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El incierto futuro de Taiwán

El país, tras una de las acciones diplomáticas más deplorable que se conocen, no existe para las Naciones Unidas desde que en 1971 el organismo expulsó del escaño al representante del generalísimo Chiang Kai – shek...

  • RAFAEL DEL NARANCO

17/10/2021 05:07 am

La isla de Taiwán existe, no es una invención de aventuras en los mares del sur, al estilo de Robert L. Stevenson o Joseph Conrad.

Ese país es una atalaya sobre las aguas del Estrecho de Formosa, a pocos kilómetros de China continental.
 
La visité en dos ocasiones en los últimos años y he podido percibir como se convertía en un modelo de progreso.

De un anchuroso llano arenoso, húmedo unas veces, seco otras; entre acantilados cortantes, una hilera de montañas en una de sus estribaciones, con picos portentosos y poco espacio para la vida habitual, resurgió una de las economías más boyantes de Asia cuya irradiación cubre hoy buena parte del planeta.

Cuenta con poco más de 24 millones de habitantes y la esperanza de vida sobrepasa los 75 años. Su PIB Per cápita en 2020, fue de $28.323. Las reservas en divisas están en la actualidad en los 113.360 millones de dólares; su desarrollo económico se alza entre las 17 primera zonas en el cuadro mundial.
 
Si esto no fuera suficiente, Taiwán es una democracia palpitante, con amplias reformas constitucionales. Se respetan los Derechos Humanos y la libertad de prensa, y ello bajo la banderola de la paz, la justicia y la libertad.

Con todo, el país, tras una de las acciones diplomáticas más deplorable que se conocen, no existe para las Naciones Unidas desde que en 1971 el organismo expulsó del escaño al representante del generalísimo Chiang Kai – shek y lo entregó al Pekín de Mao.

La paradoja no deja de ser extraña en una organización llamada a reconocer la universalidad e indivisibilidad de los pueblos de la tierra, el mantenimiento de la paz, y el fortalecimiento de los lazos de cooperación por encima de cualquier diferencia ideológica.

A la hora de analizar esa chocante situación, es necesario saber que desde que los comunistas de Pekín tomaron el control de las antiguas regiones continentales y establecieron la República Popular China en 1949, los dos lados del Estrecho de Taiwán han sido gobernados como dos países separados, sin que ninguno tenga control o jurisdicción sobre el otro.
 
Taipei como Beijing fijan sus propias políticas, conducen sus fuerzas y desarrollan los adecuados contactos con otros estados, con la salvedad –y grave– de que China popular interfiere permanentemente en las decisiones de otros países sobre la República de China (Taiwán).

Perennemente los dirigentes de la isla han reiterado sus convocatorias al gobierno popular del continente para lograr la solución pacífica de las diferencias, pero la respuesta ha sido las constantes amenazas de invasión; tanto así, que Pekín –hace unos días– envió a la isla varias docenas de aviones como un acto de provocación más.

Han pasado muchas cosas a lo largo de dos décadas de mis visitas a la isla, y podría decirse que nada de lo de entonces es hoy lo mismo, ya que el acontecer mundial ha venido evolucionado en sus conflictos.

Indudablemente las dos partes están condenadas a entenderse para unificarse y sobre ello, analizar de una vez por todas las realidad presente con sus propios contextos.
 
Las dos partes reconocen formar parte de una misma nación y, cada una, a su manera, busca la unión, pero mientras la isla democrática ofrece la mano, China popular amenaza una y otra vez con una invasión total, es decir, haciendo uso de los artefactos bélicos más potentes.

Para la China libre y nacionalista de Taiwán, la fuerza de las armas debe ser descartada completamente, ya que la unificación tan anhelada, deberá ser alcanzada sobre condiciones de libertad, democracia y prosperidad equitativa.
 
Con la intención de llegar a buen puerto con los resultados apetecidos, Taiwán democrático ha preparado lo que se ha denominado “Directrices para la Unificación Nacional”.

El profundo estudio consiste en un documento avalado totalmente por el gobierno de la isla y en el cual se declara que “las dos partes de China dividida deben trabajar juntas para unificar gradualmente el país bajo un programa de intercambios, cooperación y consultas realizado bajo los principios de la razón, paz, igualdad y reciprocidad”.

Palabras más claras imposibles
Esas mismas directrices igualmente afirman, que el proceso de un solo país tan deseado en el fondo por todos, debe ser alcanzado a corto, mediano y largo plazo sin graves interferencias.

Actualmente la situación se halla en el punto de “corto término”, pero potencialmente es una realidad que los contactos privados en muchas áreas ya han entrado en forma rotunda en el segundo paso, es decir, que el camino para la unificación se va convirtiendo en una autopista que aún larga, se ha comenzado –o esos creemos– a pisar.

En ese aspecto todo va a depender del tacto político de Pekín, si no se deja envolver por la bravuconería, la prisa y la irresponsabilidad. La conflagración ha comenzado, se siente en el aire del Indico y Pacífico que empuja la presión que comenzó desde China con las palabras del presidente Xi Jinping: “La unificación completa entre ambos lados del estrecho “se debe conseguir y se conseguirá”. Inmediatamente le respondió Tsai Ing- wen, presidenta de la isla: “Nadie obligará a nuestra nación a doblegarse”.

No estaría más de recordar que Taiwán no se dejaría intimidar por la República Popular de China, aunque una pugna sería terrible.
Taipei afirma: “Diálogo para llegar al consenso todo sin alterar nuestras libertades”.

rnaranco@hotmail.com


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