El Estado, Thymos y Fukuyama
Sócrates cree que el valor y el espíritu cívico han de tener sus raíces en el thymos y en la ira irracional de los guardianes que defiendan esa ciudad
Como sostienen David Marsh y Gerry Stoker (1997) “Por encima de todo, la disciplina de la ciencia política descansa en el principio de que todo conocimiento es público y cuestionable. No hay verdades ocultas ni infalibles portadores de la verdad. La ciencia política exige a los que la practican que aporten argumentos y datos que puedan convencer a otros.”
La realidad política, tanto en sus formas como en sus actos tiene dos modos de manifestarse: como efectiva y como posible, es decir, por un lado, como realidad actualmente presente y, por el otro, como realidad que todavía no se ha hecho presente, pero que dadas las condiciones existentes en un tiempo y situación dados, tiene la probabilidad de llegar a serlo e incluso en algunos casos parece inevitable que llegue a serlo.
Para Sodaro, quien se sustenta remotamente en el utilitarismo de Jeremy Bentham, según el cual todo acto humano, norma o institución debía ser juzgado según la utilidad (felicidad), así de fundamentarse una nueva ética, basada en el goce de la vida y no en el sacrificio y el sufrimiento, y una nueva concepción de la política, centrada en el objetivo último de lograr “la mayor felicidad para el mayor número de individuos”.
Desde esta perspectiva las funciones del Estado son muy variadas; mantener el orden público; Defender el territorio y a sus habitantes frente al exterior; Regular las relaciones con otros Estados; Hacer la Ley y aplicarla; Proporcionar servicios a sus habitantes, e incluso regular la economía y las relaciones económicas entre sus habitantes. Naturalmente a lo largo de la historia se han desarrollado distintas formas de gobierno, y distintos tipos de Estado; el tablero internacional es un rompecabezas lleno de matices y especificidades al respecto.
En lo ideológico el marxismo y el elitismo se han centrado tradicionalmente en una explicación estructural mientras que el pluralismo ha utilizado una explicación intencional, basada en la actuación. Sin embargo, aunque la política pueda decidir los resultados, el proceso tiene lugar en un contexto caracterizado por una desigualdad estructural que, en contra de lo que cree el pluralismo, está enraizada en la clase, el género, la raza y el conocimiento tanto como en el control de los recursos políticos. Por lo tanto, la relación entre estructura y actuación es crucial y claramente dialéctica.
Hasta ahora la teoría del Estado parece haber colocado una atención insuficiente a la dimensión internacional. Sin embargo, los procesos de globalización, significan que cualquier intento de analizar la estructura de poder en un único país tiene limitaciones evidentes y debemos tomar siempre el contexto global, complejo y dinámico. Es por ello que hoy analizamos estas ideas desde lo ético a la luz del pensamiento de Francis Fukuyama, afamado politólogo estadounidense, discípulo de Samuel Huntington, cuyo libro “El fin de la Historia y el último hombre”, ha sido traducido a más de 20 idiomas, y es un verdadero referente en la teoría, pero también en filosofía y praxis de la política.
Fukuyama plantea que el thymos, quizás desde una perspectiva neoplatónica, incluso en su menor expresión, sea el punto de partida del conflicto humano. Havel cree que existe en todos los hombres un germen de juicio moral y de lo que “está bien”, pero se debe admitir que este se ha desarrollado mucho menos en algunas personas. El thymos que inicialmente apareció como humilde puede después manifestarse como el deseo de dominar, que puede crear grandes problemas en la vida política. Ya presente en Hegel, la lógica del reconocimiento llevaba en última instancia, al deseo de ser reconocido universalmente.
Sócrates discute sobre el thymos, porque resulta crucial para la construcción de su ciudad justa “en palabras”. Sócrates cree que el valor y el espíritu cívico han de tener sus raíces en el thymos y en la ira irracional de los guardianes que defiendan esa ciudad, valientes y dispuestos a sacrificar sus deseos materiales y sus necesidades en aras del bien común. De esta manera el thymos es una virtud política innata necesaria para la supervivencia de cualquier comunidad, porque es la vía para que los hombres salgan de su vida egoísta de deseos y miren por el bien común, aunque se debe domesticar y cultivar el thymos, ya que puede cimentar o destruir las comunidades políticas.
En el gobierno constitucional, las distintas ramas del gobierno son concebidas como caminos para la satisfacción de poderosas ambiciones, pero el sistema de controles y equilibrios aseguraría que esas ambiciones se cancelaran unas a otras e impidieran el surgimiento de la tiranía, obligando a satisfacer su ambición siendo el ‘servidor” del pueblo más que su señor. El erradicar el thymos, como lo sugería la política liberal de Hobbes y Locke, degeneraría en una sociedad de “hombres sin pecho” como lo describió C.S. Lewis y que criticó Nietzsche tan duramente. Hoy día, el thymos, la “lucha por el reconocimiento” parece ser el vector de las Relaciones Internacionales y los más avezados creen viable el Estado universal y homogéneo que creía Fukuyama sería el fin de la historia.
Dylanjpereira01@gmail.com
La realidad política, tanto en sus formas como en sus actos tiene dos modos de manifestarse: como efectiva y como posible, es decir, por un lado, como realidad actualmente presente y, por el otro, como realidad que todavía no se ha hecho presente, pero que dadas las condiciones existentes en un tiempo y situación dados, tiene la probabilidad de llegar a serlo e incluso en algunos casos parece inevitable que llegue a serlo.
Para Sodaro, quien se sustenta remotamente en el utilitarismo de Jeremy Bentham, según el cual todo acto humano, norma o institución debía ser juzgado según la utilidad (felicidad), así de fundamentarse una nueva ética, basada en el goce de la vida y no en el sacrificio y el sufrimiento, y una nueva concepción de la política, centrada en el objetivo último de lograr “la mayor felicidad para el mayor número de individuos”.
Desde esta perspectiva las funciones del Estado son muy variadas; mantener el orden público; Defender el territorio y a sus habitantes frente al exterior; Regular las relaciones con otros Estados; Hacer la Ley y aplicarla; Proporcionar servicios a sus habitantes, e incluso regular la economía y las relaciones económicas entre sus habitantes. Naturalmente a lo largo de la historia se han desarrollado distintas formas de gobierno, y distintos tipos de Estado; el tablero internacional es un rompecabezas lleno de matices y especificidades al respecto.
En lo ideológico el marxismo y el elitismo se han centrado tradicionalmente en una explicación estructural mientras que el pluralismo ha utilizado una explicación intencional, basada en la actuación. Sin embargo, aunque la política pueda decidir los resultados, el proceso tiene lugar en un contexto caracterizado por una desigualdad estructural que, en contra de lo que cree el pluralismo, está enraizada en la clase, el género, la raza y el conocimiento tanto como en el control de los recursos políticos. Por lo tanto, la relación entre estructura y actuación es crucial y claramente dialéctica.
Hasta ahora la teoría del Estado parece haber colocado una atención insuficiente a la dimensión internacional. Sin embargo, los procesos de globalización, significan que cualquier intento de analizar la estructura de poder en un único país tiene limitaciones evidentes y debemos tomar siempre el contexto global, complejo y dinámico. Es por ello que hoy analizamos estas ideas desde lo ético a la luz del pensamiento de Francis Fukuyama, afamado politólogo estadounidense, discípulo de Samuel Huntington, cuyo libro “El fin de la Historia y el último hombre”, ha sido traducido a más de 20 idiomas, y es un verdadero referente en la teoría, pero también en filosofía y praxis de la política.
Fukuyama plantea que el thymos, quizás desde una perspectiva neoplatónica, incluso en su menor expresión, sea el punto de partida del conflicto humano. Havel cree que existe en todos los hombres un germen de juicio moral y de lo que “está bien”, pero se debe admitir que este se ha desarrollado mucho menos en algunas personas. El thymos que inicialmente apareció como humilde puede después manifestarse como el deseo de dominar, que puede crear grandes problemas en la vida política. Ya presente en Hegel, la lógica del reconocimiento llevaba en última instancia, al deseo de ser reconocido universalmente.
Sócrates discute sobre el thymos, porque resulta crucial para la construcción de su ciudad justa “en palabras”. Sócrates cree que el valor y el espíritu cívico han de tener sus raíces en el thymos y en la ira irracional de los guardianes que defiendan esa ciudad, valientes y dispuestos a sacrificar sus deseos materiales y sus necesidades en aras del bien común. De esta manera el thymos es una virtud política innata necesaria para la supervivencia de cualquier comunidad, porque es la vía para que los hombres salgan de su vida egoísta de deseos y miren por el bien común, aunque se debe domesticar y cultivar el thymos, ya que puede cimentar o destruir las comunidades políticas.
En el gobierno constitucional, las distintas ramas del gobierno son concebidas como caminos para la satisfacción de poderosas ambiciones, pero el sistema de controles y equilibrios aseguraría que esas ambiciones se cancelaran unas a otras e impidieran el surgimiento de la tiranía, obligando a satisfacer su ambición siendo el ‘servidor” del pueblo más que su señor. El erradicar el thymos, como lo sugería la política liberal de Hobbes y Locke, degeneraría en una sociedad de “hombres sin pecho” como lo describió C.S. Lewis y que criticó Nietzsche tan duramente. Hoy día, el thymos, la “lucha por el reconocimiento” parece ser el vector de las Relaciones Internacionales y los más avezados creen viable el Estado universal y homogéneo que creía Fukuyama sería el fin de la historia.
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