pensamiento”, que busca un camino seguro para satisfacer nuestros infinitos anhelos de saber. Kant buscaba comprender los “hilos conductores” de la historia, para descubrir un orden, un curso regular, o la intención de la naturaleza, en aras de alcanzar unos principios, unos ejes conductores, que den orden al aparente caos de la historia, que nunca puede ser entendida como una consecuencia de hechos aislados, particulares, sino pensados de forma universal, que dentro del sistema kantiano se enmarcará en un progreso asintótico hacia la paz perpetua, enmarcado en una dialéctica trascendental, cuyo sustrato será la auto-crítica, en el proceso de la auto-ilustración, que dará paso a un progreso moral, que se nos plantea como ineludible y utópico.
Aquí radica una contradicción fundamental, o en términos más kantianos, en una tensión aguda entre su concepción del hombre, de la persona como un fin en sí mismo, que alcanza este proyecto de motus propio al ejercer la libertad como facultad exclusiva y plena del ser humano, y un proyecto histórico, de orden moral que se plantea como una necesidad histórica, atípica a la concepción tradicional de Kant en el ideario intelectual, que roza con un determinismo que a priori niega la libertad individual, que incluso el propio filósofo de la historia se percata sonsacándole un sentido y haciéndola profetizar. Afirma Martínez Ferro (s.f.) que en el sistema kantiano, “la legislación de la razón humana (filosofía) posee dos objetos, naturaleza y libertad, y, consiguientemente, incluye tanto la ley de la naturaleza como la ley moral, primero en dos sistemas distintos y finalmente, en un único sistema filosófico. La filosofía de la naturaleza se refiere a todo lo que es; la filosofía moral a lo que debe ser.”
La propuesta que puede ayudarnos, no a resolver esta aparente contradicción, pero sí aproximarnos a su comprensión, la encontramos en el canon de la razón pura kantiana, y su interacción con la razón práctica, donde práctico es todo lo que es posible mediante libertad, ya que la legislación de la razón teórica produce leyes de la naturaleza, leyes de todo lo que es, leyes que, como la ley de la causalidad, determinan la naturaleza en forma absoluta, y que la razón, dentro del fenómeno, advierte mediante la racionalidad humano, estas son las leyes morales, que constituyen el uso correcto de la razón.
Así el ser hombre debe entonces, ejerciendo su libertad, tratar de buscar leyes generales de la naturaleza, no leyes de lo que es, sino de leyes de lo que debería ser, a las que el hombre debe apuntar.
Se concluye así una idea del progreso asintótico hacia la paz perpetua, como utopía histórica, que el hombre racional en lo social tiene el deber moral de buscar. Existe así en el pensamiento de Kant un desarrollo lógico del plan de la naturaleza que tememos use a los hombres como entes racionales, títeres, de un macroproyecto ineludible. En este punto irrumpe la figura del antagonismo, que sacrifica la libertad humana, sino que precisa distinguir dos tipos de fines y dos tipos de progresos.
Así pues, el hombre debe intentar aprehender, adquiriendo la dimensión social en el pensamiento kantiano, un grado superlativo para que podamos vislumbrar a través de la sociabilidad valores y visiones alternativas acerca del bien y la justicia.
Este empeño por ser mejores, que es fruto de la libertad del ser humano, y parte de un proyecto particular de proyección universal, le da sentido al curso del progreso moral de la historia, y una razón de ser al ideal de progreso humano, como motor de nuestra historia, y como motor de desarrollo de nosotros, en cuanto seres racionales y morales, y como personas agentes que desde la perspectiva de Kant encubre precisamente esta intención de la naturaleza.
Hoy la pandemia ha puesto al límite y en permanente tensión todos los protocolos y estructuras políticas, sociales, económicas, culturales e incluso nuestras convicciones e ideales. La inequidad en la repartición y acceso a las vacunas, sobre todo en regiones como el África Subsahariana, Latinoamérica o el Sudeste asiático; la “guerra de las mascarillas”; la inacción de los entes financieros internacionales para estimular la recuperación de las economía en desarrollo; el racismo sistémico; una desigualdad de ingreso per cápita que se agrava cada día; son solo algunos de los grandes fracasos que persisten en nuestro mundo; tomemos consciencia moral de estas realidades y trabajemos unidos por un mejor mañana
Dylanjpereira01@gmail.com
Debemos partir que a Kant le interesa la historia entendida como una unidad de la que se pretende encontrar unos principios que sirvan como “hilos conductores” para comprender el “plan de la naturaleza” y descubrir el sentido teleológico de la historia, como nos advierte el Profesor Martínez Ferro.
Dentro de la arquitectónica kantiana que tiene como eje la “revolución copernicana del pensamiento”, que busca un camino seguro para satisfacer nuestros infinitos anhelos de saber. Kant buscaba comprender los “hilos conductores” de la historia, para descubrir un orden, un curso regular, o la intención de la naturaleza, en aras de alcanzar unos principios, unos ejes conductores, que den orden al aparente caos de la historia, que nunca puede ser entendida como una consecuencia de hechos aislados, particulares, sino pensados de forma universal, que dentro del sistema kantiano se enmarcará en un progreso asintótico hacia la paz perpetua, enmarcado en una dialéctica trascendental, cuyo sustrato será la auto-crítica, en el proceso de la auto-ilustración, que dará paso a un progreso moral, que se nos plantea como ineludible y utópico.
Aquí radica una contradicción fundamental, o en términos más kantianos, en una tensión aguda entre su concepción del hombre, de la persona como un fin en sí mismo, que alcanza este proyecto de motus propio al ejercer la libertad como facultad exclusiva y plena del ser humano, y un proyecto histórico, de orden moral que se plantea como una necesidad histórica, atípica a la concepción tradicional de Kant en el ideario intelectual, que roza con un determinismo que a priori niega la libertad individual, que incluso el propio filósofo de la historia se percata sonsacándole un sentido y haciéndola profetizar. Afirma Martínez Ferro (s.f.) que en el sistema kantiano, “la legislación de la razón humana (filosofía) posee dos objetos, naturaleza y libertad, y, consiguientemente, incluye tanto la ley de la naturaleza como la ley moral, primero en dos sistemas distintos y finalmente, en un único sistema filosófico. La filosofía de la naturaleza se refiere a todo lo que es; la filosofía moral a lo que debe ser.”
La propuesta que puede ayudarnos, no a resolver esta aparente contradicción, pero sí aproximarnos a su comprensión, la encontramos en el canon de la razón pura kantiana, y su interacción con la razón práctica, donde práctico es todo lo que es posible mediante libertad, ya que la legislación de la razón teórica produce leyes de la naturaleza, leyes de todo lo que es, leyes que, como la ley de la causalidad, determinan la naturaleza en forma absoluta, y que la razón, dentro del fenómeno, advierte mediante la racionalidad humano, estas son las leyes morales, que constituyen el uso correcto de la razón.
Así el ser hombre debe entonces, ejerciendo su libertad, tratar de buscar leyes generales de la naturaleza, no leyes de lo que es, sino de leyes de lo que debería ser, a las que el hombre debe apuntar.
Se concluye así una idea del progreso asintótico hacia la paz perpetua, como utopía histórica, que el hombre racional en lo social tiene el deber moral de buscar. Existe así en el pensamiento de Kant un desarrollo lógico del plan de la naturaleza que tememos use a los hombres como entes racionales, títeres, de un macroproyecto ineludible. En este punto irrumpe la figura del antagonismo, que sacrifica la libertad humana, sino que precisa distinguir dos tipos de fines y dos tipos de progresos.
Así pues, el hombre debe intentar aprehender, adquiriendo la dimensión social en el pensamiento kantiano, un grado superlativo para que podamos vislumbrar a través de la sociabilidad valores y visiones alternativas acerca del bien y la justicia.
Este empeño por ser mejores, que es fruto de la libertad del ser humano, y parte de un proyecto particular de proyección universal, le da sentido al curso del progreso moral de la historia, y una razón de ser al ideal de progreso humano, como motor de nuestra historia, y como motor de desarrollo de nosotros, en cuanto seres racionales y morales, y como personas agentes que desde la perspectiva de Kant encubre precisamente esta intención de la naturaleza.
Hoy la pandemia ha puesto al límite y en permanente tensión todos los protocolos y estructuras políticas, sociales, económicas, culturales e incluso nuestras convicciones e ideales. La inequidad en la repartición y acceso a las vacunas, sobre todo en regiones como el África Subsahariana, Latinoamérica o el Sudeste asiático; la “guerra de las mascarillas”; la inacción de los entes financieros internacionales para estimular la recuperación de las economía en desarrollo; el racismo sistémico; una desigualdad de ingreso per cápita que se agrava cada día; son solo algunos de los grandes fracasos que persisten en nuestro mundo; tomemos consciencia moral de estas realidades y trabajemos unidos por un mejor mañana
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